La lista de los nombres olvidados

—?Y por qué no? —responde Gavin—. Lo peor que puede pasar es que digan que no.

 

—Vale, de acuerdo —acepto y muevo la cabeza de un lado a otro, dispuesta a acabar con esta conversación fútil—. ?Y te parece que podremos encontrarlo, ahora que tenemos la fecha de nacimiento?

 

—Creo que aumenta nuestras probabilidades —dice Gavin—. Tal vez siga aún por ahí.

 

—Tal vez —coincido.

 

?O tal vez murió hace mucho tiempo y toda esta búsqueda es inútil?, pienso.

 

?Oye, gracias —a?ado y no estoy segura de si le agradezco la conversación que acabamos de tener o solo que nos ayude a tratar de encontrar a Jacob.

 

—De nada, Hope. Ma?ana llamaré a un montón de sinagogas. Tal vez descubramos algo. Te veo ma?ana por la noche en el hospital.

 

—Gracias —le vuelvo a decir.

 

Cuelga y me quedo con el teléfono en la mano, preguntándome por lo que acaba de pasar. ?Será posible que, simplemente, me haya vuelto vieja y amargada y que este tío que aún no ha cumplido los treinta sepa más que yo sobre la vida y el amor?

 

Aquella noche me quedo dormida deseando fervientemente y por primera vez —que yo recuerde— no ser más que una idiota y que todas las cosas que me he acostumbrado a creer no sean verdad en absoluto.

 

 

 

 

 

Capítulo 21

 

 

Annie y Alain acompa?an a Gavin al templo la noche siguiente, mientras yo me quedo con Mamie después de que finalice el horario de visitas, tras sobornar a las enfermeras de la planta con una tarta de queso con limón y uvas y una caja de galletas de la panadería.

 

—Mamie, necesito que te despiertes —le susurro, cuando se atenúan las luces de la habitación.

 

Le cojo la mano y miro hacia la ventana, que está del otro lado de su cama de hospital. El crepúsculo casi se ha convertido en noche cerrada y han salido las estrellas que Mamie tanto quiere. Parecen titilar con menos intensidad que antes y me pregunto si se estarán apagando, como yo, ahora que Mamie no les presta atención.

 

—Te echo de menos —le susurro al oído.

 

Los aparatos que la controlan siguen emitiendo se?ales acústicas a un ritmo tranquilizador, pero no le devuelven la conciencia. La doctora nos ha dicho, a Alain y a mí, que a veces solo es cuestión de tiempo y que el cerebro se cura a sí mismo cuando llega el momento. Lo que no ha dicho —aunque lo vi en sus ojos— es que también es posible que la persona jamás se recupere. Poco a poco voy cayendo en la cuenta de que tal vez no vuelva a ver los ojos de mi abuela nunca más.

 

No me consideraba el tipo de persona que necesita a los demás. Mi madre siempre fue muy independiente y, cuando murió mi abuelo —yo tenía diez a?os—, Mamie siempre estaba ocupada con la panadería, demasiado ocupada para seguir contándome cuentos de hadas y para que yo le hablara de la escuela y de mis amigos y de todo lo que me pasaba por la imaginación y, como a mi madre nunca le habían interesado demasiado aquellas historias, poco a poco me acostumbré a no contarlas.

 

?No necesito a nadie?, me decía a mí misma a medida que iba creciendo. No hablaba con mi madre ni con mi abuela sobre las notas, los chicos, las decisiones académicas ni nada. Las dos parecían demasiado absortas, cada una en su propio mundo, y yo me sentía como una intrusa en los dos, de modo que creé mi propio mundo.

 

Solo cuando nació Annie aprendí a dejar entrar a otra persona y, ahora que mi hija ronda la edad a la que tuve que aprender a valerme por mí misma, me he dado cuenta de que me aferro a ella con más fuerza: no quiero que las circunstancias la alejen de mi universo y la metan en uno exclusivamente suyo, como me pasó a mí, y eso —me doy cuenta— es lo que me diferencia de mi abuela y de mi madre.

 

Sin embargo, ahora que Mamie ha experimentado una regresión y se ha vuelto casi como una ni?a, a medida que el alzheimer le roba la vida, he visto que va volviendo también a mi universo y me he dado cuenta de que no estoy dispuesta a quedarme solo con Annie, sino que necesito aquí a Mamie un poco más de tiempo.

 

—Regresa, Mamie —le susurro a mi abuela—. Vamos a tratar de localizar a Jacob, ?vale? Pero tú tienes que volver con nosotros.

 

Cuatro días después, el estado de Mamie no ha cambiado y, cuando acabo de abrir la panadería, pasa Matt con un montón de papeles en la mano. Me invade la desesperación. Después de acontecimientos tan dramáticos como el derrame cerebral de Mamie y el descubrimiento de la existencia de Alain y de Jacob, casi me había olvidado de que mi negocio estaba en apuros.

 

—Voy a ir directamente al grano —dice Matt, cuando hemos intercambiado unos saludos tensos—: a los inversores no les gustan las cifras.

 

Me lo quedo mirando fijamente.

 

—De acuerdo… —digo.

 

—Y, para serte sincero, que te marchases y te fueses a París justo cuando se estaban planteando la decisión de invertir ha sido… digamos que… bastante insensato.

 

Suspiro.

 

—Tal vez lo sea, desde una perspectiva comercial…

 

—?Y qué otra cosa está en juego justo ahora?

 

Bajo la vista a la bandeja de Star Pies que tengo en las manos desde que Matt ha entrado.

 

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