La lista de los nombres olvidados

Jacob se queda un buen rato mirando por la ventanilla.

 

—Regresé a buscar a la familia de Rose. Ella me pidió que lo hiciera, aunque, a decir verdad, yo habría ido de todos modos. So?aba con que algún día pudiéramos estar todos juntos, sin la sombra de los nazis. Pensaba que podría salvarlos, Hope. Era joven e ingenuo.

 

?Llegué en plena noche. Todos los ni?os dormían. Llamé con suavidad a la puerta y abrió el padre de Rose. Me echó un vistazo y se dio cuenta.

 

?—Ya se ha marchado, ?verdad? —me preguntó.

 

?Le dije que sí, que la había llevado a un lugar seguro. Puso cara de que yo lo había defraudado. Todavía recuerdo su rostro cuando me dijo:

 

?—Eres idiota, Jacob. Si la has conducido a la muerte, no te lo perdonaré jamás.

 

?Durante la hora siguiente, traté de explicarle lo que sabía, pero fue en vano. Le hablé de la redada que empezaría al cabo de unas horas. Le dije que el periódico de l’Université Libre había informado que alrededor de treinta mil judíos residentes en París habían sido entregados a los alemanes algunas semanas antes. Le avisé de las advertencias de los comunistas judíos, que hablaban de los exterminios, y le dije que teníamos que evitar a toda costa que nos capturaran.

 

?Movió la cabeza de un lado a otro y volvió a decirme que era un idiota. Aunque los rumores fuesen ciertos, dijo, solo se llevarían a los hombres y, probablemente, solo a los inmigrantes. Por eso, su familia no corría peligro, dijo. Según lo que había oído, le respondí, en aquella ocasión no solo se llevaban a los hombres ni solo a los inmigrantes. Además, como la madre de Rose había nacido en Polonia, en algunas instancias podrían considerar también no franceses a sus hijos. No podíamos correr ese riesgo. Pero él no quiso escucharme.

 

Jacob suspira y hace una pausa en su relato. Miro a Gavin y, cuando él me echa un vistazo, veo que tiene el rostro pálido y triste y lágrimas en los ojos. Antes de ponerme a pensar en lo que hago, alargo la mano y le cojo la derecha, que tiene apoyada en el muslo. Por un instante parece sorprendido, pero después sonríe, entrelaza los dedos con los míos y me los aprieta con suavidad. Parpadeo unas cuantas veces y me vuelvo otra vez hacia el asiento trasero.

 

—No podías hacer nada más —le digo—. Seguro que mi abuela sabía que lo intentarías y eso hiciste.

 

—Lo intenté —coincide Jacob—, pero no lo suficiente. Estaba convencido de que habría redadas, pero no estaba tan seguro de poder persuadir al padre de Rose. Es que yo tenía dieciocho a?os. No era más que un crío y en aquella época un crío no podía convencer a un hombre mayor para que viera su punto de vista. Pienso a menudo que, si me hubiese esforzado más, habría podido salvarlos a todos, pero, a decir verdad, también cabía la posibilidad de que los rumores fueran infundados y por eso no hablé con suficiente convicción. Nunca me perdonaré por no haberme esforzado más.

 

—No es tu culpa —murmuro.

 

Jacob mueve la cabeza de un lado a otro y mira hacia abajo.

 

—Es que lo es, Hope, querida. Dije a Rose que los mantendría a salvo, pero no lo hice.

 

Se le ahoga la voz y se vuelve a mirar otra vez por la ventanilla.

 

?Eran otros tiempos —continúa Jacob después de un buen rato—, pero yo tenía la responsabilidad de hacer más. —Lanza un suspiro largo y profundo y continúa con la narración—: Cuando me marché de la casa de Rose, fui a la mía. Allí encontré a mis padres y a mi hermana peque?a, que solo tenía doce a?os. Mi padre sabía, igual que yo, la que se nos venía encima y por eso estaba preparado. Fuimos al restaurante de un amigo, en el barrio latino, cuyo propietario aceptó escondernos en el sótano. Podría haber llevado allí también a Rose, pero era demasiado arriesgado. No tardaría en notarse su estado y yo sabía que, si la capturaban, la enviarían directamente a la muerte. Por eso tenía que sacarla de Francia y conseguir que llegara a algún lugar seguro donde los alemanes no pudieran encontrarla.

 

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