La lista de los nombres olvidados

—?A qué te refieres?

 

—Te quería más de lo que había podido comprender de verdad cuando era joven. Creo que se pasó la vida buscando amor y dudando de su capacidad de sentirlo y al final se dio cuenta de que había estado allí todo el tiempo: en ti. Si lo hubiese reconocido antes, tal vez todo habría sido diferente.

 

Me lo quedo mirando. No sé qué decir.

 

—Ve a leer la carta de tu abuela, Hope —dice Thom con suavidad—, y, si aprendes algo de tu madre, que sea que no tienes que ir tan lejos como crees para encontrar lo que tienes delante.

 

Por la noche llamo a Annie para contarle lo de la herencia de Jacob, que alcanzará para cubrir la panadería y sus estudios universitarios y mucho más. Cuando escucho el jolgorio que monta al otro lado del teléfono, sonrío y me prometo que me esforzaré más con ella. Todo irá mejor. Es buena chica y sé que tengo que perseverar para llegar a ser mejor como madre. Tal vez pueda ser mejor de lo que creo.

 

Le digo a Annie que espero que se divierta en la fiesta de Nochevieja y ella promete que me llamará después de medianoche, cuando Rob las lleve, a ella y a sus amigas, a la casa de él, donde se quedarán a dormir.

 

Poco después de las once, me instalo por fin delante de la chimenea y me dispongo a leer la carta de Mamie. Me tiemblan las manos cuando la abro: me doy cuenta de que es lo último que me queda de ella. Podrían ser incoherencias, fruto del alzheimer —yo qué sé—, o podría ser algo que atesore para siempre. En cualquiera de los dos casos, ella se ha ido. Jacob se ha ido. Mi madre se ha ido. Annie crecerá y se irá de casa dentro de seis a?os. Me envuelvo en una manta que mi abuela tricotó cuando yo era peque?a y trato de no sentirme tan sola.

 

Extraigo la carta. Está fechada el 29 de septiembre: el día que la llevamos a la playa, el día que me dio la lista de nombres, la primera noche del Rosh Hashaná, la noche en la que comenzó todo. Me da un vuelco el corazón y respiro hondo.

 

La carta comienza así: ?Queridísima Hope?. La leo durante los diez minutos siguientes. La leo por encima una vez y después, con los ojos llenos de lágrimas, la vuelvo a leer, ahora más despacio, y la voz de Mamie me resuena en la cabeza mientras pronuncia cada palabra con su acento esmerado y cadencioso.

 

 

 

 

 

Capítulo 32

 

 

Rose

 

Queridísima Hope:

 

Me siento hoy a escribirte estas líneas, sabiendo que tal vez sea la última oportunidad que me queda de expresarme con claridad. Sé que se me acaban los días. Recibirás esta carta cuando me haya ido y quiero que sepas que estaba dispuesta. He tenido una vida larga, con muchas partes maravillosas, pero, en el ocaso de mi vida, ha regresado el pasado y ya no puedo soportarlo más.

 

Esta noche, si consigo mantenerme lúcida, te daré la lista de los nombres que han estado grabados en mi corazón y escritos en el cielo; por eso, cuando leas esta carta, sabrás que la mayor parte de mi vida fue mentira, pero una mentira que tuve que contar, al principio para proteger a tu madre y, después, para protegerme a mí.

 

No sé si averiguarás la verdad por ti misma. Espero que sí. Mereces saberla y debería habértela contado hace mucho. Sabía que tenía que cumplir la promesa que le hice a tu abuelo mientras él viviera, pero, después, si os lo decía, a ti o a tu madre, me daba la impresión de que lo habría estado traicionando a él, que fue un hombre extraordinario, buen esposo y un padre y abuelo cari?oso. No quiero traicionarlo, pero, a lo largo de los últimos meses, cuando más partes del pasado han acudido a verme en la oscuridad de mis recuerdos, me he dado cuenta de que no puedo llevarme conmigo mis secretos. Tienes derecho a saber quién soy y quién eres tú.

 

Soy cobarde. Eso es lo primero que debes saber: que soy cobarde, porque hui del pasado. Me hizo falta menos valor para convertirme en otra persona que para enfrentarme a los defectos de la persona que era. Soy cobarde porque elegí perderme a mí misma en esta vida nueva.

 

Si fuiste a París, ya sabes que soy una Picard. Esa era mi familia. Me crie en el seno de un hogar judío progresista. Mi padre era médico. Mi madre era una inmigrante polaca cuyos padres regentaban una panadería, como tú ahora. Tenía dos hermanas y tres hermanos. Todos fallecieron. Todos. He logrado aceptarlo, pero me culpo por no haberlos salvado y esa culpa me acompa?a todos los días.

 

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