La lista de los nombres olvidados

—Vale y tú también eres un encanto —respondo—. Ve a tu habitación. Me voy a hablar con tu padre.

 

Cuando llego a la casa en la que vivía, lo primero que advierto es que las rosas japonesas rosadas del jardín delantero, que durante ocho a?os cuidé con tanto esmero y ternura, han desaparecido. Todas. Estaban allí la última vez que vine, hace pocas semanas.

 

Lo segundo que advierto es que en el jardín hay una mujer vestida con la parte superior de un biquini rosado y unos pantalones vaqueros cortos, aunque al aire libre no debe de hacer más de trece grados. Es por lo menos una década más joven que yo y lleva el largo cabello rubio recogido en una coleta alta que —da la impresión— debe de producirle un dolor de cabeza brutal. Ojalá. No puedo por menos de suponer que aquella ha de ser Sunshine, la reciente torturadora de mi hija. De repente, lo que quiero más que nada en el mundo es acelerar a fondo y aplastarla contra el suelo. Afortunadamente, no soy una asesina, de modo que me abstengo. Sin embargo, reconozco que, como mínimo, me gustaría tirarle de la coleta desenfadada hasta hacerla chillar.

 

Aparco y quito la llave de contacto. Cuando me apeo del coche, se pone de pie y me mira.

 

—?Y tú quién eres? —pregunta.

 

??Guau! —pienso—. Se merece un sobresaliente por sus modales?.

 

—Soy la madre de Annie —respondo con decisión— y tú debes de ser… ?Cómo era? ?Raincloud[1]?

 

—Sunshine —me corrige.

 

—Ah, es verdad —digo—. ?Está Rob?

 

Se pone la coleta sobre el hombro derecho y después sobre el izquierdo.

 

—Sí —dice finalmente—. Está, o sea, dentro.

 

?Ajá! Conque habla como si tuviera doce a?os. No me extra?a que quiera competir con mi hija: es obvio que tienen el mismo grado de madurez. Suspiro y me dirijo hacia la puerta.

 

—?Ni siquiera me vas a dar las gracias? —me grita.

 

Me vuelvo y le sonrío:

 

—Pues no.

 

Toco el timbre y Rob sale a la puerta al cabo de un momento, vestido solo con un traje de ba?o. ?Acaso será el día de andar desnudos? ?No se dan cuenta de que está previsto que las temperaturas bajen de diez grados esta noche? He de reconocer que se pone algo nervioso al verme.

 

—Ah, hola, Hope —dice. Retrocede unos pasos, coge una camiseta de la cesta de ropa para lavar que hay junto al lavadero, al lado del pasillo de la entrada, y se la pone enseguida—. No te esperaba. Ejem, ?cómo está tu abuela?

 

Su preocupación, fingida o no, me sorprende por un momento.

 

—Bien —digo rápidamente, pero después muevo la cabeza—: No, no está bien; no sé por qué te he dicho lo contrario. Sigue en coma.

 

—Lo lamento —dice Rob.

 

—Gracias.

 

Nos quedamos allí de pie un momento, mirándonos el uno al otro, hasta que Rob recuerda sus modales.

 

—Perdón, ?quieres entrar?

 

Asiento con la cabeza y se hace a un lado para dejarme pasar. Al entrar en mi antigua casa tengo la impresión de ingresar en una versión de mi vida anterior al estilo de En los límites de la realidad. Todo es igual, pero diferente. La misma vista de la bahía por los ventanales de atrás, aunque con cortinas distintas. La misma escalera en curva que conduce al primer piso, pero con el bolso de otra mujer en el rellano. Muevo la cabeza de un lado a otro y lo sigo hacia la cocina.

 

—?Quieres tomar algo? ?Té frío o un refresco? —me ofrece.

 

—No, gracias —digo y muevo la cabeza—. No me voy a quedar mucho. Tengo que ir a ver a Mamie, pero antes tengo que hablar de algo contigo.

 

Rob suspira y se rasca la coronilla.

 

—Oye, ?es otra vez por lo del maquillaje? Creo que exageras, pero he intentado ser estricto sobre eso, ?vale? El otro día vino a casa con pintalabios e hice que se lo quitara y me diera la barra.

 

—Te lo agradezco —le digo—, pero no he venido a hablar de eso.

 

—Entonces, ?de qué? —pregunta, abriendo mucho los brazos.

 

Nos quedamos allí de pie un momento, mirándonos fijamente, sin que ninguno dé ningún paso para sentarnos o relajarnos.

 

—De Sunshine —digo con voz inexpresiva.

 

Parpadea unas cuantas veces y sé, tan solo por aquella sencilla reacción, que sabe lo que le voy a decir y sabe que tengo razón. Es curioso que haber vivido una docena de a?os con alguien te permita conocer todas sus tretas.

 

Ríe, incómodo.

 

—Vamos, Hope, si ya no hay nada entre tú y yo —dice—. No estarás celosa de que haya encontrado a alguien.

 

Me limito a mirarlo fijamente.

 

—Vamos, Rob, ?crees en serio que he venido por eso?

 

Me sonríe un momento con suficiencia, pero, cuando no bajo la mirada, cambia de expresión y se encoge de hombros.

 

—No lo sé. ?Por qué has venido?

 

—Mira —le digo—, me da igual con quién salgas, pero lo que me afecta es que eso tenga consecuencias negativas para Annie, y estás saliendo con una mujer que, aparentemente, piensa que tiene que competir con Annie por tu afecto.

 

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