Stardust - Polvo de estrellas

Tristran cerró los dedos sobre la campanilla ocultándola a la vista y retrocedió un par de pasos.

 

—Mmm —dijo en voz alta—. Ahora que lo pienso, siento un gran afecto por esta flor, que fue un regalo de mi padre cuando empecé mis viajes, y sospecho que encierra una tremenda importancia personal y familiar. Sin duda me ha traído suerte, de uno u otro modo. Quizá lo mejor sería que me quedara con la flor. Mi compa?era y yo podemos continuar a pie hasta Muro.

 

Madame Semele parecía desgarrada por el deseo vacilante de amenazar y engatusar, y ambas emociones se perseguían la una a la otra tan claramente sobre su rostro que la anciana casi parecía vibrar por el esfuerzo que representaba frenarlas. Entonces logró recuperarse y dijo con una voz que el autocontrol hizo terriblemente ronca:

 

—Vamos, vamos. No hace falta precipitarse. Estoy segura de que podremos acordar un trato.

 

—Oh —dijo Tristran—. Lo dudo. Tendría que ser un trato excelente para poder interesarme, y necesitaría ciertas garantías de seguridad y de salvaguarda para tener la certeza de que vuestro comportamiento y vuestras acciones respecto a mi compa?era y a mí serán en todo momento beneficiosas y estarán libres de malas intenciones.

 

—Ensé?ame de nuevo la campanilla.

 

El pájaro de colores brillantes, con una cadena de plata atada a una pata, salió revoloteando por la puerta abierta de la caravana y contempló las negociaciones que tenían lugar bajo él.

 

—Pobre animal —dijo Yvaine—, encadenado de esa manera. ?Por qué no lo deja libre?

 

La anciana no respondió, y Tristran pensó que prefería ignorar a Yvaine. La vieja dijo:

 

—Te llevaré hasta Muro, y juro por mi honor y por mi verdadero nombre que no haré movimiento alguno para da?arte durante el viaje.

 

—Y no permitirá, por inacción o por acción indirecta, que suframos da?o alguno ni mi compa?era ni yo.

 

—Será como dices.

 

Tristran meditó durante un momento. No se fiaba en absoluto de la anciana.

 

—También deseo que jure que llegaremos a Muro de la misma manera y en la misma condición y estado en el que nos encontramos ahora, y que nos alojará y alimentará durante el viaje.

 

La vieja rio, y después asintió. Bajó de la caravana una vez más, carraspeó y escupió sobre el polvo. Se?aló el salivazo.

 

—Ahora tú —dijo. Tristran escupió al lado. Con el pie, la vieja mezcló ambas manchas húmedas—. Ya está. Un trato es un trato. Dame la flor.

 

La codicia y el ansia eran tan evidentes en su rostro que Tristran quedó convencido de que hubiese podido fijar unas condiciones mucho mejores, pero entregó a la anciana la flor de su padre. Cuando finalmente la tuvo entre los dedos, su cara arrugada se iluminó con una sonrisa desdentada.

 

—Vaya, diría yo que ésta es superior a la que aquella maldita ni?a regaló hace casi veinte a?os. Y, ahora, jovencito —dijo contemplando a Tristran con sus ojos viejos y astutos—, ?sabes qué has estado llevando en el ojal todo este tiempo?

 

—Es una flor. Una flor de cristal.

 

La anciana rio tan fuerte y tan súbitamente que Tristran pensó que se estaba ahogando.

 

—Es un amuleto helado —dijo—. Un objeto de poder. Algo como esto puede realizar maravillas y milagros en las manos adecuadas. Mira.

 

Levantó la campanilla sobre su cabeza y después la hizo descender lentamente hasta rozar la frente de Tristran. Durante un latido de su corazón se sintió de lo más peculiar, como si melaza negra y espesa le corriese por las venas en vez de sangre; entonces la forma del mundo cambió. Todo se hizo enorme y descomunal. La mismísima anciana parecía ahora una giganta y la visión de Tristran era desdibujada y confusa. Dos enormes manos descendieron y le recogieron delicadamente.

 

—No es una caravana demasiado grande —dijo madame Semele, con una voz grave, lenta, líquida y atronadora—. Seguiré al pie de la letra mi juramento, y no sufrirás da?o alguno, y tendrás comida y alojamiento durante tu viaje hasta Muro.

 

Metió el lirón en el bolsillo de su delantal y subió a la caravana.

 

—?Y qué pretende hacer conmigo? —preguntó Yvaine, pero no se sintió demasiado sorprendida cuando la mujer no le respondió.

 

Siguió a la anciana al oscuro interior de la caravana. Sólo constaba de una habitación: a lo largo de una pared había una gran vitrina de cuero y pino, con más de cien compartimentos, y dentro de uno de éstos, en un lecho de leves vilanos, la anciana depositó la campanilla; en la pared opuesta había una peque?a cama, con una ventana encima y un gran armario. Madame Semele se inclinó y sacó una jaula de madera del estrecho espacio que había bajo su cama, tomó al somnoliento lirón de su bolsillo y lo metió dentro de la caja. Entonces tomó un pu?ado de nueces, bayas y semillas de un cuenco de madera y lo echó dentro de la jaula, que colgó de una cadena justo en medio de la caravana.

 

—Eso es —dijo—. Alojamiento y comida.

 

Neil Gaiman's books