—De acuerdo —digo.
Siento tensión en el pecho.
Hace una pausa y se quita de la solapa una manchita inexistente. Carraspea. Ya flota en el aire el aroma del café y, como me está poniendo nerviosa, me doy la vuelta y me entretengo en servirle una taza antes de que la cafetera acabe. Le echo nata y azúcar y él acepta, con una inclinación de cabeza, la taza que le entrego.
—Quiero tratar de convencer a los inversores para que te acepten como socia —me suelta por fin—, si es que finalmente aceptan invertir en la panadería, algo que todavía no sabemos. Tienen que venir, ver cómo funciona y repasar las cifras, pero estoy mejorando tu oferta.
—?Como socia? —pregunto y decido no mencionar el da?o que me causa que me presenten como un regalo la posibilidad de participar en el negocio de mi propia familia—. Pero ?eso no quiere decir que tendría que poner dinero para pagarle al banco una parte de la compra?
—Sí y no —dice.
—Es que no lo tengo, Matt.
—Ya lo sé.
Me lo quedo mirando y espero a que continúe.
Carraspea.
—?Y si te lo prestara yo?
Me quedo boquiabierta.
—?Cómo dices?
—En realidad, sería más bien una transacción comercial, Hope —se apresura a aclarar—. Quiero decir, que yo dispongo del crédito. Entonces, podríamos entrar en esto, por ejemplo, al setenta y cinco y el veinticinco por ciento. El setenta y cinco por ciento de la propiedad para ti y el veinticinco para mí y tú me vas pagando lo que puedas todos los meses. Así una parte de la panadería quedaría en tu familia…
—No puedo —le digo, sin darme siquiera oportunidad de pensármelo. Los hilos invisibles acabarían por estrangularme y, aunque detesto la idea de que unos extra?os sean due?os de la mayor parte de la panadería, me resulta aún peor pensar que Matt participe también—. Es una oferta estupenda, Matt, pero es que no puedo…
—Solo te pido que te lo pienses, Hope —me dice rápidamente—. Para mí no es ningún problema: dispongo del dinero y llevo tiempo buscando en qué invertirlo y, como esto es una institución en el pueblo… Sé que acabarás saliendo adelante y…
No acaba la frase y me mira esperanzado.
—Te lo agradezco mucho, Matt —le digo con suavidad—, pero sé lo que tratas de hacer.
—?A qué te refieres? —pregunta.
—Es una obra de caridad —le digo y suspiro—. Me tienes lástima. Te lo agradezco, Matt, de verdad, pero es que… no necesito tu compasión.
—Pero… —empieza a decir, pero vuelvo a interrumpirlo.
—Oye, es que me voy a hundir o voy a salir a flote yo sola, ?sabes? —Hago una pausa, trago saliva y trato de convencerme de que estoy haciendo lo que tengo que hacer—. Puede que me hunda y puede que me quede sin nada. También puede ser que, al fin y al cabo, a los inversores no les interese el negocio, pero, en tal caso, tal vez sea porque así debe ser.
Pone cara larga y tamborilea con los dedos sobre el mostrador unas cuantas veces.
—?Sabes una cosa, Hope? Eres distinta —dice por fin.
—?Distinta?
—Distinta a la de antes. Cuando estábamos en el instituto, no habrías dejado que nada te deprimiera. Siempre te recuperabas. Esa era una de las cosas que más me gustaban de ti.
No digo nada. Se me ha hecho un nudo en la garganta.
—Ahora, en cambio, estás dispuesta a rendirte —a?ade al cabo de un momento, sin mirarme a los ojos—. Yo es que… Pensé que tendrías otra actitud. Es como si dejaras que la vida hiciera contigo lo que quisiera.
Aprieto los labios. Ya sé que no debería importarme lo que piense Matt, pero, de todos modos, sus palabras me hacen da?o, sobre todo porque sé que no pretende ser cruel. Tiene razón: soy distinta que antes.
Se me queda mirando un rato largo y asiente con la cabeza:
—Creo que tu madre se llevaría un chasco.
Las palabras hacen da?o, porque esa es la intención, pero, al mismo tiempo, me van bien, porque está totalmente equivocado. A mi madre —a diferencia de mi abuela— jamás le importó la panadería: para ella era una carga y, probablemente, le habría gustado verla fracasar antes de irse, porque entonces habría podido lavarse las manos.
—Tal vez, Matt —digo.
Extrae el billetero, saca dos billetes de dólar y los deja sobre el mostrador.
Suspiro.
—No seas tonto. Invita la casa.
Mueve la cabeza de un lado a otro.
—No necesito tu caridad —dice. Esboza una sonrisa y a?ade—: Que tengas un buen día, Hope.
Coge su café y sale rápidamente por la puerta de entrada dando zancadas. Observo que la oscuridad se traga su silueta y me estremezco.