La lista de los nombres olvidados

—No te preocupes por eso —le digo.

 

Miro a Matt con irritación y al menos tiene el detalle de parecer ligeramente avergonzado. Carraspea y se vuelve, como para concedernos, a Alain y a mí, un poco de privacidad.

 

—Hope, somos de la familia —dice Alain—. ?Cómo no me voy a preocupar, si algo va mal? ?Por qué no me lo has dicho?

 

Respiro hondo.

 

—Porque ha sido culpa mía —digo—. He tomado algunas decisiones financieras equivocadas. Mi capacidad crediticia se ha ido al garete y eso está vinculado con el crédito de mi negocio.

 

—Pero eso no justifica que no me lo hayas dicho —dice Alain. Da un paso al frente y me apoya en la mejilla una mano cálida y nudosa—. Soy tu tío.

 

Siento que se me llenan los ojos de lágrimas.

 

—Perdona. Es que no quería preocuparte. Con todo esto de mi abuela…

 

—Razón de más para apoyarte en mí —dice. Me roza la mejilla con la palma de la mano y se vuelve para llamar a Matt—: ?Joven!

 

—?Sí?

 

Matt se vuelve, con los ojos como platos, como si no hubiese estado prestando atención a cada palabra.

 

—Ya se puede marchar. Mi sobrina y yo tenemos que hablar.

 

—Pero yo… —empieza a decir Matt.

 

Alain lo interrumpe también.

 

—No sé quién es usted ni qué tiene que ver con todo esto —dice Alain.

 

—Soy el vicepresidente del Bank of Cape Cod —dice Matt, envarado, y se yergue un poco más—. Hemos concedido un préstamo a Hope y, lamentablemente, ahora tenemos que reclamarle que lo devuelva. La decisión no ha sido mía, se?or. Es una cuestión comercial.

 

Trago saliva y miro a Alain, que ha enrojecido.

 

—Conque así es, ?no? —le dice a Matt—. ?Y los sesenta a?os de tradición? Mi familia ha cocinado para este pueblo durante sesenta a?os y, de pronto, ustedes deciden que ya está bien. ?Y ya está?

 

—No es nada personal —dice Matt y me mira—. En realidad, he tratado de colaborar. Hope se lo dirá, pero los inversores que había logrado interesar se echaron atrás cuando Hope se fue a París. Lo lamento, pero creo que la tradición ha llegado a su fin.

 

Bajo la mirada hacia el suelo y cierro los ojos.

 

—Joven —dice Alain al cabo de un momento—, el legado no consiste en esta panadería, sino en la tradición familiar que representa. Eso no tiene precio. Hace setenta a?os, unos hombres que no entendían nada de familias ni de conciencias, sino que solo sabían de órdenes y de riqueza, nos quitaron nuestra primera panadería y, gracias a mi hermana, a su hija y a su nieta, la tradición ha sobrevivido.

 

—No entiendo qué tiene que ver esto con un préstamo —dice Matt.

 

Alain me coge la mano y me la aprieta.

 

—Usted y su banco están cometiendo un error, joven —dice—, pero Hope saldrá adelante, porque es una superviviente, igual que su abuela. En eso consiste nuestra tradición y también sobrevivirá.

 

Siento como si el corazón se me fuera a salir del pecho. Alain me coge suavemente de la mano y me conduce hacia el obrador.

 

—Ven, Hope —me dice—, vamos a preparar un Star Pie para llevarle a Rose. Seguro que este joven sabe encontrar por sí mismo la salida.

 

Aquella tarde, provista de la fecha de nacimiento de Jacob Levy, me pongo a llamar por teléfono a las organizaciones interconfesionales que he encontrado en Google. Lo había estado postergando, porque reconozco que es una posibilidad muy remota, pero mi desilusión ha llegado al límite. Me siento como si todas las respuestas que recibo fuesen negativas.

 

?Puedo salvar la panadería? No.

 

?Sabemos si Mamie despertará alguna vez? No.

 

?Es probable que aún esté a tiempo de darle la vuelta al follón que es mi vida? No.

 

Empiezo por la Alianza Ecuménica y, siguiendo mi lista, continúo con el Consejo para un Parlamento de las Religiones del Mundo, la Red Ecuménica Estadounidense, la Iniciativa de las Religiones Unidas y el Congreso Internacional de la Fe. A la persona que me atiende le cuento brevemente la historia de que Jacob llevó a Mamie con un cristiano que le buscó refugio entre musulmanes, le doy el nombre y la fecha de nacimiento de Jacob y le digo que, aunque sé que la probabilidad es remota, estoy tratando de encontrarlo y me parece posible que esté vinculado con alguna organización interconfesional en Estados Unidos. Todos reaccionan ante mi historia con exclamaciones de sorpresa y admiración y me dicen que transmitirán mi información a las personas adecuadas y que, si averiguan algo, se pondrán en contacto conmigo.

 

El domingo por la ma?ana, a eso de las ocho, Annie y yo estamos solas en la panadería, estirando la masa en silencio, cuando suena el teléfono. Annie se limpia las manos en el delantal y coge el auricular.

 

—Panadería Estrella Polar, habla Annie —dice. Escucha por un minuto y me extiende el auricular con una expresión curiosa—. Es para ti, mamá.

 

Me limpio las manos y cojo el teléfono.

 

—Hola, Panadería Estrella Polar, dígame —digo.

 

—?Hablo con Hope McKenna-Smith?

 

Es una voz de mujer y tiene un ligero acento.

 

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