La lista de los nombres olvidados

—?Le contó a ella lo que le dijiste? —pregunto.

 

Annie asiente.

 

—Y, encima, va y la compra un regalo —dice y escupe la última palabra como si le diera asco—. ?Un regalo! Para que se sienta mejor. ?Y entonces qué hace ella? Lo deja en mi cuarto de ba?o, como si fuera un error, pero yo sé que lo hizo adrede: para demostrarme, o sea, que papá siempre la elegiría a ella antes que a mí.

 

—Estoy segura de que no es así —murmuro.

 

Pero claro que lo es. Me da la impresión de que Sunshine es una arpía manipuladora. A mí no me importa, si lo que pretende es manipular a mi ex —ya no me corresponde ocuparme de él y, para ser sincera, pienso que ya era hora de que alguien lo manipulara y lo usara a él—, pero lo que no soporto es una mujer que se toma la molestia de hacer da?o a una ni?a de doce a?os y, si la ni?a de doce a?os es hija mía, me pongo hecha un basilisco.

 

—?Y qué dijo tu padre? —le pregunto a Annie—. ?Le dijiste que habías encontrado el collar?

 

Asiente lentamente y mira hacia abajo.

 

—Me dijo que no debía hurgar en las cosas de Sunshine. Traté de decirle que ella lo había dejado bien a la vista en mi cuarto de ba?o, pero no me creyó. Pensó que yo, o sea, que había fisgado en su bolso, ?no?

 

—Entiendo —digo, tensa, y respiro hondo—. De acuerdo. Vamos a ver, cielo, es evidente que a tu padre se le ha ido la olla. No hay absolutamente ningún motivo para poner a nadie por delante de una hija y menos a una zorra como Sunshine.

 

Annie me mira impresionada.

 

—?La has llamado ?zorra??

 

—La he llamado ?zorra? —confirmo—, porque es evidente que lo es. Ya hablaré con tu padre al respecto. Comprendo que te cueste entenderlo así, pero esto no tiene nada que ver contigo. Lo que pasa es que él es inseguro e insensato. Te garantizo que, dentro de seis meses, Sunshine habrá desaparecido del mapa. Los intereses de tu padre son efímeros. Créeme. Mientras tanto, no tiene ninguna excusa para tratarte de esta manera ni para dejar que ninguna imbécil te trate de esta manera y me voy a ocupar de eso. ?De acuerdo?

 

Annie me mira fijamente, como si no estuviera segura de si creerme o no.

 

—De acuerdo —dice por fin—. ?De verdad vas a hablar con él?

 

—Sí —le digo—, pero basta ya de echarme a mí la culpa de todo, ?eh, Annie? Esto no puede seguir así. Ya sé que estás disgustada, pero no me puedes usar a mí como cabeza de turco.

 

—Ya lo sé —murmura.

 

—Y el divorcio no ha sido culpa mía —digo—. Tu padre y yo hemos dejado de querernos. La cosa ha sido bastante pareja, ?vale?

 

En realidad, no había sido pareja en absoluto. Daba la impresión de que me había dejado pisotear durante una década hasta que por fin me di cuenta y decidí hacer valer mis derechos y entonces resultó que a la persona que me había estado pisoteando no le gustó que su felpudo mostrara un poco de dignidad. Sin embargo, no hace falta que Annie sepa todo esto. Quiero que ella siga queriendo a su padre, aunque yo ya no lo quiera más.

 

—Eso no es lo que dice papá —musita Annie, mirando hacia abajo—. Ni papá ni Sunshine.

 

Muevo la cabeza de un lado a otro, incrédula.

 

—?Y qué es lo que dicen tu padre y Sunshine?

 

—Que has cambiado —dice—, que has dejado de ser la misma y que, cuando cambiaste, dejaste de quererlo.

 

Desde luego que su padre tiene razón, en cierto modo: sí que he cambiado. Aunque eso no significa que el divorcio sea culpa mía. Sin embargo, no se lo explico a Annie, sino que me limito a decir:

 

—Ajá, pero creer lo que dicen un par de idiotas es una idiotez, ?no te parece?

 

Ríe:

 

—Pues sí.

 

—De acuerdo —le digo—. Hablaré con tu padre. Lamento que él y su novia te hagan da?o y lamento que estés disgustada por lo de Mamie en este momento, pero, Annie, ninguna de estas cosas te da derecho a decirme cosas horribles.

 

—Perdona —murmura.

 

—Está bien —le digo.

 

Respiro hondo. No me gusta hacer el papel de mala, sobre todo cuando está recibiendo de todos lados, pero, por ser su madre, no puedo pasar por alto su conducta.

 

—Chicuela, lamento comunicarte que estarás castigada dos días. Y tampoco podrás usar el teléfono.

 

—?Me vas a castigar? —dice, incrédula.

 

—Ya sabes que no me tienes que hablar de esa manera —le digo— ni cabrearte conmigo. La próxima vez que algo te aflija, vienes y me lo cuentas, Annie. Siempre puedes contar conmigo.

 

—Ya lo sé. —Hace una pausa y me mira con angustia—: Oye, ?eso significa que no puedo seguir llamando a los Levy?

 

—Durante los próximos dos días, no —le digo—. Puedes volver a comenzar el martes por la tarde.

 

Se queda boquiabierta.

 

—?Qué mala eres! —dice.

 

—Ya me lo han dicho.

 

Me fulmina con la mirada.

 

—?Te odio!

 

Suspiro.

 

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