Colocar la tapa de masa enfriada en una bandeja de horno para galletas. Echar encima la mezcla de queso crema.
Hornear 40 minutos o hasta que el centro de la corteza quede sólido.
Rose
Annie había pasado a verla aquel día. Rose estaba segura, aunque no acababa de comprender lo que la ni?a le había dicho.
—Mamá está en París —había anunciado Annie y los ojos grises le brillaban de entusiasmo—. ?Y me ha dejado un mensaje! Ha dicho que tal vez, o sea, haya encontrado algo.
—Qué bien, querida —había respondido Rose, aunque no sabía bien quién era la madre de Annie. ?Sería algún familiar suyo o, tal vez, una de las clientas de la panadería? Como no podía decirle a la ni?a que no recordaba a su madre, le preguntó—: ?Y ha encontrado algo bonito en alguna boutique? ?Un pa?uelo, tal vez, o un par de zapatos?
Después de todo, París era famoso por las compras.
Annie había echado a reír con una risa vivaracha que recordó a Rose el sonido de los pájaros que solían cantar junto a su ventana de la Rue du Général Camou, hace tantos a?os.
—?No, Mamie! —había exclamado—. ?Fue al Museo del Holocausto! Ya sabes… ?Para averiguar lo que les ocurrió a esas personas de las que nos hablaste!
—Ah —había murmurado Rose, que de pronto se quedó sin aire.
Annie se había marchado poco después y Rose quedó a solas con los pensamientos que se cernían sobre ella. Las palabras de la ni?a habían desencadenado un remolino de recuerdos que amenazaban con elevar a Rose del suelo y llevársela lejos, al pasado, sobre el cual ella pensaba cada vez más en aquella época. La mayor parte de los días, los recuerdos llovían sin que nadie los invitara, pero aquella vez fue la mención de París y el Holocausto, la Shoah, lo que la hizo retroceder dando vueltas hasta aquel día espantoso de 1949, cuando su querido Ted regresó a casa y confirmó lo que ella temía.
Ella amaba a su esposo y, porque lo amaba, le había hablado de Jacob, porque sabía que tenía que ser sincera con las personas que amaba y ella lo había sido… hasta cierto punto. Le había contado a Ted que había un hombre en París al que ella había amado mucho. En realidad, casi no había hecho falta decírselo: ella sabía que ya era evidente.
Sin embargo, cuando él le preguntó si amaba a aquel hombre más que a él, ella no había podido mirarlo a los ojos, de modo que él lo sabía. Siempre lo había sabido.
A ella le habría gustado que sus sentimientos hubiesen sido diferentes. Ted era un hombre maravilloso. Fue un padre extraordinario para Josephine. Era digno de confianza y fiel. Le había dado una vida que ella jamás habría podido so?ar hacía tantos a?os en la tierra que la vio nacer.
Pero no era Jacob y aquel era su único defecto.
Los primeros a?os después de la guerra, ella no había querido saber nada, al menos no de forma oficial. Al principio, cuando se casó con Ted y vivían en Nueva York, en un piso no muy lejos de la estatua de la Libertad, llegaban fragmentos de noticias a través de otros inmigrantes procedentes de Francia. Se llamaban a sí mismos ?supervivientes?. Rose pensaba que, en realidad, parecían fantasmas, muertos en vida. Pálidos, agotados y ojerosos, flotaban por las habitaciones como si estuvieran fuera de lugar.
?Conocí a tu madre —le dijo una de las “fantasmas”—. La vi morir en Auschwitz?.
?Vi a la peque?a y encantadora Danielle en Drancy —le dijo otra—. No sé si consiguió llegar hasta el transporte?.
Recibió la noticia que le partió el corazón de un ?fantasma? llamado monsieur Pinusiewicz, al que había conocido en su vida anterior: era el due?o de la carnicería que quedaba en la misma calle que la panadería de sus abuelos.
?El chico aquel con el que salías… ?Jacob??
Rose se lo había quedado mirando. No había querido que continuara, porque le veía la verdad escrita en los ojos y no podía soportar oírsela decir. Emitió un sonido sordo, que él interpretó como una se?al para continuar.
?Estuvo en Auschwitz. Lo vi allí. Y lo vi el día que se lo llevaron a la cámara de gas?.
Y aquello fue todo. Después, tanto el ?fantasma? de monsieur Pinusievicz como el último atisbo de esperanza de poder recuperar, en cierto modo, su pasado desaparecieron.