La lista de los nombres olvidados

—Lo sé, pero eso fue hace mucho tiempo.

 

Asiento con la cabeza.

 

—Hace mucho tiempo —repito.

 

—?Cómo lo lleva Annie? —Gavin vuelve a cambiar de tema—. Me refiero al asunto entre tú y tu ex y todo eso.

 

Alzo la mirada. Nadie me lo ha preguntado últimamente y me sorprendo al comprobar lo mucho que se lo agradezco.

 

—Está bien —le digo. Hago una pausa y me corrijo—: En realidad, no sé por qué te he dicho eso. No está bien. De un tiempo a esta parte parece muy enfadada y no sé qué hacer al respecto. Ya sé que allí dentro, en algún lugar, está la Annie auténtica, pero, justo ahora, lo único que pretende es hacerme sufrir.

 

No sé por qué le estoy haciendo confidencias, pero Gavin asiente con la cabeza lentamente y sin el menor asomo de crítica en su rostro, por lo cual le estoy agradecida. Me pongo a limpiar el mostrador con un trapo húmedo.

 

—Es difícil a esa edad —dice—. Yo era unos a?os mayor que ella cuando mis padres se divorciaron. Lo que pasa es que está confundida. Ya se le pasará.

 

—?Te parece? —le pregunto con un hilo de voz.

 

—Estoy seguro —dice Gavin. Se pone de pie, se acerca al mostrador y apoya una mano sobre la mía. Dejo de limpiar y alzo los ojos para mirarlo—. Es buena chica, Hope. Lo he visto este verano, con todo el tiempo que he pasado en vuestra casa.

 

Siento que los ojos se me llenan de lágrimas y me avergüenzo. Parpadeo para hacerlas desaparecer.

 

—Gracias —le digo y retiro la mano.

 

—Si alguna vez hay algo que yo pueda hacer… —dice Gavin.

 

En lugar de acabar la frase, me mira con tal intensidad que aparto la mirada, con el rostro ardiendo.

 

—Muy amable de tu parte al ofrecerte, Gavin —le digo—, pero seguro que tienes cosas más entretenidas para hacer que preocuparte por la vieja que regenta la panadería.

 

Gavin enarca una ceja.

 

—No veo a ninguna vieja por aquí.

 

—Eres muy amable —murmuro—, pero eres joven, soltero… —Hago una pausa—. Oye, eres soltero, ?verdad?

 

—Que yo sepa…

 

Paso por alto la inesperada sensación de alivio que me invade.

 

—Vale, pues, yo tengo treinta y seis, a punto de cumplir los setenta y cinco; estoy divorciada; mi situación financiera es un desastre, y tengo una hija que me odia. —Hago una pausa y miro hacia abajo—. Tendrás mejores cosas que hacer que preocuparte por mí. ?No deberías salir a hacer algo…? No sé, lo que hagan las personas jóvenes y solteras.

 

—?Lo que hagan las personas jóvenes y solteras? —repite—. ?A qué te refieres, exactamente?

 

—Y yo qué sé —digo. Me siento estúpida. Hace siglos que no me siento joven—. ?Salir de marcha? —me atrevo a decir, con voz queda.

 

Echa a reír a carcajadas.

 

—Claro, como que me he venido a vivir al cabo Cod porque aquí hay una vida nocturna desenfrenada. De hecho, precisamente vengo de una rave.

 

Sonrío, pero sin demasiado entusiasmo.

 

—Ya sé que me estoy comportando como una tonta —digo—, pero no te preocupes por mí. Tengo muchas cosas entre manos, pero hasta ahora siempre me las he arreglado. Ya lo solucionaré.

 

—Dejar que alguien te ayude de vez en cuando no te hará da?o, ?sabes? —dice Gavin con dulzura.

 

Lo miro con dureza y abro la boca para responder, pero se me adelanta.

 

—Como te dije el otro día, eres una buena madre —prosigue Gavin— y ya va siendo hora de que dejes de dudar de ti misma.

 

Miro hacia abajo.

 

—Me da la impresión de que siempre lo echo todo a perder. —Siento que se me encienden las mejillas y mascullo—: No sé por qué te estoy diciendo todo esto.

 

Oigo que Gavin respira hondo y, un momento después, ha dado la vuelta al mostrador y me estrecha entre sus brazos. El corazón me late con fuerza cuando le devuelvo el abrazo. Trato de no reparar en la firmeza de su pecho cuando me acerca a él y, por el contrario, me concentro en el placer de recibir un abrazo. Ya no queda nadie para consolarme de esta manera y hasta ahora no me había dado cuenta de lo mucho que lo echaba en falta.

 

—No lo echas todo a perder, Hope —murmura Gavin contra mi pelo—. Tienes que darte un respiro. Eres la persona más exigente que conozco. —Hace una pausa y a?ade—: Ya sé que la vida no ha sido fácil para ti últimamente, pero nunca se sabe lo que ocurrirá ma?ana o pasado. Un día, una semana o un mes pueden cambiarlo todo.

 

Levanto la mirada de golpe y doy un paso atrás.

 

—Mi madre solía decir lo mismo y con las mismas palabras.

 

—?En serio? —pregunta Gavin.

 

—Pues sí.

 

—Nunca hablas de ella —dice.

 

—Lo sé —murmuro.

 

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