La lista de los nombres olvidados

—No.

 

—De acuerdo —digo, desilusionada—. Gracias por el tiempo que me ha dedicado y espero, ejem, que resuelva usted la situación con Albert.

 

La mujer bufa.

 

—Y yo espero que lo atropelle un taxi.

 

Se corta la comunicación y me quedo, sorprendida, con el teléfono en la mano. Muevo la cabeza de un lado a otro, espero el tono de marcar y pruebo con el número siguiente.

 

 

 

 

 

Capítulo 8

 

 

Cuando entra Annie, poco antes de las cuatro, los Star Pies ya se han enfriado, he puesto en el horno las magdalenas de arándanos para ma?ana y he marcado los treinta y cinco números de mi lista. Me respondieron en veintidós, pero nadie conocía a las personas de la lista de Mamie. Dos me sugirieron que llamara a las sinagogas, que podrían tener registros de sus fieles de aquella época.

 

—Gracias —había dicho, atónita, en los dos casos—, pero es que mi abuela es católica.

 

Casi sin mirarme, Annie arroja la mochila detrás del mostrador y entra en el obrador pisando fuerte. Suspiro. ?Qué bien! Vamos a tener una de esas tardes.

 

—?Ya he lavado todos los boles y las bandejas! —le grito, mientras empiezo a retirar las galletas del exhibidor, dispuesta a cerrar dentro de unos minutos—. Como hoy no ha habido mucho movimiento, me ha sobrado tiempo.

 

—Entonces, ?has aprovechado para reservar el vuelo a París? —pregunta Annie y aparece en la puerta de la cocina con las manos en las caderas—. Ya que has tenido tiempo de sobra…

 

—No, pero… —empiezo, pero Annie levanta la mano y me interrumpe.

 

—?No? Está bien. No quiero saber nada más.

 

Evidentemente, le ha copiado la frase a su padre, para tratar de parecer un adulto en peque?o. Lo que me faltaba.

 

—Annie, no me estás escuchando —le digo—. He llamado a todos…

 

—Mira, mamá, si tú no vas a ayudar a Mamie, no sé de qué tenemos que hablar —dice con brusquedad.

 

Respiro hondo. Hace varios meses que voy como pisando huevos a su alrededor, porque me preocupa su reacción ante el asunto del divorcio, pero ya me he cansado de ser la mala de la película, sobre todo cuando no lo soy.

 

—Annie —le digo con firmeza—, estoy haciendo todo lo que puedo para mantenernos a flote. Entiendo que tú quieras ayudar a Mamie y yo también, pero tiene alzheimer, Annie. Lo que pide no es lógico, así que, si me prestaras atención…

 

—Es igual, mamá —me vuelve a interrumpir—, si es que a ti no te importa nadie.

 

Regresa al obrador a zancadas y me dispongo a seguirla, con los pu?os apretados, para tratar de contener mi cólera.

 

—Jovencita, ?no te vayas así cuando estamos discutiendo!

 

En aquel preciso instante suena la campanilla de la puerta y, cuando me doy la vuelta, veo a Gavin. Lleva unos vaqueros deste?idos y una camisa roja de franela. Me mira a los ojos y se pasa la mano por el cabello casta?o, rizado y rebelde. Sin querer, reparo en que necesita un corte de pelo.

 

—Ejem, ?interrumpo? —pregunta y mira el reloj—. ?Está abierto todavía?

 

Esbozo una sonrisa forzada.

 

—Claro que sí, Gavin —le digo—. Pasa, ?qué puedo hacer por ti?

 

Se acerca al mostrador, vacilante.

 

—?Estás segura? —pregunta—. Mira que puedo volver ma?ana, si…

 

—No —lo interrumpo—. Perdona. Annie y yo estábamos teniendo una… conversación.

 

Gavin se detiene, me sonríe y dice en voz baja:

 

—Mi madre y yo solíamos tener montones de conversaciones cuando yo tenía la edad de Annie. Estoy seguro de que mi madre las disfrutaba mucho.

 

Me río, a pesar de todo. En aquel momento, Annie vuelve a salir del obrador.

 

—Aquí tiene una taza de café —le anuncia antes de que yo pueda decir nada y, echándome una mirada desafiante, a?ade—: Invita la casa.

 

Ella no sabe que no le cobro nada desde que acabó las obras en nuestra casita.

 

—Vaya, gracias, Annie. Muy generoso de tu parte —dice Gavin y coge el café que ella le ofrece. Lo observo mientras cierra los ojos e inhala el aroma—. ?Guau! ?Esto huele genial!

 

Enarco una ceja, porque sospecho que sabe tan bien como yo que el café no está recién hecho, sino que lleva como dos horas en la cafetera.

 

—Dígame una cosa, se?or Keyes —empieza Annie—. ?Verdad que usted, o sea, ayuda a la gente?

 

Gavin pone cara de sorpresa. Carraspea y asiente con la cabeza.

 

—Pues sí, Annie, supongo que sí. —Calla y me mira—. Me puedes llamar Gavin, si quieres. Ejem, ?quieres decir si ayudo a la gente porque hago reparaciones y obras en las casas?

 

—Es igual —dice ella, restándole importancia—. Ayuda a la gente porque es lo que hay que hacer, ?verdad? —Gavin me echa otra mirada. Yo me encojo de hombros y Annie continúa—: La cuestión es que, si algo se perdiera y una persona estuviera muy preocupada por eso, probablemente querría ayudarla a recuperarlo, ?no?

 

Gavin asiente con la cabeza.

 

—Claro, Annie —dice poco a poco—. A nadie le gusta perder sus cosas.

 

Me echa otra mirada.

 

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