Sin una palabra

Y entonces cruzó los brazos sobre el pecho y esperó a que saliera el sol.

 

Yo no quería perder tiempo parándonos a desayunar, pero me preocupaba el estado de debilidad de Clayton. Una vez amaneció y el coche se llenó de luz, vi cuánto había empeorado su aspecto desde que habíamos abandonado el hospital. Hacía horas que estaba sin la intravenosa y sin dormir.

 

—Parece que necesites algo —dije.

 

Estábamos atravesando Winsted, donde en una curva la autopista 8 pasaba de tener dos carriles a tener cuatro. A partir de entonces iríamos aún más rápido, en el último tramo del trayecto hacia Milford. En Winsted había varios establecimientos de comida rápida, así que sugerí que fuéramos a uno de esos en los que no hace falta bajar del coche y pidiéramos un McMuffin o algo así.

 

Clayton asintió débilmente.

 

—Podría comerme el huevo. No creo que pueda tragarme el pan.

 

—Háblame de ella —me pidió Clayton mientras nos poníamos en la cola de coches.

 

—?Qué?

 

—Háblame de Cynthia. No la he visto desde esa noche. Hace veinticinco a?os que no la veo.

 

La verdad es que no sabía qué pensar de Clayton. En algunos momentos me daba lástima, por la horrible vida que había llevado, el sufrimiento que había tenido que soportar viviendo con Enid, la tragedia de perder a sus seres más queridos.

 

Pero en realidad, ?quién era el culpable? Clayton se lo había buscado él sólito. Había tomado libremente sus propias decisiones. Y no sólo la de ayudar a Enid a encubrir su monstruoso crimen, y la de abandonar a Cynthia y dejar que se pasara toda su vida adulta preguntándose qué le había pasado a su familia. Antes de eso ya había elegido. Podría haberse enfrentado a Enid, haber insistido en lo del divorcio o haber llamado a la policía cuando ella empezó a volverse violenta. Hacer que la detuvieran. Algo.

 

Podría haberla abandonado, dejarle una nota: ?Querida Enid: me largo. Clayton?.

 

Al menos habría sido más honesto.

 

No parecía buscar mi compasión al preguntarme por su hija, mi mujer; pero había algo en su voz, una especie de tono de ?pobre de mí. Hace dos décadas y media que no la veo. Qué desgracia la mía?.

 

?Los espejos retrovisores están para algo, compa?ero —pensé para mí—. Colócalo bien y echa un vistazo: hay un tipo que ha tenido que cargar con gran parte de la carga resultante de toda la mierda que ha ocurrido desde 1983?.

 

Pero en lugar de eso, dije:

 

—Es maravillosa.

 

Clayton aguardó a que continuara.

 

—Cyn es lo más maravilloso que me ha pasado en la vida —expliqué—. La quiero más de lo que podrías imaginarte. Y desde que la conozco, ha tenido que enfrentarse a lo que le hicisteis Enid y tú. Piensa en ello: te levantas una ma?ana y tu familia ha desaparecido. Los coches no están. No queda ni un alma. —Noté cómo me empezaba a hervir la sangre y agarré el volante con más fuerza, furioso—. ?Te haces una jodida idea? ?Puedes? ?Qué se suponía que tenía que pensar? ?Que estabais todos muertos? ?Que un asesino en serie psicópata había pasado por la ciudad y os había matado a todos? ?O que esa noche los tres habíais decidido largaros y empezar una nueva vida en otro lugar, una nueva vida que no la incluía a ella?

 

Clayton estaba aturdido.

 

—?Eso es lo que pensó?

 

—?Pensó un millón de cosas! Joder, ?la abandonasteis! ?No lo entiendes? ?No podías haberte puesto en contacto con ella de alguna manera? ?Una carta? ?Explicarle que su familia había tenido un destino trágico, pero que la querían? ?Que no la habían abandonado una noche de mierda?

 

Clayton bajó la vista. Le temblaban las manos.

 

—Claro, hiciste un trato con Enid: Cynthia conservaría la vida si accedías a no verla nunca más y a no ponerte en contacto con ella. Así que tal vez siga viva porque tú decidiste pasar el resto de tu vida con un monstruo. Pero ?crees que eso te convierte en un jodido héroe? No eres un jodido héroe. Quizá si te hubieras comportado como un hombre desde el principio, toda esta mierda se habría evitado.

 

Clayton se ocultó el rostro con las manos y se apoyó en la puerta.

 

—Déjame hacerte una pregunta —continué, repentinamente tranquilo—. ?Qué clase de hombre se queda con una mujer que ha matado a su propio hijo? ?Puede llamarse ?hombre? a alguien así? Si hubiera sido yo, creo que me habría suicidado.

 

Ya estábamos frente a la ventana de los pedidos. Le alargué algo de dinero al hombre y agarré una bolsa con un par de McMuffins con huevos, patatas y aros de cebolla, y dos cafés. Me dirigí al parking, aparqué en un sitio libre, metí la mano en la bolsa y lancé un bocadillo sobre el regazo de Clayton.

 

—Toma —le espeté—. Esto es para ti.

 

Necesitaba tomar el aire y estirar un poco las piernas. Además quería volver a llamar a casa, por si acaso. Me saqué el móvil de la chaqueta, lo abrí y miré la pantalla.

 

—?Mierda! —exclamé.