La lista de los nombres olvidados

—No puede ser —digo—. Mi abuela es católica.

 

Cuando las palabras han salido de mi boca, recuerdo de pronto que dos de las personas de París con las que había hablado hoy me sugirieron que llamara a las sinagogas.

 

Gavin enarca una ceja.

 

—?Estás segura? Tal vez no haya sido siempre católica.

 

—Pero eso es absurdo. Si ella fuese judía, me lo habrían dicho.

 

—No necesariamente —dice—. Mi abuela por parte de madre, mi nana, sobrevivió al Holocausto. Estuvo en Bergen-Belsen. Perdió a sus padres y a uno de sus hermanos. Por ella empecé a trabajar como voluntario con los supervivientes cuando tenía unos quince a?os. Algunos de ellos dicen que, durante un tiempo, abandonaron sus raíces. Les costaba aferrarse a quienes habían sido cuando les quitaron todo, sobre todo a los ni?os que fueron recogidos por familias cristianas. Sin embargo, con el tiempo, todos ellos regresaron al judaísmo. Fue como volver a casa, en cierto modo.

 

Me lo quedo mirando fijamente.

 

—?Me estás diciendo que tu abuela fue una superviviente del Holocausto? —repito, mientras trato de reconstruir una faceta totalmente nueva de Gavin—. ?Y que tú has trabajado con los supervivientes?

 

—Y lo sigo haciendo. Una vez por semana voy como voluntario al hogar de ancianos de Chelsea.

 

—Pero si eso queda a dos horas en coche —digo.

 

Se encoge de hombros.

 

—Es donde vivió mi abuela hasta que murió. Ese lugar significa mucho para mí.

 

—?Guau! —Es lo único que se me ocurre—. ?Y en qué consiste tu trabajo como voluntario?

 

—Doy clases de arte —dice con sencillez—: pintura, escultura, dibujo, cosas por el estilo. Y también les llevo galletas.

 

—?Allí es donde vas con las cajas de galletas que te llevas de aquí?

 

Asiente con la cabeza y me lo quedo mirando fijamente. Me doy cuenta de que Gavin Keyes tiene más facetas de lo que yo creía. Me pregunto qué más me estaré perdiendo.

 

—?Y te dedicas al… arte? —pregunto por fin.

 

Mira hacia otro lado y no responde.

 

—Mira, comprendo que esto de tu abuela sea, probablemente, muy difícil de asimilar y puede que esté viendo visiones, pero ?sabes?, algunas personas que huyeron antes de que las enviaran a campos de concentración lograron salir a hurtadillas de Europa con documentación falsa que los identificaba como cristianos —dice—. ?Podría ser que tu abuela hubiese venido con una identidad ficticia?

 

De inmediato muevo la cabeza de un lado a otro.

 

—No, es imposible. Nos lo habría dicho.

 

Sin embargo, caigo en la cuenta de que eso explicaría por qué todas las personas de su lista se apellidaban Picard, cuando yo siempre había creído que su apellido de soltera era Durand.

 

Gavin se rasca la cabeza.

 

—Annie tiene razón, Hope. Tienes que averiguar lo que le ocurrió a tu abuela.

 

Seguimos hablando una hora más y Gavin me explica con paciencia todo lo que no entiendo. Si Mamie realmente procede de una familia judía de París, le pregunto, ?por qué no puedo llamar, simplemente, a las sinagogas de París? ?Acaso no hay organizaciones sobre el Holocausto que te ayudan a averiguar el paradero de los supervivientes? Estoy segura de haber oído hablar de lugares así, aunque hasta ahora nunca había tenido motivos para interesarme por ellos.

 

Gavin me explica que vale la pena probar con las organizaciones sobre el Holocausto en primer lugar, aunque le parece poco probable que encuentre en ellas todas mis respuestas. Como máximo, por más que pueda encontrar los nombres en alguna lista, solo obtendré una fecha y un lugar de nacimiento, tal vez una fecha de deportación y, si tengo suerte, el nombre del campo al que los llevaron.

 

—Pero así no averiguarás toda la historia —a?ade— y me parece que tu abuela merece saber lo que ocurrió de verdad con sus seres queridos.

 

—Suponiendo que sea quien tú dices que es —tercio—. A mí me parece una locura.

 

Gavin asiente con la cabeza.

 

—Y con razón, pero tienes que averiguarlo.

 

No estoy convencida y aparto la mirada mientras me explica que, posiblemente, las sinagogas tengan mejores registros y me puedan indicar otros supervivientes que recuerden a la familia Picard. Además, dice, aunque el Holocausto ocurrió hace setenta a?os, en algunos registros no están dispuestos a brindar información por teléfono. Aunque a lo largo de los a?os se han hecho numerosos esfuerzos para dar a conocer lo sucedido, para muchas de las personas que estaban vivas durante la guerra mencionar nombres era como entregar vidas.

 

—Además —concluye Gavin—, es evidente que tu abuela quiere que vayas a París. Tiene que haber una razón.

 

—Pero ?y si no la hay? —pregunto con un hilo de voz—. Está enferma, Gavin: ha perdido la memoria.

 

Gavin mueve la cabeza de un lado a otro.

 

—Mi abuelo también tenía alzheimer —dice—. Es espantoso, ya lo sé, pero me acuerdo de sus momentos de lucidez, sobre todo con respecto al pasado y, por lo que dices, da la impresión de que tu abuela estaba perfectamente lúcida cuando te dio esos nombres.

 

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