Sin una palabra

A pesar de lo que quiere a Jeremy, Enid quiere dejarle claro a Clayton que el chico estaría en peligro en caso de que él decidiera abandonarla.

 

Clayton se resigna a esa vida de miserias, humillación y castración. Es a lo que se ha comprometido, y va a tener que hacerlo lo mejor que pueda. Caminará como un sonámbulo por su propia vida si eso es lo que tiene que hacer.

 

Se esfuerza mucho por no despreciar al chico. La madre de Jeremy le ha lavado el cerebro para que crea que su padre no es digno de su afecto, y él le ve como un inútil, tan sólo un hombre que vive con él y su madre. Pero Clayton sabe que Jeremy, al igual que él, no es más que una víctima de Enid.

 

Se pregunta cómo su vida ha llegado a convertirse en eso.

 

A menudo se plantea la posibilidad de matarse.

 

Atraviesa el país en medio de la noche. Vuelve de Chicago; rodea la parte inferior del lago Michigan, pasando por el corto tramo que atraviesa Indiana. Un poco más allá divisa el contrafuerte de un puente, y pisa el acelerador. Ciento treinta kilómetros por hora, ciento cuarenta, ciento cincuenta. El Plymouth casi se eleva del suelo. En aquella época casi nadie lleva cinturón de seguridad, pero aunque fuera así él se ha desabrochado el suyo para asegurarse de que saldrá disparado por el parabrisas y morirá. El coche se desvía hacia el arcén, levantando una estela de polvo y grava, pero entonces, en el último segundo, se incorpora de nuevo a la autopista. No se ha atrevido.

 

En otra ocasión, a unos tres kilómetros al este de Battle Creek, pierde los nervios y consigue meterse de nuevo en la carretera, pero a tanta velocidad que cuando la rueda anterior derecha se desliza por el lugar donde el pavimento se une con el arcén, pierde el control del automóvil. El coche cruza los dos carriles por delante de un trailer, salta la mediana y se detiene en la hierba alta.

 

Lo que le hace cambiar de opinión es Jeremy. Su hijo. Le da miedo dejarlo solo con ella para el resto de su vida. Dure lo que dure.

 

Un día tiene que pararse en Milford, en busca de nuevos clientes y establecimientos a los que abastecer.

 

Entra en un quiosco para comprar una barrita de chocolate, y hay una mujer tras el mostrador. Lleva una chapa con su nombre: Patricia.

 

Es guapa. Pelirroja.

 

Y parece tan dulce, tan auténtica…

 

Hay algo en sus ojos. Amabilidad. Bondad. Después de haberse pasado los últimos a?os intentando con todas sus fuerzas no mirar los ojos abismales de Enid, se siente mareado al ver ahora unos tan hermosos.

 

Se toma su tiempo para comprar la barra de chocolate. Le habla un poco del tiempo, de que hace sólo un par de días ha estado en Chicago y de que pasa mucho tiempo en la carretera. Y entonces le dice algo antes incluso de darse cuenta de que lo está diciendo.

 

—?Te gustaría comer conmigo?

 

Patricia sonríe y le dice que si vuelve treinta minutos más tarde tiene una hora libre para comer.

 

Durante esa media hora, mientras se pasea por las tiendas del centro de Milford, Clayton se pregunta qué demonios está haciendo. Está casado. Tiene una mujer y un hijo y una casa y un trabajo.

 

Pero eso no significa que tenga una vida, y eso es lo que quiere. Una vida.

 

Mientras mordisquea un bocadillo de atún en una cafetería cercana, Patricia le cuenta que no suele comer con hombres a los que acaba de conocer, pero que hay algo en él que la tiene intrigada.

 

—?Y qué es? —pregunta él.

 

—Creo que conozco tu secreto —responde ella—. La gente me transmite sensaciones, y tengo un presentimiento sobre ti.

 

Por Dios. ?Tan obvio es? ?Ha adivinado ella que está casado? ?Es capaz de leer su mente, incluso aunque cuando se han encontrado él llevaba guantes y ahora tiene la alianza de matrimonio metida en el bolsillo?

 

—?Qué tipo de presentimiento? —pregunta.

 

—Me parece que tienes problemas. ?Es ésa la razón de que atravieses el país de punta a punta? ?Estás buscando algo?

 

—Es sólo mi trabajo —replica él.

 

Y Patricia sonríe.

 

—Me pregunto… Si te ha traído aquí, a Milford, quizá sea por una razón. Quizá conduces por todo el país porque se supone que debes encontrar algo. No digo que sea yo. Pero sí algo.

 

Pero es ella. él está seguro.

 

Le dice que se llama Clayton Bigge. Es como si se le hubiera ocurrido la idea antes de saber que tiene una idea. Tal vez al principio sólo pensaba en tener una aventura, y adoptar un nombre falso no era una mala idea, incluso para una aventura.

 

Durante los meses siguientes, si sus viajes le llevan sólo hasta Torrington, él sigue hacia el sur hasta Milford únicamente para ver a Patricia.

 

Ella le adora. Le hace sentir importante. Le hace sentir que vale la pena.

 

De vuelta por la autopista de Nueva York, Clayton considera la logística.

 

La empresa está modificando algunas de las rutas de ventas. Podría conseguir la que discurre entre Hartford y Buffalo, y dejar de ir a Chicago. De ese modo, al final de cada viaje…