Por eso había llegado con un vestido de muchos colores, todos en tonalidades que le recordaban el cielo al amanecer, que era la hora del día que más le gustaba. Azul lechoso. Rosa pálido. Amarillo mantecoso. Albaricoque claro. Lavanda nebuloso. Mil capas, aparentemente, que giraban en torno a Rose con una levedad que le recordaba a las nubes.
—Eres lo más hermoso que he visto en mi vida —le dijo Jacob cuando ella entró en el salón.
Y por su manera de mirarla ella supo que lo decía de todo corazón. Sus miradas se cruzaron entonces y en los ojos de él ella vio todo lo que les depararía el futuro: una vida juntos en algún lugar lejos de París y, desde luego, ni?os, muchos ni?os. Reirían y contarían cuentos y envejecerían cada uno en los brazos del otro. La vida se extendía ante ellos, infinita y dichosa, en aquel momento. Y Rose se permitió creerlo.
—Te quiero —le murmuró.
Entonces, mientras flotaba en aquel mar, se dio cuenta de que no se trataba de ningún mar, sino, más bien, de las mil capas de su vestido de boda, que la mecían con delicadeza. Vio los colores que había solapado con tanto cuidado y advirtió que podía ver tan solo un poquito a través de cada uno de ellos. Sintió su suavidad en la piel, como aquel día de abril, hacía tanto tiempo.
Prestó más atención, mientras subía flotando lentamente a través de las capas, hasta que, de pronto, se dio cuenta: ya debía de estar muerta. Le sorprendió que no se le hubiese ocurrido antes: era tan evidente. ?Claro! Por eso llevaba días oyendo la voz de Alain, que la llamaba para que se reuniera con él, indicándole el camino a través de aquel territorio lechoso y desconocido hasta el lugar donde había permanecido su familia todo el tiempo. No habían estado en el cielo, sino en aquel mundo extra?o y solapado. Aunque puede que aquello fuera el cielo, después de todo. ?Cómo iba ella a saber lo que se sentía entre las nubes? Tal vez aquello fuera el amanecer. Puede que, de un momento a otro, aquel extra?o mar se encendiese desde dentro.
Entonces Rose tuvo la seguridad de que había muerto y de que el cielo era real, porque oyó que la llamaba la voz de su amado.
?Reviens à moi —descendía la voz de Jacob desde lo alto—. Reviens à moi, mon amour! Vuelve a mí, amor mío?.
Rose quiso responder. Trató de contestar —??Ya voy, Jacob!?—, pero los sonidos se extinguieron en su garganta.
Entonces sintió que la mano de él rodeaba la suya. De inmediato supo que era Jacob: por el tacto lo habría reconocido en cualquier parte, aunque ya habían pasado casi setenta a?os desde la última vez que lo sintió. La mano de él envolvió la de ella como siempre lo había hecho: cálida, fuerte, familiar. Aquella mano la había salvado hacía mucho tiempo.
Notó que la atraía hacia él, después de tantos a?os, y que aquello debía de querer decir que la había perdonado por haberlo enviado a la muerte. Con el corazón rebosante, sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Era todo lo que había esperado a lo largo de los a?os.
Respiró hondo y se dio cuenta de que el mar olía a lavanda, el mismo aroma que había aspirado el día de su boda. Al final había llegado a casa. Se aferró a la mano de Jacob y empezó a nadar, por fin, hacia la superficie.
Capítulo 29
Annie es la primera en advertirlo.
—?Mamá! —murmura entre dientes y me tira del brazo con desesperación, mientras contemplo a Jacob, que, inclinado sobre Mamie, le susurra en francés.
Hace una hora que hemos llegado al hospital y, desde entonces, Jacob ha estado concentrado en ella.
—?Qué pasa, cielo? —le pregunto.
No puedo apartar los ojos de lo que está ocurriendo, que me parece inútil y lamentable.
—?Se ha movido, mamá! —dice Annie—. ?Mamie se ha movido!
Me sobresalto al advertir que tiene razón. Observo anonadada que la mano izquierda de Mamie se mueve apenas y se cierra en torno a la de Jacob. él sigue susurrándole, cada vez con más insistencia.
—?Acaso se ha…? —empieza a decir Alain, pero su voz se apaga y se queda mirando.
—Está volviendo en sí —murmura Gavin a mi lado.
Todos observamos mientras Mamie empieza a parpadear y después, aunque parezca increíble, abre los ojos. Me consta que alguno de nosotros debería ir a buscar a un médico o a una enfermera, pero siento que estoy clavada en el suelo, totalmente paralizada.
Exhala con fuerza, como si hubiese estado conteniendo la respiración mucho tiempo, y sus ojos recorren rápidamente la habitación, hasta que se posan en Jacob y se agrandan. Dice algo ininteligible con una voz que no parece la suya. Da la impresión de que trata de recordar cómo se usa la boca.
—Mi Rose —dice Jacob—. Te he encontrado.
Ella mueve los labios por un momento, emite otro gemido y después dice: —Tú… aquí.
Su voz suena áspera y ronca, pero inconfundible. Alza la mirada a Jacob, que llora al agacharse para besar a mi abuela una vez y con suavidad en los labios.
—Sí, aquí estoy, Rose —murmura él.
Se miran fijamente, bebiéndose el uno al otro.
—Nosotros… —Mamie deja que las palabras se pierdan y lo vuelve a intentar—. ?Estamos en el cielo?
Sus palabras llegan lentas como tortugas, pero parece decidida a hablar.
Jacob toma aire y se estremece.