La lista de los nombres olvidados

Sin decir nada más, me vuelvo y me dirijo hacia la puerta. Al salir, encuentro a Sunshine de pie en el jardín delantero, con las manos en las caderas y cara de enfadada. Me pregunto si habrá estado allí todo el tiempo, tratando de hilvanar una frase para decirme. En ese caso, no debo olvidarme de felicitar a Rob por haber escogido a aquella lumbrera.

 

—?Sabes? No me puedes faltar al respeto en mi propia casa —dice Sunshine y vuelve a sacudir su larga coleta de atrás hacia delante, lo que le da el aspecto de un caballo testarudo que agita mucho la cola.

 

—Lo tendré en cuenta, si es que alguna vez voy a tu casa —le respondo, vivaracha—, pero, puesto que esta no es tu casa, sino la casa en la que he vivido la última década, te sugiero que te guardes tus comentarios.

 

—Vale, pues parece que ya no vives más aquí —dice y después menea las caderas de una forma extra?a y me mira con suficiencia, como si hubiese dicho algo terriblemente demoledor, cuando en realidad no ha hecho más que reforzar mi sensación recién descubierta de fantástica libertad.

 

Le sonrío.

 

—Tienes razón —respondo—. Así es, gracias a Dios.

 

Atravieso el jardín, cruzando por donde solían estar mis adorados rosales, hasta quedar de pie frente a ella.

 

—Una cosa más, Sunshine —le digo con calma—: si haces algo, cualquier cosa, que haga da?o a mi hija, dedicaré el resto de mi vida a asegurarme de que lo lamentes.

 

—Estás loca —murmura y da un paso atrás.

 

—?Ah, sí? —le pregunto alegremente—. Pues, como me busques las cosquillas, te enterarás.

 

Mientras me alejo, la escucho murmurar a mis espaldas. Me subo al coche, enciendo el motor y salgo a la calle principal. Me dirijo al oeste, hacia Hyannis, porque pienso pasar el resto del día con Mamie, mientras empiezo a comprender las lecciones sobre el amor que no me había dado cuenta que me faltaban hasta ahora.

 

 

 

 

 

Capítulo 19

 

 

MAGDALENAS DE ARáNDANOS ESTRELLA POLAR

 

Magdalenas

 

INGREDIENTES

 

Streusel para la cobertura (véase la receta a continuación) ? taza de mantequilla

 

1 taza de azúcar granulado

 

2 huevos grandes

 

2 tazas de harina

 

2 cucharaditas de levadura química

 

? cucharadita de sal

 

? de taza de leche

 

? de taza de nata agria

 

1 cucharadita de extracto de vainilla

 

2 tazas de arándanos

 

PREPARACIóN

 

Precalentar el horno a 190 grados. Forrar con papel 12 moldes para magdalenas.

 

Preparar el streusel según las indicaciones que se dan a continuación y reservar.

 

En un bol grande, batir la mantequilla y el azúcar con la batidora eléctrica. A?adir los huevos, batiendo bien.

 

En otro bol, mezclar la harina, la levadura química y la sal. A?adir poco a poco los ingredientes secos a la mezcla de mantequilla y azúcar, alternando con la leche, la nata agria y el extracto de vainilla. Mezclar hasta conseguir una masa homogénea.

 

Incorporar con cuidado los arándanos.

 

Para hacer magdalenas extragrandes, llenar cada molde hasta arriba. Espolvorear con bastante streusel.

 

Hornear de 25 a 30 minutos o hasta que, al insertar en el centro de una magdalena la punta de un cuchillo, esta salga limpia. Dejar enfriar 10 minutos en la bandeja del horno y después pasar a una rejilla hasta que se enfríen por completo.

 

 

 

EL STREUSEL PARA LA COBERTURA INGREDIENTES

 

? taza de azúcar granulado

 

? de taza de harina

 

? de taza de mantequilla muy fría, cortada en cubitos

 

2 cucharaditas de canela

 

PREPARACIóN

 

Combinar todos los ingredientes en un robot de cocina e ir encendiendo y apagando rápidamente el aparato hasta que adquieran la consistencia de migas gruesas. Espolvorear sobre las magdalenas antes de hornearlas según las indicaciones anteriores.

 

 

 

Rose

 

Durante a?os, en la oscuridad de la noche de aquel pueblo idílico del cabo Cod, tan alejado de su lugar de procedencia, las imágenes volvían siempre a la cabeza de Rose. Espontáneas. Innecesarias. Imágenes que nunca había visto en persona, pero que, de todos modos, quedaban grabadas a fuego en su memoria. A veces, la imaginación pinta con más fuerza que la realidad.

 

Ni?os llorando a los que separan de sus madres de ojos inexpresivos.

 

Grupos de personas sucias que chillan mientras las lavan con mangueras.

 

El terror en el rostro de los padres en el preciso instante en el que se dan cuenta de que no hay vuelta atrás.

 

Largas filas de ni?os a los que arrean hacia la muerte de forma sistemática.

 

Y siempre, en aquellas imágenes que se representaban como una película interminable en su cabeza, las personas tenían la cara de sus familiares, sus amigos, sus seres queridos.

 

Y Jacob, Jacob, que la había amado. Jacob, que la había salvado. Jacob, a quien ella había enviado, como una tonta, a una muerte espantosa.

 

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