Se preguntaba si aquella sería la absolución que había buscado toda la vida, aunque estaba segura de no merecerla. ?O no sería más que otro resultado de la demencia que —ella se daba cuenta— le iba carcomiendo el cerebro? Ya no confiaba en sus propios ojos ni en sus propios oídos, porque a menudo no cuadraban con la realidad ni con los recuerdos.
Y, cuando él empezó a susurrarle ?Tienes que despertar, Rose. Es posible que Hope y Annie hayan encontrado a Jacob Levy?, se dio cuenta de que se le había ido por completo la cabeza, porque aquello era imposible. Jacob había desaparecido hacía mucho y no era posible que Hope supiera acerca de él. Rose no volvería a verlo nunca más.
Si hubiese podido derramar lágrimas en aquel mar turbio y profundo, Rose habría llorado.
Capítulo 23
En el camino de regreso desde la casa de Elida, veo los ojos de Annie que brillan en la oscuridad y destellan al reflejar la luz.
—Tienes que ir a Nueva York ma?ana, mamá —dice—. Tienes que ir a buscarlo.
Asiento con la cabeza. La panadería cierra los lunes, de todos modos, y, aunque no fuera así, sé que no puedo esperar ni un minuto más.
—Saldremos por la ma?ana —le digo a Annie—, a primera hora.
Annie se vuelve para mirarme.
—No puedo ir contigo —dice, abatida, y mueve la cabeza de un lado a otro—: ma?ana tengo un examen importante de estudios sociales.
Carraspeo.
—?Qué responsable eres! —Hago una pausa—. ?Y has estudiado?
—?Mamá! —dice Annie—. ?Claro que sí! ?Cómo no?
—Bien —digo—, de acuerdo. Entonces iremos a Nueva York el martes. ?Puedes faltar el martes?
Annie lo niega con la cabeza.
—No, tienes que ir ma?ana, mamá.
Le echo un vistazo y después vuelvo a concentrarme en la carretera.
—No me importa esperarte, cielo.
—No —dice de inmediato—, tienes que encontrarlo lo antes posible. ?Y si se nos está acabando el tiempo y ni siquiera lo sabemos?
—Ahora Mamie está estable —le digo— y seguirá así.
—Vamos, mamá —dice Annie con suavidad después de una pausa—, eso no te lo crees ni tú. Sabes que puede morir en cualquier momento y por eso tienes que localizar a Jacob Levy lo antes posible, si es que anda por ahí.
—Pero, Annie… —empiezo.
—No, mamá —dice con firmeza, como si ella fuera la madre y yo la hija—. Vete ma?ana a Nueva York y vuelve con Jacob Levy. No defraudes a Mamie.
Después de pasar por el hospital a la vuelta, de quedarme un rato con Mamie y de mandar a Annie a la cama, me siento en la cocina con Alain a beber sorbos de café descafeinado y a contarle lo que nos han dicho Elida y su abuela.
—Besa —dice con dulzura—. Un concepto hermoso. La obligación de ayudar al prójimo. —Revuelve el café lentamente y bebe un sorbo—. ?Irás ma?ana a Nueva York? ?Tú sola?
Asiento con la cabeza y después, avergonzada, a?ado rápidamente: —Bueno, pensaba preguntarle a Gavin si quiere venir conmigo. Como nos ha ayudado mucho cuando emprendimos la búsqueda, ?no?
Alain sonríe.
—Una idea muy acertada. —Hace una pausa y a?ade—: Es que no tiene nada de malo que te enamores de Gavin, Hope.
Su franqueza me desconcierta tanto que me ahogo con un sorbo de café que no he llegado a tragar.
—No estoy enamorada de Gavin —protesto entre toses.
—Claro que sí —dice Alain—. Y él está enamorado de ti.
Me echo a reír, pero me arden las mejillas y de pronto siento las palmas de las manos sudorosas.
—?Eso es absurdo!
—?Qué tiene de absurdo? —pregunta Alain.
Muevo la cabeza de un lado a otro.
—Bueno, en primer lugar, no tenemos nada en común.
Alain echa a reír.
—Tenéis muchas cosas en común. He observado la forma en que habláis el uno con el otro, que te hace reír, que podéis hablar de cualquier cosa.
—Eso es porque es un buen tío —farfullo.
Alain cubre mis manos con las suyas.
—Se preocupa por ti y, aunque no quieras reconocerlo, tú también te preocupas por lo que le pase a él.
—Pero esas no son cosas que tengamos en común —respondo, testaruda.
—Se preocupa por Annie —a?ade Alain con suavidad— y no me puedes decir que no tengáis eso en común.
Hago una pausa antes de asentir con la cabeza.
—Sí, vale —reconozco—, se preocupa por Annie.
—Eso no es algo que se encuentre todos los días —dice Alain—. Piensa en lo que la ayudó cuando estábamos en París y llevaron a Rose al hospital. La apoyó a ella y te apoyó a ti.
Vuelvo a asentir.
—Lo sé. Es un buen tío.
—Es más que eso —dice Alain—. Dime, ?por qué no te lo crees?
Me encojo de hombros y miro al suelo.
—Tiene siete a?os menos que yo, en primer lugar —farfullo.
Alain echa a reír.
—Tu abuela se casó con un cristiano, a pesar de ser judía, y acabas de llegar de la casa de una mujer que está felizmente casada con un judío cristiano, a pesar de ser musulmana. Si se puede pasar por alto algo tan importante como las diferencias religiosas, ?crees de verdad que siete a?os van a cambiar mucho las cosas?
Me encojo de hombros otra vez.
—De acuerdo, pero, además, tengo una hija.
Alain se limita a mirarme.
—Claro que sí, pero no entiendo por qué lo usas como excusa.