La lista de los nombres olvidados

—Yo también.

 

Nos quedamos en silencio un buen rato. Me da mucha pena por mi hija, que ya ha tenido que experimentar demasiadas pérdidas.

 

—No quiero que te quedes sola, mamá —dice Annie al cabo de un momento—. Nadie debería estar solo.

 

Asiento y parpadeo para suprimir unas lágrimas inesperadas.

 

—Pero encuentra a Jacob, ?vale? —musita—. Tienes que encontrarlo.

 

—Ya lo sé. Yo también quiero encontrarlo. Te prometo que haré todo lo posible.

 

Annie asiente, muy seria, y se pone de pie para vaciar el resto de la leche en el fregadero y poner el tazón y el vaso de zumo en el lavavajillas.

 

—Me vuelvo a la cama. Solo quería levantarme para desearte buena suerte —dice. Se dirige hacia la puerta de la cocina y se detiene—. ?Mamá?

 

—Dime, cielo.

 

—La forma en que te mira el se?or Keyes… —dice. Su voz se pierde y ella baja la mirada—. Creo que tal vez podría ser algo así como Jacob Levy solía mirar a Mamie.

 

Cuando Gavin me pasa a buscar a las cuatro con su Jeep Wrangler, lleva una taza de café comprada en la gasolinera para mí.

 

—Ya sé que tú estás acostumbrada a levantarte antes del amanecer —dice, mientras espera a que me abroche el cinturón de seguridad. Me entrega la taza de café y a?ade—: Pero yo tuve que pasar a buscar un café, porque, en mi mundo, yo seguiría durmiendo.

 

—Perdona —farfullo.

 

Echa a reír.

 

—No seas tonta. Me alegro de estar aquí, pero la cafeína ayuda.

 

—En realidad, no tienes que conducir —le digo—. Podemos ir en mi coche.

 

—Que no —dice—. El mío ya tiene gasolina y está listo para salir. Conduzco yo. —Hace una pausa y a?ade—: A menos que quieras conducir tú, pero me parece más fácil así. Tú vas de copiloto.

 

—Si estás seguro de que no te molesta…

 

Viajamos en silencio los primeros treinta minutos, salvo algún comentario sobre la ruta que seguiremos para llegar a Nueva York y la posibilidad de toparnos con tráfico a las afueras de Manhattan. Gavin bosteza y sube el volumen de la radio cuando suena Livin’ on a Prayer de Bon Jovi.

 

—Me encanta esta canción —dice y se pone a cantar el estribillo con tanto entusiasmo que me hace reír.

 

—No sabía que la conocieras —le digo cuando acaba.

 

Me dirige una mirada rápida.

 

—?Quién no conoce Livin’ on a Prayer?

 

Siento que me sonrojo.

 

—Quería decir que pareces demasiado joven para conocerla.

 

—Tengo veintinueve —dice Gavin— y eso significa que estaba tan vivo como tú cuando apareció esta canción.

 

—?Qué edad tenías entonces? ?Tres a?os?

 

Yo tenía casi once en 1986. Vivíamos en dos mundos diferentes.

 

—Cuatro —dice Gavin, y me vuelve a mirar—. ?Por qué te pones así?

 

Me miro el regazo.

 

—Es que eres tan joven. Mucho más joven que treinta y seis.

 

Se encoge de hombros.

 

—?Y?

 

—Bueno, que… ?No te parezco algo mayor? —pregunto y reprimo el impulso de a?adir ?para ti?.

 

—Sí, claro, y un día de estos recibirás por correo la tarjeta de miembro del Club de la Tercera Edad —dice Gavin. Parece advertir que no me río—. Oye, Hope, que ya sé tu edad y no entiendo qué tiene que ver.

 

—?No te da la impresión de que venimos de dos mundos totamente distintos?

 

Vacila.

 

—Vamos a ver, Hope, no puedes ir por la vida cumpliendo todas las normas y haciendo lo que los demás esperan de ti, en lugar de usar tu propia cabeza, ?no te parece? Si no, un día nos despertamos y resulta que tenemos ochenta a?os y nos damos cuenta de que no hemos vivido.

 

Me pregunto si así se sentirá Mamie. ?Habrá hecho lo que se esperaba que hiciera? ?Se habrá casado y habrá sido madre solo porque eso era lo establecido para las mujeres en aquella época? ?Se habrá arrepentido?

 

—Pero ?cómo lo sabes? —pregunto, tratando de contener mi corazón, que se ha disparado—. Quiero decir, ?cómo sabes qué normas tienes que cumplir y cuáles no?

 

Gavin me echa un vistazo.

 

—En realidad, no creo que tenga que haber normas. Me parece que cada uno tiene que ir tomando decisiones sobre la marcha, aprender por experiencia y seguir adelante para tratar de corregir los errores. ?Qué opinas tú?

 

—No lo sé —digo en voz baja.

 

Puede que tenga razón, pero, en tal caso, significa que he estado viviendo de forma incorrecta todos estos a?os. He tratado de ce?irme a las normas en todo momento. Me casé con Rob porque estaba embarazada. Me mudé al cabo Cod porque mi madre me necesitaba. Me hice cargo de la panadería porque era el negocio familiar y no podía dejarlo desaparecer. Renuncié a mis sue?os de ser abogada porque ya no encajaba dentro de lo que supuestamente debía hacer.

 

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