La lista de los nombres olvidados

—Sí, se?ora —murmura Annie.

 

—Tú eres… buena —dice Mamie—. Estoy orgullosa… Tienes… brío. Me recuerda a… algo que he perdido. Nunca… lo pierdas.

 

Annie se apresura a expresar su conformidad.

 

—De acuerdo, Mamie.

 

Por último, Mamie se vuelve otra vez hacia Jacob, que sigue inclinado hacia ella.

 

—Amor mío —dice en voz baja—, no llores.

 

Advierto que los sollozos convulsionan el cuerpo de Jacob y que las lágrimas le ruedan por las mejillas.

 

—Ahora estamos juntos —prosigue Mamie—. Te he… esperado.

 

Se miran fijamente en silencio el uno al otro y tardo un rato en darme cuenta de que estoy conteniendo la respiración.

 

Observo que Jacob se inclina hacia delante, lentamente y con suavidad, besa a Mamie en los labios y se queda así, con los ojos cerrados, como si no quisiera volver a moverse. El tiempo se detiene y recuerdo otro cuento de hadas. él se parece mucho al príncipe que besa a la bella durmiente y la despierta al cabo de cien a?os. Me doy cuenta, sobresaltada, de que, en cierto modo, ella ha estado dormida casi la misma cantidad de a?os: durante setenta a?os, ha vivido algo así como una media vida.

 

—Para siempre, amor mío —dice Jacob.

 

Mamie le sonríe y lo mira a los ojos.

 

—Para siempre —murmura.

 

 

 

 

 

Capítulo 30

 

 

Pasadas las tres de la ma?ana, algunas horas después de que Annie, Alain, Gavin y yo la dejáramos a solas con Jacob, Mamie se fue serenamente de este mundo mientras dormía.

 

Jacob permaneció junto a su cama las horas siguientes y, justo después de que amaneciera, cuando se apeó de un taxi frente a la panadería que Mamie había fundado tantos a?os antes, parecía otra persona. Pensé que estaría triste, frustrado, después de esperar tantos a?os solo para ver partir al amor de su vida. Por el contrario, sus ojos tenían un brillo diferente al de la primera vez que lo vi en Nueva York y parecía diez a?os más joven.

 

Después las enfermeras me dijeron que Jacob había estado hablándole a Mamie toda la noche y que, cuando finalmente entraron para ver cómo estaba y se dieron cuenta de que había muerto, ella sonreía y Jacob seguía cogiéndole la mano y susurrándole en una lengua que ellas no conocían.

 

Gavin llamó a su rabino, que vino a reunirse con Jacob, Alain y conmigo, y juntos planeamos un entierro según la costumbre judía. Ya me había hecho a la idea de que Mamie siempre había sido judía, que eso no había cambiado nunca. Tal vez, como ella decía, había sido católica y también musulmana, pero, si podíamos encontrar a Dios en todas partes, como me había dicho en una ocasión, me pareció que lo más sensato era enviarla a casa por el mismo camino por el que había venido.

 

Nos turnamos para acompa?arla —Gavin me explicó que, según la fe judía, no hay que dejar solo al difunto— y un día después la enterraron en un ataúd de madera junto a mi madre y mi abuelo. Me había costado decidir qué hacer al respecto, después de enterarme de que, al estar casada con Jacob, se anulaba de hecho su matrimonio con mi abuelo, pero Jacob rodeó con sus manos las mías y me dijo con delicadeza:

 

—A Dios le da igual dónde descansa cada uno y creo que Rose querría que la enterraran aquí, donde vivió su vida, junto al hombre que le proporcionó una vida nueva y junto a su hija. Nuestra hija.

 

Durante varios días me hice cargo de la panadería mecánicamente, pero con el corazón en otra parte. Me daba la impresión de que se había abierto un gran agujero en mi vida. Me había quedado sola frente al mundo: yo era la responsable de aquella panadería, la responsable de mi hija y la responsable de mantener una tradición familiar que solo entonces comenzaba a comprender.

 

La sexta noche después de la muerte de Mamie, Alain sale con Annie a dar un paseo y yo me siento con Jacob junto a la chimenea a escuchar lo que me cuenta, vacilante, sobre los a?os posteriores a la guerra.

 

—Lamento mucho no haber estado aquí para verte crecer, Hope —me dice, mientras me estrecha las manos. Siento que las suyas tiemblan—. Daría cualquier cosa por haber estado aquí. Pero eres una mujer estupenda, una buena mujer. Me recuerdas mucho a Rose, a la mujer que siempre supe que llegaría a ser de mayor. Y tú también has criado a una buena hija con buen corazón.

 

Le doy las gracias y clavo la mirada en el fuego, mientras pienso en cómo hacerle la pregunta que me atormenta desde que lo conocí.

 

—?Y qué pasa con mi abuelo? —pregunto por fin, en voz baja—. Con Ted.

 

Jacob agacha la cabeza y se queda un buen rato mirando la chimenea.

 

—Tu abuelo debió de ser un hombre extraordinario —dice por fin—. Crio una familia estupenda, Hope. Ojalá yo hubiese tenido oportunidad de agradecérselo.

 

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