La lista de los nombres olvidados

—Lo sé —reconozco finalmente—, lo sé.

 

Cuando cierro con llave y nos marchamos, la luz natural está menguando mucho y el azul del cielo ha empezado a oscurecerse. Me estremezco y me cierro un poco más la chaqueta tejana.

 

—?Estás bien? —pregunta Gavin y se detiene antes de volverse hacia la izquierda.

 

Veo su todoterreno aparcado una manzana más abajo, por Main Street.

 

Asiento con la cabeza.

 

—Sí. Y gracias. Por todo.

 

—Es mucho para asimilar —dice y, más por mí que por él, en el último momento a?ade—: Suponiendo que sea cierto, claro.

 

Vuelvo a asentir. Me siento atontada, como si lo que me ha explicado esta tarde me hubiese sobrecargado al máximo. Sencillamente, me cuesta aceptar que mi abuela tenga un pasado del cual jamás haya hablado, aunque debo reconocer que todo lo que él ha dicho tiene sentido. Se me pone la carne de gallina.

 

—Bien —dice Gavin y me doy cuenta de que me he quedado de pie en la calle con la mirada perdida.

 

Sacudo la cabeza, hago una sonrisa forzada y extiendo la mano.

 

—Oye, muchas gracias de nuevo. De verdad.

 

Gavin parece sorprenderse al ver mi mano, pero me la estrecha al cabo de un momento y dice: —De nada.

 

Tiene la mano encallecida y cálida y tardo un poco más de lo conveniente en soltarla.

 

—Espero que te gusten las galletas —le digo y se?alo con la cabeza la caja que lleva en la mano izquierda.

 

Sonríe.

 

—No son para mí —dice.

 

De pronto, me siento incómoda.

 

—Vale, cuídate —digo.

 

—Cuídate —repite.

 

Mientras lo veo alejarse, se apodera de mí una sensación de pérdida que no sé de dónde me viene.

 

 

 

 

 

Capítulo 9

 

 

Me paso toda la noche dando vueltas en la cama y, cuando finalmente consigo dormirme, tengo pesadillas en las que veo que reúnen a un montón de gente en la calle, delante de mi panadería, y después se la llevan hacia vagones de tren. En mi sue?o, voy corriendo entre la multitud, tratando de encontrar a Mamie, pero ella no está. Me despierto ba?ada en sudor frío a las dos y media de la ma?ana y, aunque no suelo ir a trabajar hasta las 3.45, me levanto de la cama de todos modos, me visto y salgo al aire frío y vigorizante. Sé que no volveré a pegar ojo.

 

La marea debe de estar baja, porque, cuando voy hasta mi coche, me llega el olor a sal sucia desde la bahía, situada a dos manzanas de distancia. En medio del silencio de la madrugada, oigo el murmullo apenas perceptible de las olas que llegan hasta la orilla. Antes de sentarme en el asiento del conductor, me quedo allí de pie un momento, inspirando y espirando. Siempre me ha encantado el olor del agua salada: me recuerda a mi infancia, cuando mi abuelo venía de visita después de pasar el día pescando, con el olor del mar en la piel, y me arrojaba al aire.

 

—?Quién es mi ni?a preferida de todo el mundo? —me preguntaba, mientras me hacía volar por toda la habitación, como si fuera Supergirl.

 

—?Yooooooooo! —le respondía entre risitas, encantada todas las veces como si fuera la primera.

 

Incluso a aquella edad, yo ya me había dado cuenta de que mi madre podía ser fría y temperamental y mi abuela, tremendamente reservada, pero mi abuelo me cubría de besos, me leía cuentos a la hora de ir a la cama, me ense?aba a pescar y a jugar al béisbol y me llamaba su ?mejor amiga?.

 

Cuando pongo en marcha el motor, me doy cuenta de que lo echo muchísimo de menos. él habría sabido qué hacer con respecto a Mamie. De pronto me pregunto si él sabría los secretos que ella guardaba. Si así fue, nunca lo dijo. Yo siempre había pensado que eran un matrimonio bien avenido, pero ?puede durar una relación cuando hay mentiras en torno a sus raíces?

 

Entro en la panadería unos minutos pasadas las tres. Automáticamente, saco del congelador las magdalenas, las galletas y los cupcakes de ayer, que, en cuanto se descongelen, irán a parar a los exhibidores. Después me siento, dispuesta a dedicar una hora a navegar por internet, antes de ponerme a cocinar.

 

Me conecto a mi correo electrónico y me sorprendo al encontrar un mensaje de Gavin, enviado a la dirección de pedidos en línea de la panadería poco después de medianoche. Lo abro con un clic:

 

Hola, Hope:

 

Se me ha ocurrido enviarte los enlaces de las organizaciones de las que te he hablado: www.yadvashem.org y www.jewishgen.org. Son los mejores lugares para comenzar tu búsqueda. Después tal vez quieras probar con el Mémorial de la Shoah, el monumento en conmemoración del Holocausto, en París. Tienen buenos registros de las víctimas francesas del Holocausto, me parece. Dime si te puedo ayudar en algo.

 

Buena suerte,

 

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