—Necesito sentarme —dijo. Me levanté del suelo y le acomodé en una de las sillas de la mesa de la cocina—. Mira en ese armario de ahí —me pidió—. Debería haber analgésicos.
Tuve que pasar por encima de las piernas de Vince y esquivar la mancha de sangre que se extendía gradualmente por el suelo de la cocina para alcanzar el armario. Dentro encontré algunos analgésicos extrafuertes, y en el armario de al lado, vasos. Llené uno de agua y desanduve el camino por la cocina sin resbalar. Abrí el bote, saqué dos pildoras y las deposité en la mano abierta de Clayton.
—Cuatro —pidió.
Estaba esperando oír el sonido de una sirena, deseaba oírlo, pero al mismo tiempo quería largarme de ahí antes de que llegara. Dejé caer dos pastillas más en la mano de Clayton y le alargué el agua. Se las tuvo que tomar de una en una. Pareció que tardaba una eternidad en tragarse las cuatro. Cuando hubo terminado le pregunté:
—?Por qué? ?Por qué no quería que lo supiera?
—Porque si Jeremy se enteraba, podía haberle pedido que lo dejaran correr. Lo que planean. Con él aquí, herido de bala, tú de camino al hospital para verme y habiendo descubierto quién es en realidad, se daría cuenta de que se les estaba yendo de las manos. Si han ido a hacer lo que creo que han ido a hacer, ahora ya no tienen muchas posibilidades de salir bien librados.
—Pero Enid también tiene que saber todo esto —aduje.
Clayton me dirigió una media sonrisa.
—No entiendes a Enid. Ella no ve más allá de la herencia. Está ciega a cualquier otra cosa, a cualquier detalle que pudiera detenerla. Puede ser muy obcecada en casos así.
Eché un vistazo al reloj de cocina, dise?ado como si fuera una manzana partida por la mitad. Pasaban cinco minutos de la una de la madrugada.
—?Cuánta ventaja crees que nos llevan? —me preguntó Clayton, mirando también el reloj.
—Sea la que sea —respondí—, es demasiada. —Miré la encimera y vi un rollo de papel de aluminio y unas cuantas migas marrones dispersas—. Ha envuelto el pastel de zanahorias —observé—. Algo para comer por el camino.
—Muy bien —dijo Clayton mientras reunía todas sus fuerzas para ponerse en pie—. Jodido cáncer —maldijo—. Lo tengo por todas partes. La vida no es más que dolor y miseria, y luego tienes que terminar con una mierda como ésta. —Una vez se hubo levantado, continuó—: Hay algo que necesito llevarme, pero creo que no tengo energía suficiente para ir abajo a cogerlo.
—Dime lo que es.
—En el sótano encontrarás una mesa de trabajo. Hay una caja de herramientas roja sobre ella.
—Vale.
—Si abres la caja verás que hay una bandeja que se puede sacar. Quiero que me traigas lo que está pegado en la parte de debajo de la bandeja.
La puerta del sótano estaba tras la esquina de la cocina. Mientras alargaba la mano hacia el interruptor que había en lo alto de las escaleras hablé con Vince.
—?Cómo lo llevas?
—Jodido —respondió en voz baja.
Bajé los escalones de madera. Ahí abajo había mucha humedad y hacía frío, y el lugar era un desorden de cajas de almacenaje y adornos navide?os, piezas de muebles desmontados y un par de trampas para ratones colocadas en un rincón. A lo largo de la pared del fondo estaba la mesa de trabajo, cubierta con tubos a medio usar de masilla, trozos de papel de lija, herramientas sin guardar y una caja de herramientas roja, abollada y llena de rasgu?os.
Sobre la mesa colgaba una bombilla y tiré del cordón para poder ver lo que estaba haciendo. Abrí los dos cierres metálicos de la caja y alcé la tapa. La bandeja estaba llena de tornillos oxidados, hojas de sierra rotas, destornilladores… Si le daba la vuelta aquello sería un desorden, aunque nadie fuera a darse cuenta. Así que levanté la bandeja por encima de mi cabeza para ver lo que había debajo.
Era un sobre. De tama?o estándar, sucio y lleno de manchas, sujeto por unas tiras de celo amarillo. Con la otra mano lo despegué. No me costó mucho.
—?Lo has encontrado? —jadeó Clayton desde lo alto de las escaleras.
—Sí —respondí.
Dejé el sobre encima de la mesa, volví a colocar la bandeja en la caja y la cerré de nuevo. Cogí el sobre cerrado y le di unas vueltas entre las manos. No había nada escrito en él, pero me dio la impresión de que dentro había una sola hoja de papel doblada.
—No te preocupes —aclaró Clayton—. Puedes mirar lo que hay dentro si quieres.
Rompí el sobre por un lado, soplé dentro, metí el índice y el pulgar, saqué con cuidado una hoja de papel y la abrí.
—Es antigua —me advirtió Clayton desde arriba—. Debes tener cuidado.
La abrí. La leí. Sentí como si se me escapara mi último aliento.
Cuando llegué a lo alto de las escaleras, Clayton me explicó las circunstancias que rodeaban lo que había encontrado en el sobre y me dijo lo que quería que hiciera con él.
—?Me lo prometes? —preguntó.
—Te lo prometo —dije mientras deslizaba el sobre en mi chaqueta deportiva.
Tuve una última conversación con Vince.