Sin una palabra

Porque eso es en lo que se ha convertido su vida con Enid y Jeremy: en su otra vida. Aunque fue la primera que tuvo, aunque es la única en la que puede utilizar su verdadero nombre y mostrar su auténtico permiso de conducir a la policía si le detienen, es la vida a la que no puede soportar volver, semana tras semana, mes tras mes, a?o tras a?o.

 

Pero de un modo extra?o, se acostumbra a ello. Se acostumbra a las mentiras, a los malabarismos, a inventarse descabelladas historias que expliquen por qué no puede quedarse en vacaciones. Si se encuentra en Youngstown el 25 de diciembre, se escapa a una cabina con un montón de monedas para poder llamar a Patricia y desearles a sus hijos una feliz Navidad.

 

Una vez, en Youngstown, encuentra un rincón solitario en la casa, se sienta y deja que se le escapen las lágrimas. Un llanto corto, lo suficiente para librarse de la tristeza y aliviar la tensión. Pero Enid le oye, se mete en la habitación y se sienta a su lado.

 

él se seca las lágrimas de las mejillas y se recompone.

 

Enid le pone una mano en el hombro.

 

—No seas ni?o —dice.

 

Por supuesto, al mirar atrás, la vida en Milford no era siempre idílica. Cuando tenía diez a?os Todd cogió una neumonía. Al final se curó. Y Cynthia, al llegar a la adolescencia, se volvió una chica de armas tomar. Rebelde. Se juntaba con la gente equivocada. Experimentaba con cosas para las que era demasiado joven, como alcohol y Dios sabe qué más.

 

A él le tocó ser el estricto. Patricia era siempre más paciente, más comprensiva.

 

—Es sólo una fase —le decía—. Es una buena chica. Sólo tenemos que estar ahí por si nos necesita.

 

Pero el caso era que cuando estaba en Milford, Clayton quería que la vida fuera perfecta. Y a menudo casi lo era.

 

Pero entonces tenía que volver a la carretera, pretender que se iba de viaje de negocios, y conducir hasta Youngstown.

 

Desde el principio se preguntó cuánto tiempo podía durar aquello.

 

Había momentos en los que los contrafuertes del puente parecían otra vez la única solución.

 

A veces se despertaba por la ma?ana y se preguntaba dónde estaba aquel día. Quién era aquel día.

 

También cometía errores.

 

Una vez Enid le escribió una lista de la compra y él fue a Lewiston a por algunas cosas. Una semana más tarde, Patricia está haciendo la colada y entra en la cocina con la lista en la mano.

 

—?Qué es esto? —pregunta—. Lo he encontrado en el bolsillo de tu pantalón. No es mi letra.

 

La lista de la compra de Enid.

 

A Clayton se le encoge el corazón. La mente le va a toda velocidad.

 

—La encontré el otro día en un carrito —dice finalmente—. Debía de ser de la última persona que lo había usado. Me pareció divertido comparar lo que compramos nosotros con lo que compran otras personas, así que la guardé.

 

Patricia se queda mirando la lista.

 

—Quienesquiera que sean, les gustan los cereales de fibra, como a ti.

 

—Sí —dice él, sonriendo—. Bueno, nunca había pensado que fabricaran todos esos millones de cajas de cereales sólo para mí.

 

Evidentemente, por lo menos en una ocasión puso un recorte de un periódico local de Youngstown, una foto de su hijo con el equipo de baloncesto, en la mesilla de noche equivocada. Lo recortó porque, a pesar de lo mucho que se había esforzado Enid para poner al chico en su contra, él todavía lo quería. Se veía a sí mismo en Jeremy, igual que en Todd. Era sorprendente lo mucho que Todd, a medida que crecía, se parecía a Jeremy cuando tenía su edad. Mirar a Jeremy y odiarlo era de alguna manera odiar a Todd, y eso no podía hacerlo.

 

Así que, al final de una larga jornada, después de un largo viaje, Clayton Bigge de Milford vacía sus bolsillos y deja un recorte del equipo de baloncesto de su hijo de Youngstown en el cajón de su mesita de noche. Guardó el recorte porque estaba orgulloso de su hijo, aunque lo habían puesto en su contra.

 

Nunca se dio cuenta de que era el cajón equivocado. En la casa equivocada, en la ciudad equivocada, en el estado equivocado.

 

Cometió un error parecido en Youngstown. Durante mucho tiempo no supo cuál era. Quizás otro recorte. Una lista de la compra escrita por Patricia.

 

Resultó ser una factura telefónica de la casa de Milford. A nombre de Patricia.

 

A Enid le llamó la atención.

 

Y levantó sus sospechas.

 

Pero ésta no fue directamente a él a preguntarle qué significaba aquello. Antes llevó a cabo su propia investigación. Buscó otros indicios. Empezó a acumular pruebas. Construyó un caso.

 

Y cuando creyó que ya tenía suficiente, decidió irse ella misma de viaje la próxima vez que su marido abandonara la ciudad. Un día fue hasta Milford, Connecticut. Por supuesto, eso era antes de terminar en una silla de ruedas. Cuando aún tenía movilidad.

 

Lo arregló para que alguien se encargara de Jeremy durante un par de días.

 

—Esta vez me voy con mi marido —dijo.

 

En coches separados.

 

—Lo cual nos lleva —dijo Clayton, sentado junto a mí, agotado y tomando otro sorbo de su botella de agua— a la noche en cuestión.

 

 

 

 

 

Capítulo 45