La lista de los nombres olvidados

—El marido de Elida no ha encontrado una partida de defunción —dice Gavin—. Tenemos que pensar que aún sigue vivo en alguna parte.

 

Cuando llegamos a la planta baja, Gavin llama a la puerta del apartamento 102. Nadie contesta y nos miramos. Gavin vuelve a golpear, esta vez más fuerte, y siento alivio cuando, poco después, oigo pasos que se acercan a la puerta. Abre una mujer de mediana edad, con rulos y bata.

 

—?Qué pasa? —pregunta—. No me digan que se han vuelto a estropear las ca?erías del séptimo. No me puedo ocupar.

 

—No, se?ora —dice Gavin—. Buscamos al portero.

 

La mujer resopla.

 

—Es mi marido, pero no vale para nada. ?Qué quieren?

 

—Estamos buscando al se?or que vivía en el apartamento 1004 —digo—: Jacob Levy. Creemos que se mudó hace cosa de un a?o.

 

Frunce el ce?o.

 

—Pues sí. ?Y qué?

 

—Tenemos que encontrarlo —dice Gavin—. Es muy urgente.

 

Entorna los ojos.

 

—No serán ustedes de Hacienda o algo así, ?no?

 

—?Cómo? Claro que no —digo—. Somos…

 

Pero no sé cómo continuar. ?Cómo le digo que soy nieta de la mujer de la que estaba enamorado hace setenta a?os y que hasta podría ser su nieta?

 

—Somos familiares —informa Gavin con soltura. Me se?ala con la cabeza—. Ella es familiar.

 

Las palabras me llenan de aflicción.

 

La mujer me escudri?a un instante más y se encoge de hombros.

 

—Es igual. Ahora les doy la dirección que dejó para que le enviásemos la correspondencia.

 

Se me acelera el corazón mientras ella vuelve a entrar en el apartamento arrastrando los pies. Gavin y yo volvemos a mirarnos, pero estoy demasiado nerviosa para decir nada.

 

La mujer reaparece enseguida con una hoja de papel.

 

—Jacob Levy. El a?o pasado se cayó y se rompió la cadera —dice—. Llevaba aquí veinte a?os, ?saben?, pero no hay ascensor y, cuando volvió del hospital, no podía subir las escaleras, con la cadera así y todo eso, de modo que el propietario le ofreció el apartamento vacío que está aquí, al final del vestíbulo. El apartamento 101. Pero el se?or Levy dijo que quería tener buena vista. Difícil de contentar, diría yo. Así que se mudó a finales de noviembre.

 

Me entrega la hoja de papel con una dirección en Whitehall Street, junto con un número de apartamento.

 

—Nos pidió que le enviáramos allí la última factura —dice la mujer—. No tengo ni idea de si sigue allí, pero de aquí se fue allí.

 

—Gracias —dice Gavin.

 

—Gracias —repito.

 

Está a punto de cerrar la puerta cuando alargo la mano.

 

—Espere —digo—. Una cosa más.

 

—?Sí?

 

Parece inquieta.

 

—?Estaba casado?

 

Contengo la respiración.

 

—Que yo sepa, no había ninguna se?ora Levy —dice la mujer.

 

Cierro los ojos, aliviada.

 

—?Cómo… cómo era? —pregunto al cabo de un momento.

 

Me mira con recelo, pero después parece ablandarse un poco.

 

—Era agradable —dice por fin—. Siempre muy amable. Algunos de los demás inquilinos que viven aquí nos tratan como a criados, a mi esposo y a mí. En cambio, el se?or Levy siempre fue muy amable. Siempre me llamaba ?se?ora? y siempre decía ?por favor? y ?gracias?.

 

Me hace sonreír.

 

—Gracias —le digo—. Gracias por decírmelo.

 

Estoy a punto de volverme, cuando vuelve a hablar.

 

—Siempre parecía triste, sin embargo.

 

—?Triste? —pregunto.

 

—Sí. Todos los días salía a dar una vuelta y siempre regresaba por la noche, cuando había oscurecido, y daba la impresión de que había perdido algo.

 

—Gracias —susurro y me embarga la tristeza cuando nos alejamos y salimos por la puerta.

 

Parece que todas aquellas noches que Mamie se sentaba a esperar a que salieran las estrellas Jacob también salía a buscar algo.

 

Tardamos quince minutos en cruzar hacia el este hasta Whitehall Street y nos dirigimos hacia el sur a buscar la dirección que nos ha dado la mujer del portero. Resulta ser un edificio de aspecto moderno que se eleva por encima de los que hay alrededor. No hay portero. ?Menos mal! No tendremos que explicar nuestra misión a nadie más.

 

—Es el apartamento 2232 —digo a Gavin, mientras nos dirigimos a los ascensores.

 

Se abren las puertas y aprieto el número 22. Doy golpes impacientes con los pies mientras se cierran las puertas.

 

—Vamos, vamos, vamos —murmuro cuando el ascensor comienza a subir lentamente.

 

Gavin me coge la mano y me la aprieta.

 

—Lo vamos a encontrar, Hope —dice.

 

—No sé cómo darte las gracias por todo lo que has hecho para ayudarme —digo y hago una pausa bastante larga para mirarlo a los ojos y sonreír.

 

Por un instante, el tiempo se detiene y estoy segura de que está a punto de besarme, pero entonces suena la campanilla del ascensor y se abren las puertas. Hemos llegado.

 

Vamos volando por el pasillo, primero a la derecha y después a la izquierda, hasta el apartamento 2232. Es el último del lado derecho y, mientras Gavin llama a la puerta, miro por la ventana que hay al final del pasillo. Ofrece una vista hermosa sobre el extremo sur de Manhattan, por encima del agua. Sin embargo, ahora no me puedo concentrar en eso. Me vuelvo hacia la puerta y deseo que se abra.

 

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