Sin una palabra

La enfermera no daba su brazo a torcer. Soltó de repente la silla de ruedas y se acercó a Clayton hasta quedar justo frente a su cara.

 

—No puede irse, se?or Sloan. Necesita que su médico, el doctor Vestry, le dé el alta, y le puedo asegurar que eso no va a suceder. Voy a llamarle ahora mismo.

 

Yo acerqué la silla para que Clayton pudiera sentarse. Luego di media vuelta y nos dirigimos al ascensor.

 

La enfermera volvió a su mostrador, descolgó el teléfono y exclamó: —?Seguridad! ?He dicho que les necesito aquí arriba ahora mismo!

 

Las puertas del ascensor se abrieron y empujé dentro la silla de Clayton; luego pulsé el botón del primer piso y observé cómo la enfermera nos miraba hasta que las puertas se cerraron de nuevo.

 

—Cuando se abran las puertas —le dije con calma a Clayton—, voy a tener que empujarte a toda pastilla para largarnos de aquí.

 

Su única respuesta fue agarrar con las manos los brazos de la silla, con fuerza. En aquel momento deseé que llevara cinturón de seguridad.

 

Las puertas se abrieron; sólo unos quince metros nos separaban de la puerta de Urgencias y del aparcamiento que se extendía tras ellas.

 

—Sujétate bien —susurré, y salí disparado.

 

La silla no estaba hecha para hacer carreras, pero la empujé hasta el punto que las ruedas delanteras empezaron a bambolearse. Me preocupaba que de pronto se torciera a derecha o a izquierda, o que Clayton saliera disparado y terminara con el cráneo fracturado antes de que pudiera meterlo en la ranchera de Vince. Así que apoyé un poco más de peso en el manillar e incliné la silla hacia atrás, como si llevara una carretilla.

 

Clayton se agarró con fuerza.

 

La pareja de ancianos que había visto en la sala de espera atravesaba en ese momento el vestíbulo.

 

—?Apártense! —les grité.

 

La mujer volvió la cabeza y tiró del marido justo en el momento en que pasábamos a su lado a la carrera.

 

Los sensores de las puertas correderas de la entrada de Urgencias no tuvieron tiempo de detectarnos, así que debí frenar para no lanzar a Clayton a través del cristal. Reduje la velocidad tan rápido como pude sin hacer que saliera disparado hacia delante y se cayera de la silla, y fue entonces cuando alguien que supuse que sería el guarda de seguridad se acercó por detrás y gritó: —?Eh! Deténgase ahora mismo, colega.

 

Tenía la adrenalina tan disparada que no me paré a pensar lo que hacía. Ahora sólo me guiaba por el instinto. Me di la vuelta aprovechando el impulso que parecía haber acumulado en mi carrera por el vestíbulo, mientras cerraba el pu?o en el proceso, y le di a mi perseguidor en plena cabeza.

 

No era un tipo muy grande, de unos setenta y cinco kilos, y un metro setenta, con pelo negro y bigote; debía de imaginarse que el uniforme gris y el cinturón ancho y negro con la pistola colgando harían el resto. Por fortuna aún no había sacado el arma, porque habría dado por supuesto que un hombre arrastrando a un paciente moribundo en una silla de ruedas no suponía una gran amenaza.

 

Estaba equivocado.

 

Se cayó sobre la puerta de Urgencias como si alguien le hubiera cortado los hilos. Se oyó chillar a una mujer pero no perdí ni un segundo en averiguar quién era, o si alguien más venía tras de mí. Me di la vuelta de nuevo, agarré el manillar de la silla de ruedas y seguí empujando a Clayton hacia el aparcamiento, justo hasta la puerta del acompa?ante del Dodge.

 

Saqué las llaves, le di al control remoto y abrí la puerta. El asiento de la ranchera quedaba alto, y tuve que coger a Clayton en brazos para que pudiera sentarse. Cerré la puerta de golpe, rodeé el vehículo hasta el otro lado y golpeé la silla de ruedas con el neumático delantero derecho mientras salía marcha atrás. Oí cómo golpeaba el guardabarros.

 

—?Mierda! —exclamé al recordar cómo cuidaba Vince su preciado coche.

 

Las ruedas de la ranchera chirriaron mientras abandonaba el aparcamiento, en dirección a la autopista. Pude ver con el rabillo del ojo al personal de Urgencias salir por la puerta a tiempo para ver cómo nos íbamos.

 

—Tenemos que volver a mi casa —dijo Clayton, que parecía exhausto.

 

—Lo sé —respondí—. Allí es adonde voy. Necesito saber por qué no contesta Vince y asegurarme de que todo va bien, quizás incluso enfrentarme a Jeremy si aparece, en caso de que no lo haya hecho ya.

 

—Y hay algo que tengo que coger —explicó Clayton—. Antes de ir a ver a Cynthia.

 

—?El qué?

 

Levantó débilmente la mano hacia mí.

 

—Más tarde.

 

—Van a llamar a la policía —dije refiriéndome a la gente del hospital—. Prácticamente he secuestrado a un paciente y he atacado a uno de los guardas de seguridad. Estarán buscando esta ranchera.

 

Clayton no dijo nada.