—Sí —digo—. ?En qué puedo servirla?
—Me llamo Elida White —dice— y llamo de la Asociación Abrahámica de Boston. Somos un consejo interreligioso.
—Ajá —digo. No es ninguno de los grupos a los que he estado llamando últimamente. El nombre no me suena—. ?Abrahámica? —pregunto.
—La religión musulmana, la judía y la cristiana descienden de Abraham —explica—. Nosotros pretendemos reunir estos tres grupos y trabajar a partir de nuestras similitudes, en lugar de nuestras diferencias.
—Ajá —repito—, muy bien. ?Qué puedo hacer por usted?
—Le explico —dice—: esta semana, nuestra organización recibió una llamada del Consejo Ecuménico de Estados Unidos y me la remitieron a mí. Me hablaron de su abuela y me dijeron que una familia musulmana la ayudó a huir de París.
—Así es —digo en voz baja.
—He consultado todos nuestros registros y entre nuestros miembros no figura ningún Jacob Levy cuya fecha de nacimiento coincida con la que nos ha dado —dice.
—Ajá —le digo, abatida. Otra vía muerta—. Muchas gracias por mirarlo, pero no hacía falta que llamara.
—Ya sé que no hacía falta, pero es que aquí hay alguien que quisiera conocerla y, además, nos gustaría ayudarla. Es nuestra obligación. ?Puede venir a vernos hoy? Tengo entendido que su abuela está delicada de salud y que el tiempo es de fundamental importancia. Me doy cuenta de que no le aviso con antelación, pero veo que está usted en el cabo Cod, de modo que no tardará más de una hora o dos en llegar. Yo vivo en Pembroke.
Conozco Pembroke y sé que queda en South Shore, junto a la autopista que conduce a Boston. Tardaría menos de una hora y media en llegar hasta allá, pero no comprendo para qué tengo que ir, si no figura ningún Jacob Levy en sus registros.
—Me temo que hoy no va a poder ser —le digo—. Tengo una panadería y no cierro hasta las cuatro.
—Venga después —dice la mujer enseguida—. Venga a cenar.
Hago una pausa.
—Le agradezco la invitación, pero…
Me interrumpe.
—Por favor. Mi abuela quiere conocerla: tiene más de noventa a?os, es musulmana y ella también brindó refugio a judíos durante la guerra.
Se me acelera el corazón.
—?También es de París?
—No —dice la mujer—, somos de Albania. ?Sabe una cosa? Los musulmanes albaneses salvaron a más de dos mil de nuestros hermanos judíos. Cuando le conté la historia de su Jacob Levy, se quedó atónita, porque no sabía que en París otros musulmanes hubiesen hecho lo mismo. Por favor, a ella le gustaría que usted viniera a contarle su historia y querría contarle a usted la suya, a su vez.
Miro a Annie, que me observa esperanzada.
—?Puedo llevar a mi hija? —pregunto.
—Desde luego —dice Elida de inmediato—. Será un gusto conocerla, igual que a usted, y, después de contarnos nuestras historias, la ayudaremos a encontrar a este Jacob, ?le parece? Mi abuela dice que ella sabe lo importante que es encontrar el pasado aquí, en el presente.
—Aguarde un momento, por favor —le digo.
Tapo el teléfono con la mano y le explico brevemente a Annie lo que solicita Elida.
—Tenemos que ir, mamá —dice, con toda seriedad—. La abuela de esta se?ora es como Mamie. Con la diferencia de que viene de Albania, en lugar de venir de Francia, y que es musulmana, en lugar de judía. Tenemos que ir a hablar con ella.
Observo a mi hija por un momento y me doy cuenta de que tiene razón. Mi abuela está en coma, pero la de Elida todavía puede hablar. Es posible que nunca sepamos toda la historia de lo que le ocurrió a mi abuela, pero puede que oír la de otra mujer que vivió en la misma época y pasó por una situación similar a la de Mamie nos ayude a comprender.
—De acuerdo —le digo a Elida—. Llegaremos alrededor de las seis. Deme la dirección, por favor.
Annie invita a Alain a venir con nosotras a Pembroke, pero él dice que prefiere quedarse con Mamie. Pasamos por el hospital a verla unos minutos y después Annie y yo volvemos a partir, con la promesa de recoger a Alain a nuestro regreso. Ha logrado conquistar a las enfermeras de noche para que hagan la vista gorda con respecto a los horarios de visita y todas conocen su historia y saben que ha estado lejos de su hermana durante casi setenta a?os.
Unos minutos pasadas las seis, salimos de la autopista en Pembroke. Gracias a las indicaciones que nos ha dado Elida, encontramos la dirección con bastante facilidad. Es una casa de dos pisos, pintada de azul y con persianas blancas, en un barrio peque?o y bien cuidado situado justo detrás de una iglesia católica. Annie y yo nos miramos, nos apeamos del coche y tocamos el timbre.