La lista de los nombres olvidados

Además, Rose sabía que, para hacer dulces como los que confeccionaban los Haddam, había que ser bueno y amable. Siempre se pone el corazón en lo que se cocina y, si alguien tiene el alma sombría, habrá oscuridad también en su repostería; en cambio, en los pasteles de los Haddam había luz y bondad. Rose lo captaba y esperaba que, en su interior, el bebé también.

 

Algunas veces, la se?ora Haddam dejaba que Rose la acompa?ara al mercado, siempre que se comprometiera a no abrir la boca y se cubriera con un pa?uelo. Le gustaba el anonimato que aquello le proporcionaba y allí, aunque los Haddam iban a comprar a un barrio musulmán, Rose escudri?aba la multitud con desesperación, con la esperanza de entrever a alguien de su vida anterior. Un día vio por la calle a Jean Michel, pero no pudo llamarlo a gritos, porque de pronto se le hizo un nudo en la garganta. Cuando logró volver a articular algún sonido, hacía rato que él había desaparecido.

 

Una noche, después de decir el azalá en árabe con los Haddam, Rose estaba en su habitación rezando en hebreo cuando, al volverse, vio a Nabi, que la observaba.

 

—Ven, Nabi —le dijo al ni?o—, y reza conmigo.

 

él se arrodilló a su lado mientras ella acababa sus plegarias y se quedaron sentados en silencio.

 

—Rose —preguntó el ni?o al cabo de un buen rato—, ?tú crees que Dios habla árabe o hebreo? ?Puede oír tus oraciones o las mías?

 

Rose reflexionó un momento y se dio cuenta de que no sabía la respuesta. últimamente había empezado a dudar de que Dios la escuchara, fuera cual fuese la lengua en la que ella hablara, porque, si él la oía, ?cómo podía permitir que su familia y Jacob desaparecieran de su vida?

 

—No lo sé —dijo finalmente—. ?Qué te parece a ti, Nabi?

 

El ni?o se lo pensó un buen rato antes de responder.

 

—Creo que Dios debe de hablar todas las lenguas —dijo con voz confiada—. Creo que nos oye a todos.

 

—?Te parece que todos rezamos al mismo Dios? —preguntó Rose al cabo de un momento—. ?Los musulmanes y los judíos y los cristianos y todas las personas que creen en otras cosas?

 

Dio la impresión de que Nabi reflexionaba con mucha seriedad sobre aquella cuestión.

 

—Sí —respondió finalmente—. Sí. Hay un solo Dios que vive en el cielo y nos oye a todos. Lo que pasa es que aquí, en la tierra, estamos confundidos sobre la manera de creer en él, pero ?qué importa, mientras tengamos confianza en que está allí?

 

Rose sonrió al oírlo.

 

—Creo que tal vez tengas razón, Nabi.

 

Pensó en las palabras que le había dicho Jean Michel la última vez que ella vio a Jacob.

 

—Por ahora —le dijo al ni?o en voz baja, mientras extendía la mano para despeinarlo—, lo único que podemos hacer es rezar y esperar que Dios nos oiga.

 

 

 

 

 

Capítulo 17

 

 

Después de convencer al personal de la compa?ía aérea para que nos dejara pasar aunque se hubiese cerrado el embarque, de atravesar rápidamente el control de seguridad y de correr hasta la puerta correspondiente, Alain y yo conseguimos subir al avión cinco minutos antes de que cierren las puertas.

 

Con el teléfono móvil de Alain había llamado a Annie desde el taxi, pero no respondió. Tampoco lo hicieron Gavin ni Rob, aunque los llamé a los dos. En el hogar de Mamie no tenían más información sobre su estado y la enfermera que me respondió en el hospital me dijo que se encontraba estable, aunque era imposible saber cuánto más duraría así.

 

Mientras el avión carretea y emprende vuelo sobre París, observo el Sena, que desaparece a nuestros pies, como una cinta que corta la tierra, e imagino a Mamie oculta en una barcaza a los diecisiete a?os, serpenteando lentamente por el mismo río color topacio hacia la zona no ocupada. ?Habrá conseguido salir así de París? Me pregunto si alguna vez llegaremos a saberlo.

 

—?Qué crees que habrá sido de aquel bebé? —me pregunta Alain en voz baja mientras seguimos ascendiendo.

 

Ya estamos por encima de las nubes, la luz del sol se filtra en torno a nosotros por todas partes y no puedo por menos de pensar si así será estar en el cielo.

 

Muevo la cabeza de un lado a otro.

 

—No lo sé.

 

—Debería haber imaginado que estaba embarazada —dice Alain—. Eso explica por qué nos dejó. Nunca le encontré sentido. No era propio de ella salir corriendo y dejarnos atrás. Se habría quedado a tratar de convencernos, a tratar de protegernos, aunque eso supusiera arriesgar su propia vida.

 

—Pero creyó que era más importante proteger al bebé —murmuro.

 

Alain asiente con la cabeza.

 

—Y lo era. Tenía razón. En eso consiste ser padre, ?verdad? Creo que lo mismo les ocurrió a mis padres. Ellos pensaban realmente que cumplir las normas nos protegería a todos. ?Quién iba a decir que sus buenas intenciones nos llevarían a donde nos llevaron?

 

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