Asiento.
—Es probable que esté con mi abuela en este momento. —Se me ocurre que tengo que llamarlos, a él y a Annie, para contarles que hemos encontrado a Jacob, pero ahora mismo estoy desesperada por conocer su historia—. Por favor, ?nos puedes contar lo que ocurrió? Hay tantas cosas que no sé.
Jacob asiente con la cabeza, pero, en lugar de hablar, se pone a mirar por la ventanilla. Permanece en silencio un buen rato y yo sigo retorcida en el asiento, mirándolo fijamente. Gavin me echa un vistazo.
—?Estás bien? —me pregunta en voz baja.
Asiento y le sonrío y después vuelvo a concentrar mi atención en el asiento trasero.
—?Jacob? —digo con suavidad.
Parece salir bruscamente de un trance.
—Ah, sí, perdona; es que estoy abrumado. —Carraspea—. ?Qué es lo que quieres saber, Hope, querida?
Me mira con tanto cari?o que me lleno de tristeza y de felicidad al mismo tiempo.
—Todo —murmuro.
De modo que Jacob empieza a contar su historia. Nos cuenta que conoció a mi abuela y a Alain en los Jardines de Luxemburgo el día de Nochebuena de 1940 y que desde el primer momento supo que mi abuela era el amor de su vida. Nos dice que participó en la resistencia desde muy pronto, porque su padre también estaba en ella y porque creía que los judíos tenían que empezar a salvarse por sí mismos. Nos cuenta que él y mi abuela hablaban de un futuro juntos en Estados Unidos, donde estarían a salvo y serían libres, donde no se perseguía a nadie por su religión.
—Parecía un lugar de ensue?o —dice, mirando por la ventanilla—. Ya sé que ahora, en el mundo actual, los jóvenes dan la libertad por descontado. Todas las cosas que tenéis, todas las libertades de las que gozáis, están presentes desde vuestro nacimiento. En cambio, durante la Segunda Guerra Mundial, no teníamos derechos. Bajo la ocupación alemana, a los judíos nos consideraban lo peor de lo peor, indeseables para los alemanes y también para muchos franceses. Rose y yo so?ábamos con vivir en un lugar donde eso no ocurriera jamás y, para nosotros, ese lugar era Estados Unidos. Estados Unidos era el sue?o. Hicimos planes para venir juntos y formar una familia.
?Pero entonces llegó aquella noche espantosa. La familia de Rose no quería creernos, se negaban a creer lo de la redada. Insistí en que viniera conmigo, en que debía mantener a salvo a nuestro hijo. Ella estaba embarazada de dos meses y medio. El médico lo había confirmado. Ella sabía entonces, igual que yo, que lo más importante era salvar a nuestro hijo, nuestro futuro, y por eso Rose tomó la decisión más difícil de todas, aunque, a decir verdad, no podía hacer otra cosa: esconderse.
Siento que me estremezco, porque, entre las palabras de Jacob, el tono francés de su voz y la emoción de la historia, casi la veo representarse ante mis ojos, como si fuera una película.
—?En la Gran Mezquita de París?
Jacob parece sorprendido.
—Ya veo que te has informado bien. —Espera un momento—. Fue idea de mi amigo Jean Michel, que trabajaba conmigo en la resistencia. él ya había ayudado a varios ni?os huérfanos a huir a través de la mezquita, después de que hubiesen deportado a sus padres. Sabía que los musulmanes estaban salvando judíos, aunque sobre todo se ocupaban de los ni?os, pero Rose estaba embarazada y ella misma era bastante joven, de modo que, cuando Jean Michel habló con los jefes y les pidió que la ayudaran, ellos accedieron.
?El plan consistía en llevarla a la mezquita, donde la esconderían como musulmana durante un tiempo, tal vez unas cuantas semanas o un mes, hasta que fuera seguro sacarla de París. Entonces la llevarían clandestinamente, con dinero que entregué a Jean Michel, a Lyon, donde l’Amitié Chrétienne, la Amistad Cristiana, le proporcionaría documentación falsa y la enviaría más al sur, posiblemente a un grupo llamado Oeuvre de Secours aux Enfants, la Obra para la salvación de la infancia. Aunque se encargaba, sobre todo, de ayudar a ni?os judíos a llegar a países neutrales, sabíamos que probablemente aceptarían a Rose y la ayudarían, porque solo tenía diecisiete a?os y estaba embarazada. Después de eso, no sé lo que ocurrió ni cómo escapó. ?Sabéis cómo salió?
—No —le digo—, pero creo que conoció a mi abuelo cuando él estaba en el ejército, en Europa. Me parece que él la trajo a Estados Unidos.
Jacob parece dolido.
—Se casó con otro —dice en voz baja y carraspea—. Bueno, supongo que, a esas alturas, me habrá dado por muerto. Le dije que, pasara lo que pasase, tenía que sobrevivir y proteger al bebé. —Hace una pausa y pregunta—: ?Es un buen hombre, el hombre con el que se casó?
—Era un hombre estupendo —le digo con suavidad—. Murió hace tiempo.
Jacob asiente y baja la vista.
—Lo siento mucho.
—?Y qué te sucedió a ti? —pregunto, después de una larga pausa.