La lista de los nombres olvidados

La tarde siguiente cierro temprano la panadería y me dirijo al despacho de Thom, situado a pocas manzanas por Main Street. Brilla el sol con intensidad, aunque sé que dentro de pocas horas desaparecerá en el mar por última vez este a?o. Annie se queda a pasar la noche con su padre, que ha aceptado llevarla a ella, a Donna y a dos amigas más a la gran fiesta de Nochevieja que se celebra en Chatham. Yo pienso pasar la velada sola en la playa, aunque necesitaré varias capas de lana gruesa para resistir el viento frío de la bahía. últimamente he estado pensando en todas las noches que Mamie pasaba escudri?ando el cielo y me parece bien despedir el a?o haciendo lo mismo, desde el lugar donde se tiene la visión más clara.

 

Me quito el abrigo y el sombrero y asomo la cabeza en el despacho de Thom, donde parece haberse quedado dormido delante del escritorio, aunque no hay ninguna botella de alcohol a la vista. Espero antes de llamar. Debe de tener casi setenta a?os. Sé que acabó el instituto el mismo a?o que mi madre y, por un momento, verlo me recuerda el pasado y anhelo verla a ella.

 

Llamo con suavidad a la puerta y se despierta al instante, revuelve unos papeles y carraspea, aparentemente para simular que no estaba durmiendo.

 

—?Hope! —exclama—. ?Pasa!

 

Entro en su oficina y me indica una de las sillas que tiene delante del escritorio. Se pone de pie y busca en su archivador, mientras hablamos de cosas generales, como lo grande que está Annie y lo mucho que le han gustado a su sobrina nieta, Lili, las galletas de jengibre que él compró en mi panadería en Nochebuena, antes de ir a Plymouth, donde viven la hermana de Thom y su familia.

 

—Me alegro de que tuvieran éxito —digo—. Eran una de las cosas que más le gustaba hacer a mi abuela para Navidades.

 

Cuando yo tenía la edad de Annie, me tomaba muy en serio mi trabajo como la encargada oficial de escarchar las galletas de jengibre de la panadería y vestía las peque?as figuras con sombreros y guantes de azúcar y a veces hasta con el traje de Papá Noel.

 

—Lo recuerdo —dice Thom, sonriéndome. Por fin extrae una carpeta del archivador y regresa a sentarse ante su escritorio—. Lili me ha dicho que te haga un pedido para el a?o que viene. Quiere saber si puedes hacer a los hombres de jengibre con patines de hielo.

 

Echo a reír.

 

—?Ahora le ha dado por el patinaje sobre hielo?

 

—A lo largo del último a?o, ha estado obsesionada con montar a caballo, el ballet y, ahora, con el patinaje sobre hielo —dice—. ?Quién sabe lo que querrá el a?o que viene a estas alturas?

 

Sonrío y le explico con delicadeza:

 

—Lo malo es que, probablemente, la panadería no esté abierta las próximas Navidades.

 

Thom me mira y enarca una ceja.

 

—?Cómo es eso?

 

Asiento con la cabeza y miro el suelo.

 

—El banco me exige la devolución inmediata del préstamo y no dispongo del dinero. Han sido unos a?os difíciles, entre la economía y todo lo demás.

 

Thom no dice nada durante un momento. Se pone las gafas y estudia uno de los papeles que ha sacado de la carpeta.

 

—Si esto fuera Qué bello es vivir, ahora vendría la parte en la que te anuncio que todos los habitantes del pueblo echarán una mano para contribuir a salvar la panadería.

 

Suelto una carcajada.

 

—Exacto. Y Annie correría por ahí diciéndole a todo el mundo que cada vez que suena una campanilla un ángel consigue sus alas.

 

Es mi película preferida y Annie y yo la vimos en Nochebuena, con Alain, precisamente la semana pasada.

 

—?Quieres de verdad salvar la panadería? —pregunta Thom al cabo de un momento—. Si pudieras elegir, ?preferirías dedicarte a otra cosa?

 

Me lo pienso un minuto.

 

—No. Sí que quiero salvarla. No sé lo que habría dicho al respecto hace unos meses, pero ahora representa algo diferente para mí. Ya sé que es mi legado. —Río con ironía y vuelvo a pensar en la película—. ?Dónde están los vecinos generosos cuando los necesitas, verdad?

 

—Hummm —dice Thom. Sigue estudiando el documento que tiene en la mano un momento más y después alza la vista y me mira, con un atisbo de sonrisa en la comisura de los labios—. ?Y si te dijera que no necesitas a los vecinos para salvar la panadería?

 

Lo miro fijamente.

 

—?Qué me dices?

 

—Te lo diré de otra manera —dice—. ?Cuánto dinero te hace falta para cubrir todos los gastos, sanearla y ponerla en marcha otra vez?

 

Resoplo y aparto la mirada. Si me lo hubiese preguntado cualquier otra persona, lo habría considerado de mal gusto, pero conozco a Thom desde siempre y sé que no lo hace por entrometido, sino que es su forma de ser.

 

—Mucho más del que tengo —digo por fin—. Mucho más del que llegaré a tener jamás.

 

—Ajá. —Thom se pone un par de gafas para leer y mira la hoja, entornando los ojos—. ?Y te alcanzaría con tres millones y medio?

 

Se me escapa la tos.

 

—?Cómo dices?

 

—Tres millones y medio —repite con calma y me mira detenidamente por encima del borde superior de las gafas—, ?resolverían tu problema?

 

—?Ostras! Diría que sí —río, nerviosa—. ?Qué pasa? ?Es que me has comprado un billete de lotería de Navidad o algo así?

 

—Pues no —responde—: es la cantidad que tenía Jacob Levy en ahorros y en varias inversiones. El mes pasado, cuando viniste a verme por los arreglos para su funeral, me puse en contacto con su abogado en Nueva York, ?recuerdas? Su nombre aparecía en sus documentos de propiedad.

 

—Desde luego —murmuro.

 

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