?Mi padre y yo coincidíamos también en que la mejor solución para nuestra familia era esperar ocultos a que pasara la redada y después seguir adelante con nuestras vidas, manteniéndonos siempre atentos para saber cuándo vendrían los alemanes. Pasamos esa noche y buena parte del día siguiente y el día después escondidos en una habitación estrecha en el sótano del restaurante, preguntándonos si nos descubrirían. Al final del tercer día, salimos, hambrientos y agotados, convencidos de que lo peor había pasado.
?Me moría de ganas de ir a la Gran Mezquita de París, porque sabía que allí habían llevado a Rose, pero mi padre me lo impidió. Me recordó que, si iba, la pondría en peligro a ella y a todos los demás, de modo que conseguí enterarme, a través de mi amigo Jean Michel, de que seguía estando a salvo. Le pedí que le dijera que yo también estaba a salvo y que no tardaría en reunirme con ella, pero nunca supe si mi mensaje le llegó. Tan solo dos días después, la policía francesa se presentó en casa para llevarnos a mi padre y a mí. Sabían que habíamos formado parte de la resistencia y aquel era nuestro castigo.
?También se llevaron a mi hermana y a mi madre y en Drancy, el campo de tránsito situado a las afueras de París, nos separaron; nos llevaron a barracones distintos y ya no volví a verlas nunca más, aunque después me enteré de que las habían deportado a Auschwitz, como a mi padre y a mí.
Los tres guardamos silencio por un momento y observo que, fuera, el sol proyecta sombras largas sobre los campos a ambos lados de la carretera interestatal. Se me revuelve el estómago cuando pienso en que se llevaron a Jacob y a su familia a un campo de exterminio. Trago saliva.
—?Y qué le ocurrió a su familia? —pregunta Gavin a Jacob con suavidad.
Vuelve a apretarme la mano y me mira con preocupación.
Jacob respira hondo.
—Mi madre y mi hermana no sobrevivieron a la primera selección en Auschwitz. Mi madre era delicada y endeble y mi hermana era menuda, para sus doce a?os, y la habrán considerado incapaz de trabajar. Las llevaron directamente a la cámara de gas. Ruego que no comprendieran lo que pasaba, aunque temo que mi madre, al menos, sabía lo suficiente para darse cuenta. Supongo que debió de estar muy asustada.
Hace una pausa para serenarse. Como no me veo capaz de articular palabra mientras tanto, aguardo.
?A mi padre y a mí nos enviaron a los barracones —prosigue—. Al principio nos levantábamos el ánimo el uno al otro lo mejor que podíamos, pero él no tardó en caer gravemente enfermo. En Auschwitz había una epidemia de tifus. En el caso de mi padre, comenzó con escalofríos por la noche y después debilidad y una tos tremenda. Los guardianes lo obligaban a salir a trabajar de todos modos y, aunque los demás prisioneros y yo tratábamos de facilitarle la faena lo más posible, la enfermedad era una condena a muerte. Estuve con él la última noche, mientras la fiebre hacía estragos en su cuerpo. Murió en el oto?o de 1942. Fue imposible determinar el día, la semana o el mes, porque en Auschwitz el tiempo dejaba de existir como algo normal. Murió antes de las nevadas, sin embargo, eso sí que lo sé.
—Cuánto lo siento —consigo decir por fin.
Me da la impresión de que las palabras resultan lamentablemente inadecuadas.
Jacob asiente con lentitud y se queda un rato mirando por la ventanilla, antes de volverse otra vez hacia nosotros.
—Al final, alcanzó la paz. Los que morían en los campos casi parecían ni?os dormidos, inocentes y despreocupados por fin, y lo mismo pasó con mi padre. Me alegré al ver el rostro de mi padre así, porque sabía que por fin era libre. En el judaísmo, la idea del cielo no está tan bien definida como en el cristianismo, pero yo creía, y lo sigo creyendo, que, de alguna manera, mi padre volvió a encontrarse con mi madre y mi hermana y eso me conforta, incluso hasta el día de hoy: la idea de que se reunieran, de que volvieran a estar juntos. —Sonríe y su sonrisa es triste y amarga—. Hay un cartel en Auschwitz que dice ?El trabajo nos hace libres?, pero la verdad es que lo único que nos liberaba era la muerte. Así, por fin, mi familia estaba libre.
—?Y cómo consiguió sobrevivir? —pregunta Gavin—. Porque debió de estar en Auschwitz… ?Cuánto tiempo? ?Más de dos a?os?
Jacob asiente con la cabeza.
—Casi dos a?os y medio. Pero la cuestión es que no tenía otra alternativa. Le había prometido a Rose que volvería a buscarla y no podía, no quería, romper aquella promesa. Después de la liberación, volví a buscarla. Estaba tan seguro de que volvería a estar con ella, de que nos reuniríamos, de que podríamos criar juntos a nuestro hijo, de que tal vez tendríamos más hijos y escaparíamos de la sombra de la guerra.