La lista de los nombres olvidados

Sonríe.

 

—Todos cambiamos —dice—. Lo sé.

 

Miro mi reloj. Son casi las diez, de modo que serán casi las cuatro en el cabo Cod. Es bastante tarde y es probable que Mamie esté perdiendo lucidez, porque los que padecen demencia suelen discurrir con menos claridad a medida que pasan las horas.

 

—?Estás seguro de que no te importa que use tu teléfono? —le pregunto—. Es caro.

 

Alain ríe.

 

—Aunque costara un millón de euros, seguiría diciendo que sí.

 

Sonrío, levanto el auricular y marco 001 y a continuación el número de Mamie. Cuando el teléfono ha sonado seis veces, cuelgo.

 

—?Qué extra?o! —digo.

 

Vuelvo a mirar el reloj. Mamie no participa en las actividades sociales del hogar —dice que el bingo es un juego infantil—, de modo que no hay motivo para que no esté en su habitación.

 

—Puede que haya marcado mal.

 

Vuelvo a intentarlo y esta vez dejo que el teléfono suene ocho veces antes de colgar. Alain me mira con el ce?o fruncido y, aunque tengo una sensación desagradable en la boca del estómago, le dirijo una sonrisa forzada.

 

—No responde, pero puede que mi hija la haya llevado a dar un paseo o algo así.

 

Alain asiente con la cabeza, pero parece preocupado.

 

—?Te importa si la llamo a ella? —pregunto—. A mi hija.

 

—Claro que no —dice Alain—. Adelante.

 

Marco 001 y a continuación el número del teléfono móvil de Annie. Responde antes de que acabe de sonar.

 

—?Mamá? —pregunta y, por el tono de su voz, me doy cuenta de que algo pasa.

 

—?Qué pasa, cielo? —pregunto.

 

—Es Mamie —dice y le tiembla la voz—. Ha tenido… ha tenido un derrame cerebral.

 

Se me paraliza el corazón y miro a Alain anonadada. Sé que él lo ve todo reflejado en mi rostro.

 

—?Está…? —pregunto.

 

No acabo la frase.

 

—Está ingresada —dice Annie—, pero no pinta bien.

 

—Dios mío.

 

Miro a Alain, que parece aterrado.

 

—?Qué ha ocurrido? —pregunta.

 

Cubro el auricular con la mano y le digo:

 

—Mi abuela ha sufrido un derrame cerebral y está en el hospital.

 

Alain se lleva una mano a la boca y yo vuelvo a concentrarme en mi hija.

 

—?Estás bien, mi vida? —pregunto—. ?Con quién estás?

 

—Con el se?or Keyes —farfulla.

 

—?Con Gavin? —pregunto, confundida—. Pero ?dónde está tu padre?

 

—Trabajando —dice—. He… he tratado de comunicarme con él, pero su asistente ha dicho que está en medio de un caso importante y que me llamará cuando el tribunal levante la sesión.

 

Cierro los ojos y trato de respirar.

 

—Lamento muchísimo no estar allí contigo, cielo. Volveré en cuanto pueda, te lo prometo.

 

—Te he llamado al hotel —dice Annie con un hilo de voz—. ?Dónde estabas?

 

Alzo la mirada hacia Alain, que tiene los ojos llenos de lágrimas.

 

—Tengo muchas cosas que contarte, Annie —le digo—. Te lo diré en cuanto llegue a casa, ?de acuerdo?

 

—De acuerdo —dice con voz queda.

 

—?Me dejas hablar un minuto con Gavin?

 

No responde, pero escucho un crujido cuando le pasa el teléfono.

 

—?Hola? —dice él un minuto después y solo cuando oigo su voz y expulso el aire me doy cuenta de que he estado conteniendo la respiración.

 

—Gavin, ?qué ha pasado? —le pregunto sin rodeos.

 

Lo primero que debería hacer —lo sé— es agradecerle que hubiese acudido una vez más en mi ayuda, pero no puedo pensar más que en Mamie y en cómo lo está llevando Annie.

 

—Hope, tu abuela ha sufrido un derrame cerebral, pero la han estabilizado —dice con seriedad, aunque con una suavidad que me tranquiliza—. No ha recuperado el conocimiento, pero está en observación. Es demasiado pronto para evaluar hasta qué punto ha quedado afectada.

 

—?Cómo…? ?Qué…?

 

No acabo las frases, porque en realidad no sé qué es lo que trato de preguntarle. Miro otra vez a Alain, sin saber qué hacer. Se ha hundido en un sillón frente a mí y me observa con ojos llorosos y la mano nudosa todavía sobre la boca.

 

—?Cómo te has enterado? —pregunto por fin.

 

—Me llamó Annie —explica Gavin enseguida—. Estaba en casa de su padre. Supongo que en la institución de vida asistida de tu abuela todavía tenían el teléfono de tu antigua casa como teléfono de contacto para emergencias, de modo que una enfermera llamó allí y Annie respondió. Como no conseguía a nadie que la llevara al hospital, me llamó a mí.

 

—Perdón —farfullo—. Quiero decir, gracias.

 

—Hope, no seas tonta —dice Gavin—. Fue un placer poder ayudar a Annie. Me alegro de que me haya llamado. Yo estaba en la misma calle, acabando una reparación en la casa de Joan Namvar, de modo que pude ir a buscarla enseguida.

 

Cierro los ojos.

 

—Gracias, Gavin. Ni siquiera sé cómo darte las gracias.

 

—No hay de qué —dice, restándole importancia.

 

—?Está bien ella? —pregunto—. Annie, quiero decir.

 

—Está bien —dice—. Afectada, pero bien. No te preocupes. Me quedaré con ella hasta que tu ex salga de trabajar.

 

—Gracias —susurro—. Te compensaré, Gavin.

 

—No te preocupes —repite.

 

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