—?Sabes qué? No hace falta que me arregles ni que me salves ni nada de eso.
Me mira y mueve la cabeza de un lado a otro.
—No creo que me necesites para eso, Hope —dice—. Me da la impresión de que subestimas tu capacidad de salvarte a ti misma.
Sus palabras me envuelven y miro fijamente por la ventanilla para que no vea mis lágrimas, repentinas e inesperadas. Tal vez esto sea lo que estaba necesitando: ni el dinero de Matt ni el de sus inversores, ni alguien que me rescate, sino, simplemente, alguien que crea que puedo hacerlo por mí misma.
—Gracias —susurro, pero tan bajo que no sé si Gavin me habrá oído.
Pero lo ha hecho. Siento su mano en mi hombro y, cuando me vuelvo hacia él, aprieta una vez, con suavidad, y después vuelve a poner la mano en el volante. La piel me arde donde la ha tocado.
—Todo va a salir bien —dice.
—Lo sé —digo.
Y, por primera vez, lo digo de verdad.
Capítulo 24
Nos detenemos en una salida de la I-95 en Connecticut para repostar, desayunar e ir al lavabo. Cuando salgo del McDonald’s haciendo malabarismos con dos cafés y dos zumos de naranja sobre una bandeja, además de una bolsa con varios McMuffins, miro al otro lado de la calle, a la luz tenue de la ma?ana, y veo un cartel enorme que anuncia una clase de estudios bíblicos llamada ?El árbol genealógico del Antiguo Testamento?. Estoy a punto de apartar la mirada cuando me llama la atención un nombre familiar y, de repente, algo encaja en su sitio en mi cabeza. Me quedo boquiabierta.
—?Qué miras? —pregunta Gavin. Vuelve a enroscar la tapa del tanque de combustible y se coloca a mi lado, junto al coche. Coge las bebidas y la bolsa del McDonald’s y las pone encima del coche—. Te has quedado como si hubieses visto un fantasma.
—Mira aquel cartel —le digo.
—?El árbol genealógico del Antiguo Testamento? —lee en voz alta—. ?De Abraham a Jacob, José, etcétera?. —Hace una pausa—. Vale. ?Y?
—José era el hijo de Jacob en la Biblia, ?verdad? —pregunto.
Gavin asiente.
—Pues sí y, de hecho, también en la Tora y creo que en el Corán, me parece. Diría que todo lo que se remonta a Abraham en el Antiguo Testamento es lo mismo en las tres religiones.
—Las tres religiones abrahámicas —murmuro, recordando las palabras de Elida—: el islamismo, el judaísmo y el cristianismo.
—Exacto —dice Gavin. Vuelve a mirar el cartel y después a mí—. Pero ?qué te pasa, Hope? ?Por qué te has quedado tan alucinada?
—Mi madre se llamaba Josephine —digo en voz baja—. ?Será casualidad que le pusieran el nombre del hijo de Jacob?
Observo en el rostro de Gavin que él también se da cuenta.
—Según la historia, José era el encargado de transmitir el legado de sus padres y, por ese motivo, había que protegerlo. —Hace una pausa—. ?Piensas que tu madre podría ser hija de Jacob?
Trago saliva y miro fijamente el cartel. Después muevo la cabeza de un lado a otro.
—?Sabes qué te digo? Que no, es absurdo. No es más que un nombre. Además, los a?os no cuadran. Mi madre nació en 1944, mucho después de la última vez que mi abuela vio a Jacob Levy. No puede ser.
Levanto la vista y miro a Gavin, sintiéndome una tonta, y me sorprendo al ver que se ha quedado muy serio.
—Pero ?y si tienes razón? —pregunta—. ?Y si tu madre nació un a?o antes? ?Y si tus abuelos sobornaron a alguien para que falsificara su partida de nacimiento? No habrá sido difícil en aquella época. Fue durante la guerra. Cualquier funcionario de poca monta pudo haber cambiado los papeles y destruido los originales. Se podía hacer fácilmente antes de que todo estuviese informatizado.
—Pero ?por qué harían mis abuelos algo así?
—Para que pareciera que tu abuelo era el padre —dice Gavin. Se pone a hablar rápidamente y le brillan los ojos—. Para que a tu madre jamás se le ocurriera dudarlo. Para que tu abuela no tuviera que hablarle de Jacob a nadie. Dices que no se trasladaron al cabo Cod hasta que tu madre cumplió cinco a?os. A esa edad, habría sido casi imposible determinar si habían hecho trampas con una diferencia de un a?o, sobre todo si decían que era alta para su edad. ?Y si en realidad hubiese tenido seis a?os?
Siento que, de pronto, me he quedado sin aire.
—No puede ser —susurro—. Mi madre hasta se parecía a mi abuelo: tenía el cabello casta?o y liso, ojos marrones, los mismos gestos.
—El cabello casta?o y los ojos marrones son rasgos bastante comunes —se?ala Gavin— y, de todos modos, no sabemos el aspecto que tenía Jacob, ?verdad?
—Supongo que no —murmuro.
—Tienes que reconocer que, si tu madre fuese hija de Jacob, tendríamos resueltas muchas cosas, como lo que sucedió con el bebé y por qué tu abuela siguió adelante con su vida tan rápido después de perder a Jacob.
—Pero ?por qué habrá seguido adelante tan rápido? —pregunto.