La lista de los nombres olvidados

—Pues bien, en primer lugar, él solo tiene veintinueve a?os y no le puedo pedir que se haga cargo de una adolescente.

 

—Me da la impresión de que no se lo has pedido —dice Alain— y, sin embargo, él ya ha asumido la responsabilidad. ?No le corresponde a él tomar esa decisión?

 

Agacho la cabeza.

 

—Pero es que para mi madre los hombres siempre eran lo primero y todo el tiempo me daba la sensación de que le importaban más que yo. Su vida giraba en torno a la persona con la que estaba saliendo y me he prometido a mí misma que nunca, jamás, permitiría que mi hija sintiese lo mismo.

 

—Tú no eres tu madre —dice Alain al cabo de un momento.

 

—?Y si llego a ser como ella? —pregunto con voz queda—. ?Y si, ahora que me he divorciado, hago precisamente eso? No me puedo permitir seguir ese camino. Annie tiene que ser lo primero, pase lo que pase.

 

—Dejar entrar a alguien en tu vida no quiere decir que dejes fuera a Annie —dice Alain con cautela.

 

Siento las lágrimas que me ruedan por las mejillas y me sorprendo al advertir que me he echado a llorar.

 

—?Y si me hace da?o? —le suelto—. ?Y si lo dejo entrar en mi vida y me parte el corazón? ?Y si le hace da?o a Annie? Después de todo lo que ha tenido que pasar con su padre, no podré soportar hacerle da?o yo también.

 

Alain me da unas palmaditas en la mano.

 

—Es cierto: es un riesgo que corres —dice—, pero en la vida hay que correr riesgos. Si no, no vives.

 

—Pero así estoy bastante bien —le digo— y tal vez sea suficiente. ?Cómo sabes que Gavin no lo cambiará?

 

—No lo sé —dice Alain—, pero hay una sola manera de averiguarlo.

 

Alain se pone de pie y coge mi teléfono móvil de la encimera, donde se está cargando.

 

—Llámalo y pídele que te acompa?e ma?ana. No hace falta que tomes ninguna decisión por ahora, pero abre la puerta, Hope. Abre la puerta para dejarlo entrar.

 

Cojo el teléfono que me ofrece y respiro hondo.

 

—De acuerdo.

 

Annie se despierta conmigo a las tres de la ma?ana y, mientras bebo café frente a la mesa de la cocina y leo el periódico de ayer, ella come Rice Krispies y bebe un vaso de zumo de naranja, sin quitarme los ojos de encima.

 

—?Entonces el se?or Keyes ha dicho que sí? —pregunta—. ?Irá contigo?

 

—Pues sí —le digo y carraspeo—. Pasará por aquí a las cuatro.

 

—Estupendo —dice ella—. El se?or Keyes es muy amable, ?no te parece?

 

Asiento y miro mi café.

 

—Efectivamente —digo con cautela.

 

—Se le da bien arreglar cosas.

 

La miro con extra?eza.

 

—Pues sí, claro. A eso se dedica.

 

Suelta una carcajada.

 

—No, bueno, o sea, que arregla personas y cosas. Vamos, que le gusta ayudar a los demás.

 

Sonrío.

 

—Sí, supongo que sí.

 

Annie no dice nada por un segundo.

 

—O sea, bueno, que ya sabes que le gustas, ?no? Se nota, por la forma en que te mira.

 

Siento que el rubor me sube por el cuello. No estoy lista para hablar de este tema con Annie.

 

Pruebo a hacer un chiste malo:

 

—?Como tu padre mira a Sunshine?

 

Annie hace una mueca.

 

—No, no es lo mismo.

 

Río y estoy a punto de a?adir algo, en se?al de protesta, pero ella se me adelanta.

 

—Papá mira a Sunshine como si tuviera miedo, me parece —dice.

 

—?Miedo?

 

Lo piensa durante un minuto.

 

—Miedo de quedarse solo —dice—. En cambio, Gavin te mira de otra forma.

 

—?Qué quieres decir? —pregunto con suavidad.

 

Me doy cuenta de que me apetece mucho oír su respuesta.

 

Se encoge de hombros y baja la vista a sus cereales.

 

—No lo sé. Como si simplemente quisiera estar contigo. Como si le parecieras fantástica. Como si quisiera hacer cosas para facilitarte la vida.

 

Guardo silencio por un minuto. No sé qué decir.

 

—?Y eso te molesta? —me atrevo a preguntar por fin.

 

Annie parece sorprendida.

 

—No. ?Por qué?

 

Me encojo de hombros.

 

—No lo sé. Ha sido difícil para ti ver a tu padre con otra pareja tan pronto. Supongo que me gustaría que supieras que yo no voy a hacer lo mismo, que tú eres mi prioridad absoluta, ahora y siempre.

 

La miro con detenimiento mientras se lo digo. Quiero que sepa que lo digo en serio.

 

Parece incómoda.

 

—Ya lo sé —dice—, pero eso no quiere decir que no puedas, o sea, salir con el se?or Keyes.

 

Echo a reír.

 

—Cari?o, no me ha invitado a salir.

 

—Aún no —dice y hace una pausa—. Y seguro que no lo ha hecho, porque tú te comportas como si él no te gustara. Pero, o sea, es que no puedes quedarte sola para siempre.

 

Mis pensamientos de la noche anterior acuden en tropel.

 

—No estoy sola —digo con voz queda—. Te tengo a ti y a Mamie y ahora también a Alain.

 

—Mamá, no voy a estar aquí siempre —dice con seriedad—. Me tendré que ir a la universidad, ?no?, o sea, dentro de unos a?os y es probable que Alain tenga que regresar a París, ?verdad? Y Mamie se va a morir algún día.

 

Doy un respingo, porque yo no había sabido sacar el tema con Annie.

 

—Pues sí, aunque espero que todavía podamos disfrutarla un poco más. —Hago una pausa—. ?No te afecta la idea de que, probablemente, la perdamos dentro de poco?

 

Se encoge de hombros:

 

—La echaré mucho de menos, ?no?

 

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