La lista de los nombres olvidados

—No se merece nada de todo esto —digo en voz baja. Hago una pausa y a?ado—: Perdón. No es mi intención ofenderte.

 

—Claro que no —se apresura a comentar—. Y tienes razón. —Se detiene y mira fijamente el fuego durante un buen rato—. él siempre seguirá siendo tu abuelo, Hope. Ya lo sé. Sé que nunca me querrás como lo quieres a él, porque lo conoces de toda la vida.

 

Abro la boca para protestar, porque Jacob tampoco se merece aquello, pero levanta la mano para impedírmelo.

 

—Siempre lamentaré no haber estado aquí para ocuparme de las cosas que hizo él, pero así es la mano que nos ha tocado y debemos aceptarla. En la vida solo se puede mirar hacia delante. Podemos cambiar el futuro, pero no el pasado.

 

Vacilo y asiento con la cabeza.

 

—Lo lamento —digo, pero las palabras suenan huecas y vanas—. ?Te habló de él mi abuela antes de morir? —le pregunto.

 

Asiente y aparta la mirada.

 

—Me lo explicó todo lo mejor que pudo. Creo que ella pensaba que me lo tenía que hacer entender, pero la verdad es que siempre lo he entendido, Hope. La guerra nos separa violentamente y algunas cosas ya no se pueden volver a juntar.

 

—?Qué te contó?

 

Se vuelve hacia mí.

 

—Consiguió llegar a Espa?a a finales del oto?o de 1942. Allí conoció a tu abuelo. él viajaba en un avión militar estadounidense que fue abatido y cayó en Francia y, al igual que tu abuela, había entrado en Espa?a de forma clandestina, con la ayuda de las redes francesas que colaboraban con los aliados. Tu abuela y él estaban escondidos en la misma casa y así fue como se conocieron. él se enamoró de ella, a la que le faltaba poco para dar a luz. Más o menos por aquella época hubo una afluencia de judíos que habían huido de París, personas que Rose conocía de antes, que le dijeron que yo había muerto. Al principio no les creyó, pero algunos le dijeron que me habían visto morir en las calles de París y otro le dijo que había visto como me llevaban a la cámara de gas en Auschwitz.

 

—Dios mío —murmuro, sin saber qué más decir.

 

Jacob mira por la ventana: el hielo que ha empezado a acumularse contra el cristal nos impide ver la oscuridad exterior.

 

—Al principio no se lo creyó —repite—. Dijo que no lo sentía en su alma, pero, a medida que más personas le iban diciendo que yo había desaparecido, más se fue convenciendo de que, efectivamente, yo había muerto y su sentir tenía que ver con que yo vivía en la criatura que llevaba en sus entra?as. Supo entonces que había de proteger a nuestra hija a toda costa. Por eso, cuando Ted le pidió que se casara con él y le prometió traerla a Estados Unidos antes de que naciera el bebé, se dio cuenta de que aquello brindaría a nuestra hija la oportunidad de nacer como estadounidense, como siempre habíamos so?ado juntos, y de criarse en un país donde siempre podría ser libre.

 

?Vino a Estados Unidos con tu abuelo, que se casó con ella —prosigue Jacob poco a poco—. En la partida de nacimiento, él figura como el padre de Josephine, para que no hubiera ninguna complicación. Después, pagaron para modificar el a?o, para que nadie pudiera echar cuentas y ponerlo en duda. Tu abuelo le pidió a tu abuela una sola cosa: que le permitiera criar a Josephine como propia y nunca le hablara de mí.

 

—Entonces, ?ella nunca le habló a mi madre de ti?

 

Jacob mueve la cabeza de un lado a otro.

 

—Aquella fue, por lo que me dijo, una de las cosas que más lamentó en la vida, pero Ted fue un padre estupendo y le pareció que tenía que cumplir la promesa que le había hecho. Ella había canjeado una vida por otra y jamás olvidó el trato. Sin embargo, Rose me dijo que trató de mantenerme vivo para Josephine de otras maneras.

 

—En sus cuentos de hadas —murmuro—. Tú aparecías todo el tiempo en los cuentos que mi abuela nos contaba a mi madre y a mí. —Hago una pausa y de pronto recuerdo algo que Mamie me dijo—. Pero mi abuelo fue a París en 1949, ?verdad?, para averiguar qué había sido de ti y de la familia de mi abuela.

 

Jacob respira hondo y asiente con la cabeza.

 

—Esa es la única parte de la historia que tu abuela no podía explicar y no tuve valor para decirle que tal vez Ted lo supiera. En aquella época, yo figuraba en los registros. Todavía no me había trasladado a Estados Unidos. No vine hasta 1952. Estaba haciendo todo lo posible para asegurarme de que pudieran encontrarme, porque no creía que Rose hubiese fallecido. Estaba convencido de que había sobrevivido y de que volveríamos a encontrarnos.

 

?Me imagino que nunca llegaremos a enterarnos de lo ocurrido —prosigue—, pero supongo que, cuando tu abuelo volvió a casa y le dijo a tu abuela que yo había muerto, sabía que le estaba diciendo una mentira.

 

—Para salvaguardar la vida que había iniciado con ella —digo.

 

De pronto siento escalofríos y me acerco un poco más al fuego.

 

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