La lista de los nombres olvidados

—Entonces, o sea, si una persona le pidiera que la ayudara a encontrar a unos familiares que ha perdido, usted la ayudaría, ?verdad?

 

—Annie… —le digo, a modo de advertencia, pero no me está prestando atención.

 

—?O usted, o sea, no hace ningún caso cuando le piden ayuda? —continúa.

 

Me dirige una mirada significativa.

 

Gavin vuelve a carraspear y me mira. Observo que se da cuenta de que lo está metiendo en nuestra pelea, sin que él quiera y sin que tenga la menor idea de lo que discutimos.

 

—Vamos a ver, Annie —dice lentamente y vuelve la mirada hacia ella—. Supongo que trataría de ayudar a esa persona, pero en realidad todo depende de la situación.

 

Annie se vuelve hacia mí con una mirada triunfal en el rostro.

 

—?Lo ves, mamá? ?Al se?or Keyes le importa, aunque a ti te dé igual!

 

Gira sobre los talones y desaparece otra vez en el obrador. Cierro los ojos y escucho el ruido de un bol de metal al golpear contra la encimera. Los vuelvo a abrir y veo que Gavin me observa con preocupación. Nuestras miradas se cruzan por un momento y después los dos nos volvemos hacia Annie, que ha vuelto a entrar desde la parte de atrás.

 

—Mamá, ya que está todo lavado —dice sin mirarme—, me voy a pie a casa de papá. ?Vale?

 

—Que te lo pases bien —le digo sin entusiasmo.

 

Ella pone los ojos en blanco, coge su mochila y sale dando zancadas y sin mirar atrás.

 

Cuando vuelvo a alzar la vista y mi mirada se cruza otra vez con la de Gavin, su cara de preocupación me hace sentir incómoda. No necesito que él —ni nadie más— se preocupe por mí.

 

—Perdona —farfullo. Muevo la cabeza de un lado a otro y trato de parecer ocupada—. ?Qué te puedo ofrecer, Gavin? Acabo de sacar del horno unas magdalenas.

 

—Hope —dice al cabo de un rato—, ?estás bien?

 

—Estoy bien.

 

—No lo parece —dice.

 

Parpadeo y sigo sin mirarlo a la cara.

 

—?No?

 

Lo niega con la cabeza.

 

—No pasa nada porque estés disgustada, ?sabes? —dice.

 

Debí de lanzarle sin querer una mirada severa, porque de pronto se le encienden las mejillas y a?ade: —Perdona. No era mi intención…

 

Levanto una mano.

 

—Lo sé —le digo—, lo sé. Oye, que te lo agradezco.

 

Guardamos silencio un momento, hasta que Gavin dice:

 

—?Y a qué se refería? ?Puedo ayudaros en algo?

 

Le sonrío.

 

—Gracias por ofrecerte —le digo—, pero no es nada. —No parece creerme, de modo que le aclaro—: Es una larga historia.

 

Se encoge de hombros.

 

—Tengo tiempo —dice.

 

Miro el reloj.

 

—Pero ibas a alguna parte, ?no es cierto? —pregunto—. Has venido a buscar algo dulce.

 

—No tengo prisa —dice—, pero sí que me llevaré una docena de galletas: las de arándanos y chocolate blanco, si no te importa.

 

Asiento con la cabeza y dispongo con cuidado las galletas Cape Codder que quedan en el exhibidor en una caja de color turquesa que lleva escrito ?Panadería Estrella Polar, cabo Cod? con letras blancas con volutas. La cierro con un lazo blanco y se la paso por encima del mostrador.

 

—?Y? —me anima Gavin mientras coge la caja que le entrego.

 

—?De verdad quieres oírlo? —pregunto.

 

—Si me lo quieres contar… —dice.

 

Asiento con la cabeza y de pronto me doy cuenta de que me muero de ganas de compartir lo que pasa con otro adulto.

 

—Pues bien, mi abuela tiene alzheimer —empiezo.

 

Durante los cinco minutos siguientes, mientras retiro del exhibidor pastelillos, cruasanes, baklavas, tartaletas y cuernos de gacela y los voy guardando en recipientes herméticos para meter en el congelador o en las cajas que llevo al refugio para mujeres de la iglesia, le cuento a Gavin lo que dijo Mamie anoche. Presta atención, pero se queda boquiabierto cuando le comento que Mamie arrojaba al mar trozos peque?os de un Star Pie.

 

Muevo la cabeza de un lado a otro y digo:

 

—Ya sé que parece una locura, ?no?

 

Ahora es él el que mueve la cabeza, con una expresión extra?a en la cara.

 

—Pues, en realidad, no. Ayer era el primer día del Rosh Hashaná.

 

—De acuerdo —digo lentamente—, pero ?eso qué tiene que ver?

 

—El Rosh Hashaná es el A?o Nuevo judío —explica Gavin— y, según la tradición, tenemos que ir a un curso de agua, por ejemplo el mar, para una peque?a ceremonia llamada tashlich.

 

—?Eres judío? —pregunto.

 

Sonríe.

 

—Por parte de madre —dice—. En realidad, me educaron como medio judío y medio católico.

 

—Vaya —me limito a mirarlo—, no lo sabía.

 

Se encoge de hombros.

 

—Vale, la cuestión es que tashlich básicamente quiere decir ?expulsar?.

 

De pronto me doy cuenta de que la palabra me suena.

 

—Creo que mi abuela dijo algo parecido anoche.

 

Asiente con la cabeza.

 

—La ceremonia consiste en arrojar migas al agua, como símbolo de la expulsión de nuestros pecados. Por lo general se hace con migas de pan, pero supongo que también valen las de pastel. —Calla y después a?ade—: ?Te parece que tu abuela podía estar haciendo algo así?

 

Muevo la cabeza de un lado a otro.

 

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