La lista de los nombres olvidados

La verdad es que me hace mucho da?o pensar en ella. Me pasé toda la infancia esperando que, si me comportaba un poquito mejor o le daba las gracias algo más efusivamente o hacía más tareas domésticas, me querría un poco más. En cambio, parecía que, a medida que iban pasando los a?os, se alejaba cada vez más.

 

Cuando le diagnosticaron cáncer de mama y volví a casa para ayudarla, se repitió lo mismo: yo esperaba que, mientras se estaba muriendo, viera lo mucho que la quería, pero siguió manteniéndome lejos. Cuando, en su lecho de muerte, me dijo que me quería, las palabras no me sonaron sinceras. Quiero creer que ella las sentía así, aunque yo sabía que, probablemente, en sus últimos momentos estuviese confusa y delirase y me confundiera con alguno de sus innumerables novios.

 

—Siempre he estado más apegada a mi abuela que a mi madre —le digo.

 

Gavin me apoya una mano en el hombro.

 

—Lamento que la hayas perdido, Hope.

 

No sé si se refiere a mi madre o a Mamie, porque, en muchos sentidos, las he perdido a las dos.

 

—Gracias —murmuro.

 

Cuando se marcha unos minutos después con una caja de strudel, me lo quedo mirando y el corazón me late con fuerza en el pecho. No sé por qué parece tenerme confianza, cuando ni yo misma confío ya en mí. Sin embargo, no me puedo poner a pensar en eso ahora; tengo que ocuparme de un asunto más apremiante: que el banco me quiere embargar. Me froto las sienes, enchufo el hervidor eléctrico y me siento en una de las mesas de la cafetería a leer los papeles que me ha traído Matt.

 

 

 

 

 

Capítulo 5

 

 

-Tengo que hablar contigo.

 

Una semana y media después, estoy en el umbral de la casa de Rob —mi antigua casa— con los brazos cruzados sobre el pecho. Miro a mi ex marido y lo único que veo es dolor y traición, como si la persona de la que me enamoré hubiese desaparecido por completo.

 

—Podrías haber llamado, Hope —dice.

 

No me invita a pasar. Se queda en la entrada, como un centinela en la puerta de una vida que ha quedado atrás.

 

—Lo he hecho —digo con firmeza—. Dos veces a tu casa y dos veces a tu oficina, pero no me has respondido.

 

Se encoge de hombros.

 

—He estado ocupado. Te iba a llamar en algún momento. —Apoya el peso del lado izquierdo y por un momento me da la sensación de que parece triste. Después desaparece toda la emoción de su rostro y dice—: ?Qué es lo que necesitas?

 

Respiro hondo. Nunca me ha gustado discutir con Rob. En una ocasión me dijo que se alegraba de haber sido él quien llegó a ser abogado, mientras yo me dedicaba a criar al bebé.

 

?No sabes pelear —me dijo—. Si quieres lograr algo en un juicio, tienes que ser muy agresiva?.

 

—Tenemos que hablar de Annie —le digo.

 

—?Qué le pasa? —pregunta.

 

—Bien, en primer lugar, tenemos que ponernos de acuerdo sobre las normas básicas. A los doce a?os, no debería ir maquillada a la escuela: es una ni?a.

 

—?Vamos, Hope! ?De eso se trata? —Echa a reír y me ofendería si no supiera que aquello forma parte de la estrategia que utiliza habitualmente contra los abogados y los testigos de la parte contraria—. Es casi una adolescente, ?por el amor de Dios! No puedes seguir tratándola siempre como una ni?a peque?a.

 

—Ni lo pretendo —le digo. Respiro hondo y me esfuerzo por conservar la calma—. Solo trato de establecer algunos límites y, cuando los establezco y tú me desautorizas, ella no aprende nada y acaba odiándome.

 

Rob sonríe y si, durante nuestro matrimonio, no hubiese pasado innumerables noches viéndolo practicar aquella estratégica sonrisita insolente delante del espejo, tal vez habría sentido que me trataba con condescendencia.

 

—Conque de eso se trata —dice.

 

Como era de esperar, ahora pone en práctica la segunda táctica de argumentación de Rob Smith: fingir que sabe a la perfección lo que piensa el otro… y que ya se le ha anticipado.

 

—No, Rob. —Me pellizco la nariz y cierro los ojos un instante. ?Cálmate, Hope; no te dejes atrapar?—. Se trata de que nuestra hija crezca para llegar a ser una buena persona.

 

—Una buena persona que no te desprecie —me corrige—. Tal vez, si le dejaras un poco más de espacio para ser ella misma… como hago yo.

 

Lo miro, furiosa.

 

—No es eso —le digo—. Lo que pasa es que tú te las das de padre comprensivo, mientras que a mí me toca mantener la disciplina y eso no es justo.

 

Se encoge de hombros.

 

—Porque tú lo digas.

 

—Además —continúo, como si no lo hubiese oído—, no corresponde que le hables mal de mí a Annie.

 

—?Qué le he dicho? —pregunta, alzando las manos para simular que se rinde.

 

—Bien, en primer lugar, aparentemente le has dicho que nunca fui capaz de decirte que te quería.

 

Siento que se me cierra la garganta y respiro hondo.

 

Rob se queda mirándome.

 

—No puedo creer que estés hablando en serio.

 

—Ha sido una estupidez decirle algo así. Yo te decía que te quería.

 

—Pues sí, Hope. ?Cuándo? ?Una vez al a?o?

 

Aparto la mirada, porque no quiero repetir esta conversación.

 

—?Qué te pasa? ?Acaso eres una adolescente insegura? —farfullo—. ?O pretendías que te regalara uno de esos collares que son medio corazón partido para cada uno?

 

No le causa gracia.

 

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