—?Estás bien, Mamie? —le pregunta Annie con dulzura, cuando estamos por la mitad de la playa—. Podemos parar y descansar un rato, si quieres.
Mi corazón pega un brinco cuando observo a mi hija: mira a Mamie con tanto cari?o y preocupación que de pronto me doy cuenta de que, sea lo que fuere lo que le esté ocurriendo, en realidad solo es una etapa pasajera. Esta es la Annie que conozco y adoro. Quiere decir que no lo he echado todo a perder. Quiere decir que, bajo la superficie, mi hija sigue siendo la misma buena persona de siempre, aunque por ahora me aborrezca.
—Estoy bien, cielo —responde Mamie—. Quiero llegar hasta las rocas antes de que se ponga el sol.
—?Por qué? —pregunta Annie con suavidad, tras una pausa.
Mamie guarda silencio tanto tiempo que empiezo a pensar que no ha oído la pregunta de Annie; pero, finalmente, responde: —Quiero recordar este día, esta puesta de sol, esta oportunidad de estar con vosotras, peque?as. Sé que no me quedan muchos días como este.
Annie me mira con preocupación.
—Seguro que sí, Mamie —dice.
Mi abuela me aprieta el brazo y le sonrío con dulzura. Sé lo que quiere decir y me parte el corazón saber que ella es consciente.
Se vuelve hacia Annie.
—Gracias por tu fe —le dice—, pero a veces Dios tiene otros planes.
Da la impresión de que sus palabras afectan a Annie, porque aparta la mirada y la clava a lo lejos. Veo que finalmente empieza a darse cuenta de la verdad y me causa mucha pena.
Por fin llegamos a las rocas y abro la silla que he cogido del maletero del coche. Ayudo a Annie a sentar en ella a Mamie.
—Sentaos a mi lado, muchachas —dice y Annie y yo nos instalamos enseguida sobre las rocas, una a cada lado.
Miramos en silencio hacia el horizonte, mientras el sol se funde con la bahía, pintando el cielo de naranja, después rosado, púrpura e índigo, a medida que va desapareciendo.
—Ahí está —dice Mamie con suavidad y se?ala justo por encima del horizonte, donde una estrella titila a través del crepúsculo, cada vez más tenue—: el lucero vespertino.
De pronto recuerdo los cuentos de hadas que solía contarme, sobre un príncipe y una princesa en un país lejano, en los que el príncipe tenía que luchar contra unos caballeros malos y prometía a la princesa que iría a buscarla algún día, porque su amor no moriría jamás, y me sorprendo cuando Annie murmura: —?Mientras haya estrellas en el cielo, te querré?, como decía siempre el príncipe de tus cuentos.
Cuando Mamie la mira, tiene lágrimas en los ojos.
—Así es —corrobora.
Mete la mano en el bolsillo del abrigo y extrae el Star Pie que me pidió que le trajera de la panadería. Está todo espachurrado y el entramado de masa con forma de estrella de la parte superior se desmigaja. Annie y yo nos miramos.
—?Te has traído el pastelillo? —le pregunto.
Me desmorono. Pensaba que estaba totalmente lúcida.
—Sí, cielo —responde con toda claridad. Baja la mirada al pastel por un instante, mientras la luz se sigue apagando en el cielo. Estoy a punto de proponer que empecemos a regresar antes de que se haga demasiado oscuro, cuando a?ade—: ?Sabes una cosa? Fue mi madre la que me ense?ó a hacer estos pasteles.
—No lo sabía —le digo.
Asiente con la cabeza.
—Mis padres tenían una panadería muy cerca del Sena, el río que atraviesa París. Yo trabajaba allí de peque?a, como haces tú ahora, Annie, y como hacías tú cuando eras una ni?a, Hope.
—Nunca nos habías hablado de tus padres —le digo.
—Son muchas las cosas que nunca os he contado —dice—. Pensaba que os estaba protegiendo, que me estaba protegiendo a mí, pero, ahora que estoy perdiendo mis recuerdos, me da miedo que, si no os las cuento, estas cosas desaparezcan para siempre y el da?o que he hecho no se pueda revertir. Es hora de que sepáis la verdad.
—Pero ?qué dices, Mamie? —pregunta Annie.
Noto la preocupación en su voz. Me mira y sé que está pensando lo mismo que yo: que a Mamie se le debe de estar yendo la cabeza otra vez.
Antes de que yo pueda decir nada, Mamie empieza a cortar trocitos del Star Pie y los arroja al mar. Susurra algo entre dientes, pero habla tan bajo que apenas la oigo por encima del ruido que hace la marea al chocar contra las rocas que tenemos debajo.
—Ejem, ?qué haces, Mamie? —le pregunto con toda la dulzura posible, procurando que mi voz no deje traslucir mi preocupación.
—Chsss, criatura —dice y sigue arrojando trocitos al agua.
—Mamie, ?qué es lo que dices? —pregunta Annie—. No es francés, ?verdad?
—No, cielo —responde Mamie con calma. Annie y yo cambiamos miradas de desconcierto. Entonces Mamie arroja al agua el último trocito de pastel, nos coge las manos y dice—: ??Qué Dios hay como tú? ?Tú arrojarás al fondo del mar todos nuestros pecados!?
—Pero ?qué dices, Mamie? —insiste Annie—. ?Es algo de la Biblia?
Mamie sonríe.
—Es una oración —responde.
Se queda mirando fijamente el lucero vespertino por un momento, mientras Annie y yo la observamos en silencio. Finalmente, dice: —Hope, necesito que hagas algo por mí.
Capítulo 6
EL STRUDEL DE ROSE