La lista de los nombres olvidados

—Todo —digo con suavidad.

 

Sonrío a los pasteles por un momento, antes de introducirlos en el exhibidor.

 

Matt me mira como si yo hubiese perdido el juicio.

 

—Se echan atrás, Hope. Han echado cuentas y han llegado a la conclusión de que eres poco rentable, en el mejor de los casos. Estaban indecisos y he hecho todo lo posible por hablarles en tu favor, pero, cuando se dieron cuenta de que habías cerrado así, de improviso… pues… aquella fue la gota de agua que colmó el vaso.

 

Asiento con la cabeza y advierto que el corazón me late con fuerza. Me doy cuenta de lo que me está diciendo —que tal vez haya perdido la panadería— y me invade una sensación que se parece un poco al pánico, pero no estoy tan inquieta como habría pensado y eso me preocupa un poco. ?No debería estar más afligida al ver que están a punto de arrebatarme el negocio familiar, en el que he trabajado toda mi vida? Por el contrario, tengo la extra?a sensación de que las cosas se van a resolver de alguna manera, aunque no sé muy bien cómo.

 

—?Me estás escuchando, Hope? —pregunta Matt y me doy cuenta de que ha seguido hablando, mientras yo pensaba.

 

—Perdona, ?qué decías? —pregunto.

 

—Te estaba diciendo que no puedo hacer mucho más. ?Te haces una idea de lo mucho que me he esforzado para conseguir que vinieran hasta aquí? Pero no van a invertir, Hope. Lo lamento.

 

Matt no dice nada mientras acomodo en silencio los dulces en el exhibidor. Suena la campanilla de la puerta y entra Lisa Wilkes, que trabaja en la papelería de la esquina, acompa?ada de Melixa Carbonell, dependienta de la tienda de animales de Lietz Road. Las dos iban unos cuantos a?os después que Matt y yo en el instituto y vienen juntas como mínimo una vez a la semana.

 

Matt guarda silencio mientras Lisa pide un café y Melixa un té verde, que tardo unos minutos en preparar, porque tengo que enchufar el hervidor. Mientras tanto, discuten sobre si se partirán un trozo de baklava o una porción de tarta de queso. Para solucionarlo, me ofrezco a cobrarles el trozo de baklava y a regalarles una porción de tarta de queso.

 

—Por eso te van mal los negocios, ?te das cuenta? —dice Matt cuando se han marchado.

 

—?Cómo?

 

—No puedes ir dándole a todo el mundo pasteles gratis. Se estaban quedando contigo.

 

—No se estaban quedando conmigo —respondo, indignada.

 

—Claro que sí. Eres demasiado generosa. Sabían que, si lo discutían delante de ti, serías amable y les darías las dos cosas, que es lo que hiciste.

 

Suspiro. Ni siquiera me molesto en explicarle que hoy no me acabaré el resto de la tarta de queso, de todos modos.

 

—Mi abuela siempre llevó esta panadería como si fuera su cocina y los clientes, sus invitados —le digo.

 

—No es un buen modelo de negocio —dice Matt.

 

Me encojo de hombros.

 

—Nunca he dicho que lo fuera, pero estoy orgullosa de esa tradición.

 

Vuelve a sonar la campanilla de la puerta y, cuando alzo la vista, veo entrar a Alain arrastrando los pies. Le ha dado por venir a pie él solo por las ma?anas. Me preocupa que lo haga, a su edad —es una caminata de más de un kilómetro y medio—, pero él parece estar muy sano y me asegura que todos los días, en París, camina mucho más.

 

Pasa detrás del mostrador y me da un beso cari?oso en la mejilla.

 

—Buenos días, querida —me dice y entonces advierte la presencia de Matt. Lo saluda—: Hola, joven. —Se vuelve hacia mí y me dice—: Veo que tienes un cliente.

 

—Matt estaba a punto de marcharse —le digo.

 

Fulmino a Matt con la mirada: a ver si entiende —espero— que no quiero que hable de negocios delante de Alain. Evidentemente, ni se da cuenta.

 

—Soy Matt Hines —dice y extiende una mano hacia Alain por encima del exhibidor—. ?Y usted es…?

 

Alain vacila antes de estrechar la mano de Matt.

 

—Alain Picard, el tío de Hope.

 

Matt parece confundido.

 

—?Cómo puede ser? Conozco a Hope desde que somos ni?os y no tiene ningún tío.

 

Alain le sonríe con frialdad.

 

—Pues se equivoca, joven. En realidad, soy su arrière-oncle, su tío abuelo, como dirían ustedes.

 

Matt frunce el ce?o y me mira.

 

—Es hermano de mi abuela —le explico— y ha venido de París.

 

Matt mira fijamente a Alain por un segundo y después se vuelve hacia mí.

 

—Esto no tiene ningún sentido, Hope. ?Me estás diciendo que te has ido a París porque sí, que estás a punto de perder el negocio por eso y que, de golpe y porrazo, has vuelto con un pariente que ni siquiera sabías que tenías?

 

Siento que me arden las mejillas y no sé si es porque da la impresión de que me está insultando o porque acaba de anunciar delante de Alain que estoy a punto de perder la panadería. Me vuelvo lentamente y miro a Alain, con la esperanza de que no lo haya entendido, pero clava en mí una mirada gélida.

 

—?Qué ha dicho, Hope —pregunta en voz baja—, sobre perder el negocio? ?Tienes problemas con la panadería?

 

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