La lista de los nombres olvidados

A la joven que hay detrás del mostrador le preguntamos si podemos hablar con el propietario y al cabo de un momento aparece un hombre alto y de mediana edad, de piel color caramelo y cabello negro azabache, con canas en las sienes. Lleva un delantal de panadero completamente blanco sobre unos pantalones color caqui perfectamente planchados y una camisa azul clara.

 

—Ah, sí, Sahib me ha llamado desde la mezquita y me ha dicho que vendrían —dijo, después de saludarnos—. Soy Hassan Romyo y me alegro de que hayan venido, pero me temo que no voy a poder ayudarles.

 

Sus palabras me sumen en la desesperación.

 

—?Sabe de dónde procede la receta de los pasteles con la masa en forma de retícula estrellada? —pregunto con un hilo de voz, mientras se?alo los que hay en el exhibidor.

 

Mueve la cabeza de un lado a otro.

 

—Hace veinte a?os que soy el due?o de esta panadería —me dice— y la receta ha estado aquí desde que tengo memoria. Mi madre los hacía antes que yo, pero murió hace tiempo. Siempre pensé que era una receta de familia.

 

—Es una receta judía —tercia Alain y monsieur Romyo lo mira, arqueando las cejas—. Procede de la madre de mi abuela, en Polonia, hace muchos a?os.

 

—?Judía? —pregunta monsieur Romyo—. ?Y polaca? ?Está usted seguro?

 

Alain asiente con la cabeza.

 

—Es exactamente la misma receta que mis abuelos preparaban en su panadería antes de la Segunda Guerra Mundial. Creemos que tal vez mi hermana haya ense?ado a su familia a preparar este pastel durante la guerra.

 

Monsieur Romyo se queda mirando a Alain un buen rato y después asiente.

 

—Alors. Mis padres han muerto, pero eran jóvenes durante la guerra. Tan solo ni?os. No lo recordarían, pero el que lo puede saber es el tío de mi madre.

 

—?Está aquí? —pregunto.

 

Monsieur Romyo echa a reír.

 

—No, madame. Es muy viejo. Tiene setenta y nueve a?os.

 

—Tener setenta y nueve a?os no es ser viejo —farfulla Henri a mis espaldas, pero monsieur Romyo no parece prestarle atención.

 

—Ahora mismo lo llamo por teléfono —dice—. Lo malo es que está casi sordo, ?comprenden?, y cuesta mucho hablar con él.

 

—Inténtelo, por favor —le digo, con voz queda.

 

Asiente con la cabeza.

 

—He de reconocer que también ha despertado mi curiosidad.

 

Pasa al otro lado del mostrador, coge un teléfono móvil y revisa la lista de contactos. Selecciona uno y se lleva el aparato a la oreja.

 

Cuando lo escucho decir ?Hallo? Oncle Nabi??, me doy cuenta de que he estado conteniendo la respiración. Exhalo poco a poco.

 

Presto atención, aunque sin comprender, mientras habla en voz alta por el teléfono en francés, repitiéndose varias veces. Finalmente, tapa el micrófono con la mano y se dirige a mí: —Esta tartaleta de estrellas —dice—, según mi tío Nabi, su familia la aprendió de una joven.

 

Alain y yo intercambiamos miradas.

 

—?Cuándo? —lo apremio.

 

Monsieur Romyo dice algo más por el teléfono y lo repite en voz más alta. Vuelve a poner la mano sobre el micrófono.

 

—En l’année mille neuf cents quarante-deux —dice—. Mil novecientos cuarenta y dos.

 

Me quedo sin respiración.

 

—?Será posible…? —pregunto a Alain y se me pierde la voz.

 

Me vuelvo hacia monsieur Romyo:

 

—?Recuerda su tío algo más acerca de esta mujer?

 

Lo observo mientras repite mi pregunta, en francés, por el teléfono. Un instante después, alza la mirada otra vez y dice: —Rose. Elle s’est appelée Rose.

 

—?Qué dice? —pregunto a Alain, frenética.

 

Alain se vuelve hacia mí sonriendo.

 

—Dice que la mujer se llamaba Rose.

 

—Esa es mi abuela —murmuro, mirando a monsieur Romyo.

 

Asiente y dice algo más por el teléfono y escucha un momento. Después cuelga y se rasca la cabeza.

 

—Todo esto es muy extra?o —dice. Mira a Alain y después otra vez a mí—. Después de tantos a?os, no tenía ni idea…

 

No acaba la frase y carraspea.

 

—Mi tío, Nabi Haddam, quisiera que fueran ustedes a verlo ahora mismo. D’accord?

 

—Merci. D’accord —acepta Alain de inmediato y me mira—. De acuerdo —traduce—. Vamos ahora mismo.

 

Cinco minutos después, Simon, Henri, Alain y yo nos dirigimos en taxi hacia el sur, a una dirección en la Rue des Lyonnais que, según monsieur Romyo, queda muy cerca. Miro otra vez mi reloj. Son las 8.25. No sé si llegaremos a tiempo para el vuelo, pero, en este preciso momento, me da la impresión de que esto es algo que tenemos que hacer.

 

Estoy temblando cuando paramos delante del edificio de apartamentos donde vive Nabi Haddam, que ya nos espera en la puerta. Por lo que nos ha dicho el se?or Romyo, sé que tiene solo un a?o menos que Alain, pero parece de otra generación. La cabellera es negro azabache y no tiene el rostro tan surcado de arrugas como mi tío. Lleva un traje gris y tiene las manos juntas. Cuando nos apeamos del taxi, me mira fijamente.

 

—Eres su nieta —dice, vacilante, antes de que tengamos ocasión de presentarnos—. Eres la nieta de Rose.

 

Respiro hondo.

 

—Sí.

 

Sonríe y se me acerca a grandes zancadas. Me besa en las dos mejillas.

 

—Eres su vivo retrato —dice y, cuando se aparta, veo lágrimas en sus ojos.

 

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