La lista de los nombres olvidados

?Ahora que la he encontrado, estoy en paz?, me dijo la última noche antes de morir.

 

Elida White y su abuela vienen desde Pembroke para asistir al funeral y todos juntos —musulmanes, cristianos y judíos— escuchamos las palabras del rabino en el cementerio. Miro hacia el este, porque hacia allí mirará la lápida de Jacob, cuando nos la entreguen. La de Mamie también mirará hacia allí. Dentro de pocas horas empezarán a asomar en el firmamento las primeras estrellas vespertinas, como siempre lo han hecho. Mientras haya estrellas en el firmamento —advierto—, perdurará la promesa de Jacob de amar a Mamie. Las estrellas que ella buscaba en otro tiempo la vigilarán en silencio a ella y al amor de su vida, que, finalmente, ha vuelto a su lado.

 

 

 

 

 

Capítulo 31

 

 

El invierno en el cabo Cod es largo y solitario y este a?o, cuando estoy a punto de perder la panadería, da la impresión de que el tiempo se ha quedado paralizado. No hay posibles compradores. ?Quién querría un lugar así en pleno invierno? Sin embargo, el banco pretende quitármela igual. Matt no hace nada para impedírselo ni yo se lo pido. Todas las ma?anas, mientras mi aliento queda suspendido en el aire como bocanadas de humo congeladas, me pregunto si aquel será el día en que desaparezca el legado de Mamie. Hasta entonces, mantendré la panadería en marcha, porque es lo único que sé hacer.

 

Cualquiera diría que esta tendría que ser la estación que menos me gustara, por la lentitud, la desolación y la falta de trabajo, pero siempre he hallado paz en los meses de invierno. Los atardeceres son tan serenos, justo antes de la puesta del sol, que, cuando suena sobre el mar el graznido de una sola gaviota, lo oigo desde el interior de mi casita. Cuando camino por la playa, a veces cruje el hielo bajo mis botas gastadas. Antes de Navidad, Main Street parece una ciudad fantasma. Cuando llego a la panadería por la ma?ana, a veces pienso que soy la única persona en aquel paraíso invernal y me imagino lo que haría si nadie pudiera verme.

 

La tercera semana de noviembre, Gavin me invita a cenar y a ir al cine con él y, aunque le digo que no, unos días después nos invita a Annie, Alain y a mí a ir a la casa de su familia, cerca de Boston, para el día de Acción de Gracias. Aquel día echo de menos a Mamie más de lo habitual y, como la cuestión de la panadería me ha puesto los nervios de punta, exploto con él, sin querer.

 

—Oye, te agradezco todo lo que has hecho por mí y por mi familia —le digo y se me hace un nudo en el estómago—, pero no puedo hacerle esto a Annie.

 

Parece perplejo y dolido.

 

—?Hacerle qué?

 

—Arriesgarme con alguien como tú.

 

Se me queda mirando fijamente.

 

—?Alguien como yo?

 

Me siento fatal, pero, así como Mamie había antepuesto la vida de su hija y descuidado lo que ella necesitaba, sé que tengo que hacer lo mismo. Se lo debo a mi hija.

 

—Eres fantástico, Gavin —trato de explicarle—, pero Annie ha perdido demasiado últimamente y ahora necesita estabilidad, no alguien más que pueda desaparecer de su vida.

 

—No pienso desaparecer, Hope.

 

Miro al suelo.

 

—Pero no me puedes prometer hoy que estarás aquí para siempre, ?verdad? —pregunto y, como no responde, continúo—: Claro que no puedes y yo jamás te lo pediría, pero no voy a permitir que nadie entre en mi vida si existe siquiera la posibilidad de que le haga da?o a mi hija.

 

—Yo jamás… —empieza.

 

—Lo siento —digo con firmeza y me detesto.

 

Observo que aprieta la mandíbula.

 

—Está bien —dice y se marcha sin decir ni una palabra más.

 

—Perdón —murmuro, mucho después de que se haya marchado.

 

Este a?o, la Janucá coincide con Navidad y Alain decide quedarse para que podamos celebrar las fiestas juntos. Annie pasa las dos primeras semanas de diciembre con Rob, pero la tengo conmigo la segunda quincena, mientras Rob y su novia van a las Bahamas. De ese modo, Alain puede ense?arle a Annie las tradiciones de la festividad judía e intercambiamos regalos y encendemos las velas de la menorá, como debió de hacer Mamie hace setenta a?os, cuando creía que la aguardaba una vida de felicidad con Jacob. La tristeza de su muerte perdura —es una niebla que nos envuelve—, aunque algunos días me pregunto si no será que lloramos por su vida, en lugar de por su muerte, porque murió con una sonrisa en los labios y no tardó en reunirse con ella la única persona que podía completar el rompecabezas que nunca supimos que trataba de armar.

 

Ha pasado más de un mes desde la última vez que hablé con Gavin.

 

?Mejor así —me digo a mí misma—. Annie y yo nos estamos llevando mejor otra vez y empieza a confiar en mí. No puedo meter a un hombre en esta combinación. Por ahora no. Quiero que sepa que ella siempre será lo primero?.

 

Alain trata de hablar de esta cuestión conmigo el último día de Janucá, la víspera de su regreso a París, pero no lo entiende.

 

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