Sin una palabra

Y luego está la cuestión del dinero.

 

Pero Clayton se las apa?a bien. Ha tomado extraordinarias medidas para ocultarle a Enid cuánto dinero se está guardando. No importa lo que gane, para ella nunca sería suficiente. Siempre le menosprecia. Y siempre se lo gasta. Así que no importa que se guarde una parte.

 

Podría ser suficiente, piensa. Suficiente para mantener otro hogar.

 

Qué maravilloso sería ser feliz al menos la mitad del tiempo.

 

Cuando le pregunta si quiere casarse con él, Patricia le dice que sí. Su madre parece contenta, pero a su hermana Tess no le resulta simpático. Es como si supiera que hay algo inquietante en él, pero no puede decir con certeza qué es. Clayton sabe que ella no confía en él, que nunca lo hará, y cuando está con ella es especialmente cuidadoso. Y sabe también que Tess le ha contado a Patricia lo que piensa, pero Patricia le ama y le defiende siempre.

 

Cuando Patricia y él van a comprar las alianzas, él consigue que ella elija una idéntica a la que lleva en su bolsillo. Más tarde regresa a la tienda, recupera el dinero y puede llevar todo el tiempo la alianza que ya tenía. Rellena con datos falsos las solicitudes para una variedad de licencias municipales y estatales, desde el carné de conducir hasta el de la biblioteca —era bastante más fácil entonces que después del 11S— de modo que pueda falsificar la licencia matrimonial cuando llegue el momento.

 

Tiene que enga?ar a Patricia, pero intenta ser bueno con ella. Al menos cuando está en casa.

 

Ella le da dos hijos. Primero un ni?o, al que llaman Todd. Y luego, un par de a?os más tarde, una ni?a a la que bautizan como Cynthia.

 

Es un asombroso juego de malabares.

 

Una familia en Connecticut. Otra en el estado de Nueva York. Y él va y viene entre las dos.

 

Mientras es Clayton Bigge, no puede dejar de pensar en cuando deberá volver a ser Clayton Sloan. Y mientras es Clayton Sloan, sólo puede pensar en salir de viaje para poder ser de nuevo Clayton Bigge.

 

Es más fácil ser Sloan. Al menos ése es su nombre real y no tiene que preocuparse por las identificaciones. Su permiso y sus papeles son legítimos.

 

Pero cuando se encuentra en Milford, cuando es Clayton Bigge, padre de Todd y Cynthia, tiene que estar siempre en guardia. No superar el límite de velocidad. Asegurarse de que hay dinero en la cuenta. No quiere que nadie compruebe el número de su matrícula. Cada vez que se dirige a Connecticut, sale de la carretera en un lugar apartado, desatornilla las placas amarillo anaranjado de Nueva York y las sustituye por unas robadas con el azul de Connecticut. Cuando regresa a Youngstown las vuelve a sustituir. Tiene que estar atento todo el rato, vigilar desde dónde hace llamadas a larga distancia, asegurarse de que no compra nada como Clayton Sloan y dar su dirección de Milford sin darse cuenta.

 

Siempre paga en efectivo. No deja rastro.

 

Todo en su vida es falso. Su primer matrimonio está basado en una mentira que le contó Enid. El segundo, en una mentira que él le contó a Patricia. Pero pese a todas las falsedades, la duplicidad, ?ha conseguido encontrar algo de felicidad verdadera, hay algún momento en que sea…?

 

—Tengo que mear —dijo Clayton interrumpiendo su historia.

 

—?Cómo? —pregunté.

 

—Tengo que vaciar la vejiga. A menos que quieras que lo haga aquí en el coche.

 

Acabábamos de pasar junto a una se?al que indicaba un área de servicio.

 

—Ahora pararemos —le dije—. ?Cómo te sientes?

 

—No muy bien —explicó. Tosió unas cuantas veces—. Necesito beber agua. Y unos analgésicos me irían bien.

 

Yo me había llevado las pastillas de casa, pero no había pensado en coger botellas de agua. íbamos a buen ritmo; eran las cuatro de la madrugada y nos estábamos acercando a Albany. El Honda necesitaba gasolina, así que una parada corta parecía una buena idea.

 

Ayudé a Clayton a entrar en el lavabo de hombres y esperé a que terminara para ayudarle a volver al coche. El corto trayecto le había agotado.

 

—Quédate aquí. Voy a traer agua.