Stardust - Polvo de estrellas

En medio de la zanja, junto al camino, se encontraba lo que a primera vista parecía poco más que un montón de ramas y troncos. Una inspección más detallada habría revelado que era algo con una naturaleza a medio camino entre una caba?a peque?a y una gran tienda de madera, con un agujero en el techo a través del cual, ocasionalmente, podía verse subir un hilo de humo gris.

 

El hombre de negro había observado el montón de ramas y troncos tan atentamente como había podido durante dos días, desde la cima de las lomas. La choza estaba habitada por una mujer de edad avanzada. No tenía acompa?ante alguno, ni ocupación aparente, excepto la de detener a todos los viajantes solitarios y todos los vehículos que pasaban por la zanja y matar el rato. Parecía bastante inofensiva, pero Septimus no había llegado a único miembro masculino superviviente de su familia inmediata por confiar en las apariencias, y aquella mujer, estaba seguro de ello, era quien había rebanado el pescuezo a Primus.

 

La ley de la venganza exigía una vida por una vida; no especificaba de qué manera debía tomarse dicha vida. Por temperamento, Septimus era un envenenador nato. Las dagas, los golpes y las trampas estaban bien a su manera, pero un frasco de líquido claro, sin rastro alguno de sabor u olor una vez mezclado con la comida, era la afición de Septimus. Por desgracia, la anciana no parecía comer nada que no recogiese o cazase en persona, y en cuanto Septimus sopesó la posibilidad de dejar una tarta humeante ante la puerta de la choza, hecha de manzanas maduras y letales bayas de perdición, la desechó por poco práctica. También sopesó la posibilidad de precipitar una roca de yeso desde las colinas hasta la caba?a; pero no podía estar seguro de acertar. Deseó ser un poco más mago… Poseía cierta habilidad ubicua que se manifestaba, irregularmente, en su linaje, y algunos trucos menores que había aprendido o robado con los a?os; nada que le pudiese resultar ahora de utilidad, pues lo que le convendría era el poder de invocar inundaciones o huracanes o rayos demoledores. Por tanto, Septimus observaba a su futura víctima de la misma manera que un gato observa la guarida de un ratón, hora tras hora, de noche y de día.

 

 

 

Pasada la medianoche, sin luna y en medio de una gran oscuridad, Septimus se acercó finalmente con sigilo a la puerta de la choza, con un tarro de fuego en una mano, un libro de poesía y un nido de mirlos en el que había colocado varias pi?as, en la otra. Colgado del cinturón llevaba un garrote de roble, con la cabeza erizada de clavos. Escuchó un instante ante la puerta, y no pudo oír nada más que una respiración rítmica y, esporádicamente, algún leve ronquido. Sus ojos estaban acostumbrados a la oscuridad, y la choza destacaba contra el yeso blanco de la zanja; se dirigió a un lado de la caba?a, sin perder de vista la puerta. Primero arrancó las páginas del libro de poemas, y arrugó cada una de ellas en una bola de papel, que introdujo entre las ralas pi?as. Luego abrió el tarro de fuego, y con el cuchillo sacó un pu?ado de trapos encerados de lino de la tapa, los impregnó con el carbón del tarro y, cuando empezaron a arder bien, los colocó en el suelo, junto a las bolas de papel y las pi?as, y sopló con cuidado para que la pira prendiera bien. Fue a?adiendo ramitas del nido del pájaro a la peque?a hoguera, que crepitaba en la noche y empezaba a crecer y expandirse. Los palos secos de la pared humeaban en abundancia, y Septimus tuvo que reprimir la tos. Después ardieron y Septimus sonrió.

 

Septimus regresó ante la puerta de la caba?a y alzó su garrote. ?Porque —había razonado—, o la vieja arderá junto con su choza, y en tal caso mi tarea habrá terminado; o bien olerá el humo y se despertará, asustada y distraída, y saldrá corriendo de la caba?a, momento en el cual le golpearé en la cabeza con mi garrote, y se la hundiré antes de que pueda decir una palabra. Estará muerta, y yo me habré vengado?.

 

—Es un buen plan —dijo su hermano muerto, Tertius, con el crujido de la madera seca—. Y en cuanto la hayas matado, podrás ir a obtener el Poder de Stormhold.

 

Neil Gaiman's books