Yvaine contempló todo esto con curiosidad desde la cama de la anciana, donde se había sentado.
—?Sería correcto afirmar —preguntó con educación—, basándome en la evidencia a mi alcance (es decir, que no me ha mirado en ningún momento, o que si lo ha hecho sus ojos me han pasado por alto, que no me ha dirigido ni una sola palabra, y que ha convertido a mi compa?ero en un peque?o animal sin hacer lo mismo conmigo) que usted no puede verme ni oírme?
La bruja no replicó. Se encaramó en el asiento del conductor y tomó las riendas. El pájaro exótico saltó a su lado y pio una vez, con curiosidad.
—Claro que he cumplido mi palabra… al pie de la letra —dijo la anciana, como si respondiese al pájaro—. Será transformado de nuevo en el prado del mercado, así que recuperará su propia forma antes de llegar a Muro. Y en cuanto lo haya transformado a él, volveré a hacerte humana a ti, porque todavía no he podido encontrar mejor sirviente que tú, tonta descocada. No podía permitir de ninguna manera tenerlo todo el día aquí metido, hurgando, espiando y haciendo preguntas, y encima hubiese tenido que alimentarlo con algo más que nueces y semillas. —Se abrazó fuertemente y se columpió sobre el asiento—. Oh, tendrá que madrugar mucho quien quiera dármela con queso. Y sinceramente creo que la flor de ese lerdo es mejor incluso que la que me perdiste hace tantos a?os.
Chasqueó la lengua, sacudió las riendas y las dos mulas empezaron a traquetear por el sendero del bosque. Mientras la bruja conducía la caravana, Yvaine descansó sobre la cama mohosa. El vehículo avanzaba a trompicones a través del bosque. Cuando se detenía, Yvaine se levantaba. Mientras la bruja dormía, Yvaine se sentaba en el techo de la caravana y contemplaba las estrellas. A veces el pájaro de la bruja se sentaba junto a ella, y entonces lo acariciaba y le murmuraba cosas, porque agradecía que alguien al menos reconociese su existencia. Pero cuando la bruja andaba por allí, el pájaro la ignoraba completamente.
Yvaine también cuidaba del lirón, que pasaba la mayor parte del tiempo profundamente dormido, acurrucado con la cabeza entre las patas. Cuando la bruja salía a recoger le?a o a buscar agua, Yvaine abría la jaula, lo acariciaba y hablaba con él, y en diversas ocasiones le cantó, aunque no hubiese podido decir si quedaba algo de Tristran en el lirón, que la contemplaba con unos ojos plácidos y dormidos, como gotitas de tinta negra, y tenía el pelo más suave que el plumón de ganso.
La cadera no le dolía ahora que ya no tenía que caminar todo el día, y los pies no le hacían tanto da?o. Cojearía siempre, eso lo sabía, porque Tristran no era ningún especialista, por lo menos en lo que a arreglar huesos rotos se refiere, aunque lo había hecho lo mejor que había sabido y la misma Meggot lo había reconocido.
Cuando tropezaban con otras personas —hecho que sucedió pocas veces— la estrella se esforzaba por ocultarse. De todas maneras, pronto descubrió que, aunque alguien le hablase delante de la bruja —o, como hizo una vez un le?ador, aunque alguien la se?alase y preguntase a madame Semele por ella—, la anciana no parecía capaz de percibir la presencia de Yvaine, ni siquiera de oír nada que hiciese referencia a su existencia.
Y las semanas pasaron, a un ritmo traqueteante y destartalado, en la caravana de la bruja, para la bruja, y el pájaro, y el lirón, y la estrella caída.
Capítulo 9
Donde se narran principalmente los sucesos
acaecidos en la zanja de Diggory
La zanja de Diggory era un corte profundo entre dos lomas de yeso, dos colinas altas de yeso cubiertas por una fina capa de hierba verde y tierra rojiza, donde a duras penas había suelo suficiente para que creciesen los árboles. La zanja parecía, vista a lo lejos, una cuchillada blanca de tiza en una mesa de terciopelo verde. La leyenda local dice que la zanja fue excavada en un día y una noche por un tal Diggory, con una pala que había sido la hoja de una espada antes de que el herrero Wayland la fundiese y la forjase en su viaje por el País de las Hadas desde Muro. Había quienes decían que la espada había sido Flamberge, y otros que había sido la espada Balmung; pero nadie afirmaba saber quién había sido Diggory, y toda la historia podría ser perfectamente un montón de patra?as. De todas maneras, el camino hacia Muro atravesaba la zanja de Diggory, y cualquier caminante pasaba por la zanja, donde el yeso se alzaba a ambos lados del camino como unas paredes gruesas y blancas, y las lomas se alzaban sobre ellas como los almohadones verdes de la cama de un gigante.