La lista de los nombres olvidados

La abuela de Elida a?ade algo y ella sonríe y le responde en albanés. Se vuelve hacia nosotras y nos dice:

 

—Le he dicho a mi abuela que conozco el resto de la historia, así que puedo contarla yo misma. Yo tenía veinticinco a?os cuando cayó el comunismo, en 1992, y nuestro país se volvió a abrir al mundo. Sin embargo, el comunismo nos había destruido, ?saben? éramos muy pobres. No teníamos futuro en Albania, pero tampoco teníamos dinero para marcharnos. Yo vivía con mi abuela y con mis padres. Mi abuelo había muerto varios a?os antes. Un día, llamaron a nuestra puerta.

 

—?Era Ezra Berenstein? —interrumpe Annie con impaciencia.

 

—No —responde Elida con una sonrisa—, pero vas bien encaminada. El se?or Berenstein había muerto hacía varios a?os, al igual que su esposa, pero las hijas, Sandra y Ayala, nunca habían olvidado el tiempo que estuvieron en la casa de mis abuelos. Para entonces ya eran cincuentonas y estaban tratando de lograr que otorgaran a mis abuelos el premio Justo entre las Naciones, que se concede a quienes han salvado judíos poniendo en peligro su propia vida. Entonces se encontraban a la puerta de nuestra casa, casi cincuenta a?os después de su primer viaje a Albania en busca de refugio, con el deseo de devolver a mis abuelos lo que ellos les habían dado.

 

?Mi abuela les explicó que la Besa no se devuelve —prosigue Elida—; en todo caso, no en la tierra. Les dijo que había sido su obligación ayudarlos, su obligación para con Dios y con la humanidad, y que estaba muy contenta de que hubieran sobrevivido y llevado una vida dichosa. Ayala vivía entonces en Estados Unidos y se había casado con un hombre muy acaudalado, un médico llamado William; se había convertido al cristianismo y tenían dos hijos varones, le dijo a mi abuela. Dijo que todo se lo debía a mi abuela, porque, sin su ayuda, ni ella ni su familia habrían sobrevivido. Dijo a mi abuela que quería ayudarnos a salir de Albania y traernos a Estados Unidos y un a?o después, tras conseguirnos los visados, fue lo que hizo. Mis padres decidieron quedarse en Albania, pero mi abuela y yo nos trasladamos aquí, a Boston, para emprender una nueva vida.

 

—?Sigue viendo a Ayala y a su familia? —pregunta Annie.

 

Elida sonríe.

 

—Todos los días. Es que me casé con el hijo mayor de Ayala, Will, y ahora nuestras familias están unidas para siempre.

 

—Es increíble —musito.

 

Sonrío a la abuela de Elida, que parpadea unas cuantas veces y me devuelve la sonrisa. Pienso en la cantidad de vidas que cambió cuando ella y su esposo tomaron la decisión de refugiar a una familia judía, aun a pesar de que aquello podría haberles costado la vida.

 

—Muchísimas gracias por contarnos su historia.

 

—Ah, pero miren que la historia no ha acabado —dice Elida.

 

Sonríe, se mete la mano en el bolsillo, extrae un trozo de papel doblado y me lo entrega.

 

—?Qué es? —le pregunto, mientras empiezo a abrirlo.

 

—Es Besa —dice—. Ustedes buscan a Jacob Levy y su solicitud llegó hasta mí. Mi esposo, Will, el hijo de Ayala, a quien mi abuela salvó hace casi setenta a?os, es agente de policía. Le he pedido que hiciera este favor y ha encontrado a su Jacob Levy, nacido en París, Francia, el día de Navidad de 1924. —Se?ala con la cabeza el trozo de papel que tengo en la mano—. Esa es su dirección. Hasta hace un a?o, vivía en la ciudad de Nueva York.

 

—Espere —interrumpe Annie, me arrebata el trozo de papel y lo mira fijamente—, ?ha encontrado a Jacob Levy? ?Al Jacob Levy de mi bisabuela?

 

Elida sonríe.

 

—Creo que sí. La información que me ha dado coincide con la que nos dio tu madre. —Se vuelve hacia mí—. Ahora tienen que ir a buscarlo.

 

—?Cómo podré agradecérselo? —pregunto con voz temblorosa.

 

—No hace falta —dice Elida—. La Besa es un honor para nosotros. Basta con que nos prometa que jamás olvidará lo que ha aprendido hoy aquí.

 

—Jamás —dice Annie enseguida. Me devuelve el trozo de papel con los ojos grandes como platos—. Gracias, se?ora White. No lo olvidaremos nunca, jamás. Se lo prometo.

 

 

 

 

 

Capítulo 22

 

 

GALLETAS DE ALMENDRAS Y CANELA

 

INGREDIENTES

 

2 barras de mantequilla sin sal (alrededor de 200 gramos)

 

1 ? taza bien compacta de azúcar moreno

 

2 huevos grandes

 

1 cucharadita de extracto de almendras

 

2 ? tazas de harina

 

1 cucharadita de bicarbonato

 

1 cucharadita de sal

 

1 taza de azúcar con canela (? de taza de azúcar granulado mezclado con ? de taza de canela)

 

PREPARACIóN

 

En un bol grande, batir la mantequilla y el azúcar moreno hasta conseguir una mezcla homogénea. Incorporar los huevos y el extracto de almendras y mezclar bien.

 

Tamizar juntas la harina, el bicarbonato y la sal y a?adir a la mezcla hecha con la mantequilla, más o menos media taza a la vez. Batir hasta que quede todo bien mezclado.

 

Dividir la masa en 5 partes y hacer rollos; envolver cada rollo en papel film y congelar hasta que se endurezca.

 

Precalentar el horno a 180 grados.

 

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