La lista de los nombres olvidados

No quiero decirle que, si ella no hubiese sido concebida, jamás me habría casado con su padre. No fue mi amor por él lo que me hizo formar una familia, sino el amor por la vida que crecía en mis entra?as.

 

Pero ?qué habrá pensado Mamie cuando conoció a mi abuelo? Debió de creer —supongo— que ya había perdido a Jacob y, en algún lugar del camino, también a su bebé. Su vida debió de parecerle tremendamente vacía. ?La habrá empujado la soledad a los brazos de mi abuelo? ?Cómo habrá podido acostarse con él por la noche, sabiendo que ya había conocido —y perdido— al gran amor de su vida?

 

—Entonces, si tanto querías a papá, ?cómo es que os habéis divorciado? —pregunta Annie.

 

—A veces las cosas cambian —respondo.

 

—Pero no para Mamie y Jacob —dice Annie con confianza—. Apuesto a que siempre se han querido. Apuesto a que se siguen queriendo.

 

En aquel momento, siento una gran tristeza por mi abuelo, un hombre cari?oso y amable, siempre dedicado a su familia. Me pregunto si se habrá dado cuenta de que su esposa, aparentemente, había entregado el corazón mucho antes de conocerlo.

 

Alzo la mirada y veo que Alain me observa pensativo.

 

—Nunca es demasiado tarde para encontrar el amor verdadero —dice, clavándome los ojos—. Lo único que hace falta es mantener el corazón dispuesto.

 

—Sí, claro —replico—, lo que pasa es que algunos no tenemos tanta suerte.

 

Alain mueve la cabeza arriba y abajo lentamente.

 

—O a veces tenemos mucha suerte, pero estamos demasiado asustados para darnos cuenta.

 

Pongo los ojos en blanco.

 

—Claro, como los hombres salen de quién sabe dónde para cortejarme…

 

Annie me observa a mí y después a Alain.

 

—Tiene razón. Nadie la invita a salir, salvo Matt Hines, que es, o sea, algo raro.

 

Siento que me ruborizo y carraspeo.

 

—Ya está bien, Annie —digo con brusquedad—. ?Manos a la obra! Necesito que prepares el strudel, ?de acuerdo?

 

—Es igual —murmura.

 

Aquella ma?ana abrimos mejor de lo que esperaba: con la ayuda de Alain, estamos listos para recibir a los clientes a las seis. Gavin pasa a eso de las 6.40, pero la tienda está llena, de modo que apenas tenemos tiempo para hablar mientras le doy el café, le agradezco otra vez su ayuda y le deseo un buen día de trabajo en la casa de Joe Sullivan.

 

Alain se queda conmigo cuando Annie se marcha a la escuela y, después de la hora punta de la ma?ana y de responder lacónicamente a las preguntas de una docena de clientes chismosos que querían saber dónde me había metido los tres últimos días, me quedo sola con él en la panadería.

 

—?Uf! —dice Alain—. Llevas bien el negocio, querida.

 

Me encojo de hombros.

 

—Podría ir mejor.

 

—Puede ser —dice Alain—, pero creo que deberías estar agradecida por lo que tienes.

 

Lo que tengo es una deuda cada vez mayor y una hipoteca que no tardarán en reclamarme, con lo cual me quedaré sin negocio. Pero no se lo digo: no hay motivo para cargar a Alain con mis problemas, que imagino insignificantes en comparación con las preocupaciones de su vida, de todos modos. Me da la impresión de que algo debe de estar muy mal en mí para que me deje abrumar con tanta facilidad por peque?eces.

 

El día pasa volando y Annie llega de la escuela con un montón de papeles en la mano.

 

—?Cuándo vamos a ver a Mamie? —pregunta, mientras saluda a Alain con un abrazo.

 

—En cuanto cerremos —le digo—. ?Por qué no empiezas a lavar los platos en el obrador? Tal vez hoy podamos cerrar un poco antes.

 

Annie frunce el ce?o.

 

—?Puedes lavar tú los platos? Tengo que hacer unas llamadas telefónicas.

 

Dejo de retirar los trozos de baklava del exhibidor y frunzo el ce?o.

 

—?Llamadas telefónicas?

 

Annie me muestra el fajo de hojas que tiene bien agarradas y pone los ojos en blanco.

 

—Ajá. A Jacob Levy.

 

Abro mucho los ojos.

 

—?Has encontrado a Jacob Levy?

 

—Sí —dice Annie y baja la vista—. Bueno, vale, he encontrado a un montón de personas que se llaman Jacob Levy y, o sea, ni siquiera he contado a los que figuran como ?J. Levy?, pero los voy a llamar a todos hasta que encontremos al bueno.

 

Suspiro.

 

—Annie, cielo… —empiezo.

 

—?Para, mamá! —dice con brusquedad—. ?No seas negativa, como siempre! Lo voy a encontrar y no me lo puedes impedir.

 

Abro y cierro la boca, impotente. Espero que esté en lo cierto, pero me da la impresión de que tiene delante centenares de números de teléfono. No me extra?a: seguro que Jacob Levy es un nombre bastante corriente.

 

??Vale? ?Puedo usar el teléfono de atrás?

 

Hago una pausa y asiento.

 

—De acuerdo, siempre que todos los números sean de Estados Unidos.

 

Annie me sonríe y se va brincando al obrador.

 

Alain me mira risue?o y se pone de pie para seguirla.

 

—Echo de menos ser joven y hacerme ilusiones —dice—. ?Tú no?

 

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