Sin una palabra

Me encogí de hombros.

 

—No especialmente.

 

—Dos desconocidos llaman a su puerta y ella no siente miedo. ?No te parece extra?o?

 

Otro encogimiento de hombros.

 

—Tal vez. Supongo.

 

—No mirasteis debajo de la manta, ?verdad? —preguntó preocupado Clayton.

 

 

 

 

 

Capítulo 42

 

 

Volví a sacar el móvil y llamé a Vince.

 

—Vamos —imploré inundado de ansiedad.

 

No podía dar con Cynthia, y ahora era presa del pánico por si le había pasado algo a un tipo al que sólo el día antes veía como un matón cualquiera.

 

—?Está ahí? —inquirió Clayton desplazando las piernas hacia el borde de la cama.

 

—No —respondí.

 

Después de seis timbres, saltó el buzón de voz. No me molesté en dejar un mensaje.

 

—Tengo que volver a la casa.

 

—Dame un minuto —me pidió, avanzando lentamente hacia el borde de la cama.

 

Me dirigí de nuevo al armario, encontré un par de pantalones, una camisa y una chaqueta fina.

 

—?Necesitas ayuda? —ofrecí, dejando las prendas en la cama.

 

—Estoy bien —me tranquilizó. Parecía estar sin aliento, así que tomó un poco de aire y dijo—: ?Has encontrado calcetines y calzoncillos?

 

Eché otro vistazo al armario, pero no encontré nada, así que miré en el compartimiento de la mesilla de noche.

 

—Aquí —dije sacando la ropa y alargándosela.

 

Estaba listo para ponerse en pie junto a la cama, pero si iba a abandonar la habitación necesitaba sacarse la intravenosa. Despegó la cinta adhesiva y extrajo el tubo de su brazo.

 

—?Estás seguro de esto? —pregunté.

 

Asintió y me dedicó una débil sonrisa.

 

—Si hay alguna posibilidad de ver a Cynthia, encontraré la fuerza.

 

—?Qué está pasando aquí?

 

Ambos volvimos la cabeza hacia la puerta, donde vimos a una enfermera delgada y negra, de cuarenta y tantos a?os y con una expresión de asombro.

 

—Se?or Sloan, ?qué demonios cree que está haciendo?

 

Acababa de desabrocharse los botones de la bata, así que estaba allí frente a ella con el culo al aire. Tenía las piernas blancas y flacas, y sus genitales se habían encogido casi hasta desaparecer.

 

—Me estoy vistiendo —replicó él—. ?A usted qué le parece?

 

—?Quién es usted? —preguntó ella dirigiéndose a mí.

 

—Su yerno —respondí.

 

—No le había visto nunca antes —dijo—. ?No sabe que ha finalizado el horario de visitas?

 

—Acabo de llegar a la ciudad —expliqué—, y necesitaba ver enseguida a mi suegro.

 

—Va a tener que irse ahora mismo —me informó—. Y usted, se?or Sloan, métase de nuevo en la cama. —Ahora se encontraba a los pies de ésta y vio la intravenosa suelta—. ?Por el amor de Dios! —exclamó—. ?Qué ha hecho?

 

—Me voy —dijo Clayton mientras se ponía los calzoncillos blancos.

 

Teniendo en cuenta el estado en que se encontraba, aquellas palabras tenían un doble significado. Se apoyó en mí mientras se agachaba para subir los calzoncillos por las piernas.

 

—Eso es exactamente lo que le va a pasar si no vuelve a conectarse eso ahora mismo —dijo la enfermera—. Eso está fuera de toda discusión. ?Me va a obligar a llamar al doctor en plena noche?

 

—Haga lo que tenga que hacer —le indiqué.

 

—Lo primero que voy a hacer es llamar a Seguridad —dijo mientras daba media vuelta sobre sus zapatos con suela de goma y abandonaba la habitación.

 

—Ya sé que es pedir mucho —me disculpé—, pero tendrías que darte prisa. Voy a ver si encuentro una silla de ruedas.

 

Salí al pasillo y vi una silla vacía junto al mostrador de las enfermeras. Corrí hacia allí para hacerme con ella y vi a la enfermera de antes hablando por teléfono. Al terminar su llamada, vio cómo me dirigía de vuelta a la habitación de Clayton empujando la silla de ruedas.

 

Se dirigió hacia mí corriendo, agarró el manillar con una mano y mi brazo con la otra.

 

—Se?or —dijo, bajando la voz para no despertar a los demás pacientes, pero sin perder el tono autoritario—. No puede llevarse a ese hombre del hospital.

 

—él quiere marcharse —se?alé.

 

—Entonces es que no puede pensar con claridad —dijo—. Y si él no puede, debe hacerlo usted por él.

 

Me sacudí su mano de encima.

 

—Esto es algo que tiene que hacer.

 

—?Quién lo dice, usted?

 

—él lo dice. —En ese momento bajé la voz y me puse serio—. Puede que ésta sea su última oportunidad de ver a su hija, y a su nieta.

 

—Si quiere verlas, puede pedirles que vengan aquí —replicó—. Incluso podríamos ser flexibles con las horas de visita si eso representa un problema.

 

—Es un poco más complicado que eso.

 

—Estoy listo —informó Clayton.

 

Había llegado a la puerta de la habitación. Se había puesto los zapatos sin calcetines y llevaba la camisa sin abotonar, pero llevaba la chaqueta y parecía que se hubiera pasado los dedos por el pelo. Su aspecto era el de un vagabundo anciano.