—No quiero que nuestra hija me eche a mí la culpa de nuestro divorcio.
—Porque el divorcio no ha tenido nada que ver con la aventura que tuviste con la dependienta del Macy’s de Hyannis, ?verdad?
Rob se encoge de hombros.
—Si me hubiese sentido emocionalmente satisfecho en casa…
—Ah, de modo que cuando empezaste a acostarte con una chavala de veintidós a?os lo que buscabas era satisfacción emocional —digo y respiro hondo—. Te diré una cosa. Nunca me ha parecido adecuado hablarle a Annie de tu aventura. Eso queda entre tú y yo. Ella no tiene que saber que me enga?abas, porque no me parece que tenga que ver a su padre desde esa perspectiva.
—?Qué te hace pensar que no lo sabe? —pregunta.
Por un momento, el aturdimiento me hace guardar silencio.
—?Me estás diciendo que lo sabe?
—Lo que te digo es que trato de ser sincero con ella, Hope. Soy su padre. De eso se trata.
Me detengo un minuto a procesar lo que me está diciendo. Yo pensaba que la estaba protegiendo —a ella y a su relación con su padre— manteniéndola al margen de todo aquello.
—?Qué le has contado? —pregunto.
Se encoge de hombros.
—Me ha preguntado por el divorcio y he respondido a sus preguntas.
—Echándome la culpa a mí.
—Le he explicado que no todo es tan sencillo como parece en la superficie.
—?Y eso qué significa? ?Que yo hice que me enga?aras?
Vuelve a encogerse de hombros.
—Eso lo dices tú, no yo.
Cierro los pu?os.
—Esto es algo entre tú y yo, Rob —digo y me tiembla la voz—. No metas a Annie en esto.
—Hope —dice—, solo trato de hacer lo mejor para Annie. Me preocupa mucho que acabe como tú y tu madre.
Sus palabras me hacen da?o físico.
—Rob… —empiezo, pero no sale nada más.
Al final se encoge de hombros y dice:
—Hemos tenido esta conversación miles de veces. Tú sabes lo que siento y yo sé lo que sientes. Por eso nos hemos divorciado, ?recuerdas?
No respondo. Lo que quiero decir es que el motivo por el cual nos hemos divorciado es que se aburrió, se volvió inseguro y emocionalmente insatisfecho y a una chavala estúpida de veintidós a?os y con unas piernas larguísimas se le ocurrió ponerse a coquetear con él.
Sin embargo, reconozco que hay una pizca de verdad en sus palabras. Cuanto más sentía que se alejaba de mí, más me encerraba en mí misma, en lugar de aferrarme a él. Me trago la culpa.
—Que no se maquille —digo con firmeza—, al menos para ir a la escuela. Es que no corresponde, como tampoco corresponde compartir con ella los detalles de nuestro divorcio. Es demasiado para una ni?a de doce a?os.
Rob abre la boca para responder, pero levanto la mano para contenerlo.
—Ya no tengo nada más que decir, Rob. —Y esta vez hablo en serio. Nos miramos en silencio un minuto y me pregunto si estará pensando, como yo, en cómo es posible que ya no nos conozcamos más, como si hubiese pasado un siglo desde que le prometí que estaríamos juntos para siempre—. Esto no tiene nada que ver contigo y conmigo —concluyo—, sino con Annie.
Me marcho sin darle tiempo a responder.
Cuando voy conduciendo hacia casa, suena mi teléfono móvil. Miro la identidad de la persona que llama y veo que es el móvil de Annie. Se supone que solo lo usa para casos excepcionales, aunque estoy casi segura de que Rob le permite enviar mensajes de texto y llamar a sus amigos sin restricciones. Después de todo, es lo que hacen los padres condescendientes. Se me tensa el estómago.
—?Por qué no estás en el trabajo? —pregunta Annie cuando respondo—. Te he llamado allí primero.
—He tenido que ir… —busco una explicación que no involucre a su padre— a hacer unos recados.
—?A las cuatro de la tarde de un jueves?
Lo cierto es que la panadería había estado muy tranquila todo el día y que no había entrado ni un cliente después de la una, lo cual me dio tiempo de sobra para pensar en Rob, en Annie y en todo el da?o que se producía mientras yo me mantenía al margen sin hacer nada, cocinando para olvidar. Como sabía que Annie pensaba ir a ver a Mamie después de la escuela, supuse que Rob estaría solo.
—No había mucho trabajo —me limito a decirle.
—Vale, de acuerdo —dice y me doy cuenta de que llama porque quiere algo. Me preparo para algún pedido absurdo: dinero, entradas para un concierto, tal vez los nuevos tacones de diez centímetros que la vi observando anoche en mi ejemplar de InStyle. En cambio, pregunta casi con timidez—: ?Es que puedes, o sea, venir a ver a Mamie?
—?Pasa algo? —pregunto de inmediato.
—Pues sí —dice y baja la voz—. En realidad, es muy extra?o, pero Mamie se está comportando con normalidad.
—?Con normalidad?