La lista de los nombres olvidados

Alain alza la mano, simulando que acepta la derrota, y Simon inclina la cabeza a un lado.

 

—Tal vez Hope nos pueda hablar de algunos de sus bollos —dice—, para que podamos imaginar que los comemos.

 

Echo a reír y me pongo a describirles algunos de mis preferidos. Les hablo de los strudel que preparamos y de las tartas de queso. Les cuento de los Star Pies de Mamie, que son prácticamente iguales a los trozos de pastel que había encontrado el día anterior en la panadería askenazí. Ellos sonríen y asienten con la cabeza, entusiasmados, hasta que empiezo a mencionar otras de nuestras especialidades: los cuernos de gacela aromatizados con agua de azahar, las sabrosas galletas de anís e hinojo y los bizcochos de pistacho y miel.

 

Henri y Alain me miran fijamente, desconcertados; Simon, en cambio, da la impresión de que acaba de ver un fantasma, porque se le ha demudado el rostro.

 

Suelto una risita nerviosa y pregunto:

 

—?Qué pasa?

 

—Esas pastas no corresponden a la tradición judía, que yo sepa —dice Henri—. Tu abuela no puede haberlas recibido de su familia.

 

Observo las miradas que intercambian Henri y Simon.

 

—?Y qué? —insisto.

 

Simon es el primero en hablar.

 

—Hope —dice con suavidad y de su voz ha desaparecido todo rastro de chanza—, creo que eso es repostería musulmana, del norte de áfrica.

 

Yo también los miro fijamente.

 

—?Repostería musulmana? —Muevo la cabeza de un lado a otro—. ?Cómo puede ser?

 

Henri y Simon vuelven a intercambiar miradas. Da la impresión de que Alain comprende entonces lo que quieren decir. Pregunta algo en francés y, cuando Simon responde, Alain murmura: —No puede ser verdad. ?O sí?

 

—?De qué están hablando? —pregunto, inclinándome hacia delante.

 

Me están poniendo nerviosa. Sin hacerme caso, intercambian rápidamente unas cuantas palabras más en francés. Alain consulta el reloj, asiente con la cabeza y se pone de pie. Los otros dos también.

 

—Ven, Hope —dice Alain—. Tenemos algo que hacer.

 

—?Cómo? —pregunto, totalmente perpleja—. ?Acaso tenemos tiempo?

 

Alain vuelve a mirar su reloj y yo también miro el mío. Son casi las ocho.

 

—Encontraremos el tiempo —dice—. Esto es importante. Vamos y trae tus cosas.

 

Cojo mi talego y los sigo y nos marchamos en silencio del apartamento.

 

—?Adónde vamos? —pregunto cuando llegamos a la Rue de Turenne y Henri levanta un brazo para llamar un taxi.

 

—A la Grande Mosquée de París —dice Simon—. La Gran Mezquita.

 

Me lo quedo mirando fijamente.

 

—?Cómo? ?Vamos a una mezquita?

 

Alain extiende la mano y me roza la mejilla.

 

—Confía en nosotros, Hope —dice. Le brillan los ojos y me sonríe—. Te lo explicaremos por el camino.

 

 

 

 

 

Capítulo 15

 

 

-No sabíamos si hacer caso de los rumores —empieza Alain, cuando, después de apretujarnos en un taxi, nos dirigimos volando hacia el sur, en dirección al río.

 

En el exterior, las calles van reviviendo y llenándose de gente a medida que el sol comienza a calentar la tierra y a ba?ar los edificios en su luz amarillo limón.

 

—?Qué rumores? —pregunto—. ?De qué hablan?

 

Alain y Simon intercambian miradas. Henri es el primero en hablar:

 

—Ha habido rumores de que los musulmanes de París salvaron a muchos judíos durante la guerra —dice, circunspecto.

 

Lo miro fijamente y después observo a Alain y a Simon, que asienten con la cabeza.

 

—Un momento. ?Me está diciendo que los musulmanes salvaron a gente judía?

 

—Nunca lo oímos decir durante la guerra —dice Simon y echa un vistazo a Alain—. Bueno, casi nunca.

 

Alain asiente con la cabeza.

 

—Una vez, Jacob dijo algo que me hizo pensar… —Su voz se vuelve imperceptible y mueve la cabeza de un lado a otro—. Pero nunca llegué a creérmelo.

 

—En una época —dice Henri—, nos considerábamos hermanos, en cierto modo, los judíos y los musulmanes. A los musulmanes no los persiguieron como a nosotros durante la guerra, aunque siempre los hicieron sentir intrusos, igual que a los judíos. Supongo que algunos musulmanes se habrán tomado la persecución de los judíos como algo personal. ?Cómo saber si el país no se volvería después contra ellos?

 

—Y por eso, según los rumores, nos ayudaron —dice Simon—, pero nunca supe si era verdad.

 

—?Qué quiere decir? —le pregunto.

 

—Siempre se ha dicho que dieron alojamiento y cobijo a muchos ni?os cuyos padres habían sido deportados y también a algunos adultos —dice Alain— y que hasta llegaron a enviarlos clandestinamente a la zona libre y en algunos casos los ayudaron a conseguir documentación falsa.

 

—?Me estás diciendo que hubo musulmanes que sacaron a los judíos de París de forma clandestina? —pregunto.

 

Muevo la cabeza de un lado a otro, porque me cuesta creerlo.

 

—En aquella época, al frente de la Gran Mezquita de París estaba el musulmán más poderoso de Europa —dice Henri y echa una mirada a Alain—: Si Kaddour Beng… Comment s’est-il appelé?

 

—Benghabrit —dice Alain.

 

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