La lista de los nombres olvidados

El miércoles por la noche, Annie ha llamado a más de un centenar de números de su lista, pero todavía no ha encontrado ni rastro del Jacob Levy de Mamie. Cada vez me da más la impresión de que podríamos estar persiguiendo un fantasma. Cuando se ha ido a dormir, selecciono de la lista una docena de nombres de la costa oeste y los llamo, pero no tengo más suerte que ella. Todas las personas con las que consigo hablar me dicen que jamás han oído hablar de un Jacob Levy llegado de Francia en la década de 1940 o en la de 1950. Ni siquiera da resultado una búsqueda en internet de los registros de pasajeros que pasaron por Ellis Island.

 

A la ma?ana siguiente, Annie entra en la panadería con aspecto solemne unos minutos antes de las seis, mientras voy incorporando arándanos secos, trozos de chocolate blanco y nueces de macadamia fileteadas a un montón de masa dulce para hacer galletas.

 

—Tenemos que hacer más —anuncia, mientras arroja la mochila al suelo, donde cae con un ruido seco que hace que me pregunte fugazmente acerca del da?o que le debe de estar haciendo a su espalda llevar de un lado a otro varios libros de texto pesados todos los días.

 

—?Con respecto a Jacob Levy? —deduzco y, antes de que pueda responder, a?ado—: ?Puedes empezar a sacar los pasteles descongelados, por favor? Voy un poco retrasada.

 

Asiente y se dirige al fregadero a lavarse las manos.

 

—Pues sí, con respecto a Jacob —dice; sacude las manos, se las seca en el pa?o de cocina con un cupcake azul que hay junto al fregadero y se vuelve—: Tenemos que encontrar alguna manera mejor de dar con él.

 

Suspiro.

 

—Annie, ya sabes que lo más probable es que resulte imposible.

 

Pone los ojos en blanco.

 

—?Qué negativa eres siempre!

 

—Lo que pasa es que soy realista.

 

La observo, mientras empieza a sacar con cuidado los cuernos de gacela del recipiente hermético. Separa cada pasta de su envoltura de papel parafinado y la coloca en una bandeja para llevar al exhibidor.

 

—Creo que, si queremos encontrarlo, tenemos que investigar más.

 

Enarco una ceja.

 

—?Investigar? —pregunto con cautela.

 

Asiente, sin advertir la nota de escepticismo en mi voz.

 

—Pues sí. Ya que no sirve de nada limitarnos a llamar a la gente, tenemos que, o sea, tratar de buscar en algunos documentos, ?no?, y no solo en Ellis Island, porque podría haber llegado a cualquier parte.

 

—?En qué documentos?

 

Me mira con irritación.

 

—Yo qué sé. La adulta eres tú. No me puedo ocupar yo de todo.

 

Se dirige con paso firme a la parte delantera de la panadería con la bandeja llena de cuernos de gacela y regresa enseguida al obrador para empezar a poner las rebanadas descongeladas de baklava sobre trozos de papel parafinado.

 

La observo por un momento.

 

—Lo único que quiero es que no te lleves una desilusión —le digo a Annie cuando regresa al obrador.

 

Me fulmina con la mirada.

 

—Eso no es más que el recurso que utilizas para escurrir el bulto —dice—. No puedes dejar de hacer las cosas solo porque podrías hacerte da?o. —Mira el reloj—. Ya son las seis. Voy a abrir.

 

Asiento y vuelvo a mirarla mientras se va. Me pregunto si tendrá razón y, en ese caso, ?cómo es que sabe tanto más que yo sobre la vida?

 

La escucho hablar con alguien al cabo de un momento y salgo para comenzar otro largo día de sonreír a los clientes, fingiendo que lo que más me agrada del mundo es envolver pastas para ellos.

 

Salgo del obrador y me sorprendo al ver a Gavin delante del mostrador, mirando los dulces que ya están en el exhibidor. Va mejor vestido de lo habitual, con pantalones caqui y una camisa de color azul claro. Annie ya se ha puesto a meter rebanadas de baklava en una caja para él.

 

—?Hola! —le digo—. ?Qué elegante vas hoy!

 

En cuanto salen las palabras de mi boca, me siento estúpida.

 

Sin embargo, se limita a sonreírme y dice:

 

—Me he tomado el día para ir al hogar de ancianos de North Shore. He venido a buscar unos pasteles para ellos. Cuando les llevo algo de comer, me reciben mejor.

 

Suelto una carcajada.

 

—Seguro que les caes bien tanto si les llevas algo de comer como si no.

 

Annie lanza un fuerte suspiro, como para recordarnos que sigue allí. Los dos la miramos y ella entrega a Gavin la caja, que ha dejado muy bonita, envuelta con una cinta blanca, mientras hablábamos.

 

—Dime, Annie —dice Gavin, dirigiendo su atención a ella—, ?qué tal va la búsqueda de Jacob Levy?

 

—No demasiado bien —murmura Annie—. Nadie ha oído hablar de él.

 

—?Has ido llamando a los nombres que figuran en tu lista?

 

—Son como centenares de nombres —dice Annie.

 

—Hummm… —dice Gavin—. ?Y no habrá otra manera de buscarlo?

 

Annie se entusiasma.

 

—?Como cuál?

 

Gavin se encoge de hombros.

 

—No lo sé. ?Sabes su fecha de nacimiento? Si tuvieras su fecha de nacimiento, tal vez podrías buscarlo en internet.

 

Annie asiente, excitada.

 

—Pues sí, tal vez. Buena idea. —Espero que le dé las gracias, pero, en cambio, oigo que le suelta—: O sea, que eres judío.

 

—?Annie! —exclamo—. No seas maleducada.

 

—No soy maleducada —dice ella—. Solo pregunto.

 

Observo a Gavin, que me gui?a un ojo, lo cual hace que me sonroje un poco.

 

—Sí, Annie, soy judío. ?Por?

 

—Es que no tengo ningún amigo judío —dice ella— y, ahora que sé que soy, o sea, judía, sentía curiosidad por saber, bueno, en qué consiste el ?judeísmo?.

 

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