—Oh. Gracias —dijo Tristran.
—Estaréis más cerca de Muro. Pero aún os quedarán diez semanas de viaje. Quizá más. Meggot dice que la pierna de tu amiga está casi curada, así que pronto podrá soportar su peso.
Se sentaron el uno junto al otro. El capitán fumaba su pipa: su ropa estaba cubierta de una fina capa de cenizas, y cuando no fumaba mascaba el tallo, excavaba la cazoleta con un afilado instrumento de metal o la llenaba de tabaco nuevo.
—?Sabes? —dio el capitán, contemplando el horizonte—, no fue del todo casualidad que os encontrásemos. Bueno, fue casualidad, pero también es cierto que teníamos medio ojo avizor, por si os divisábamos. Yo, y unos cuantos más por estos lugares.
—?Por qué? —preguntó Tristran—. ?Cómo sabía usted de mí?
Como respuesta, el capitán trazó una silueta en la condensación de vaho acumulada sobre la madera pulida.
—Parece un castillo —dijo Tristran.
El capitán le gui?ó un ojo.
—No es algo que deba decirse demasiado alto —aclaró—, incluso aquí arriba. Piensa en él como en una cofradía.
Tristran observó al capitán.
—?Conoce a un hombrecillo peludo, con un sombrero y un enorme paquete lleno de mercancías?
El capitán golpeó la pipa contra el costado del barco. Un movimiento de su mano ya había borrado el dibujo del castillo.
—Sí. No es el único miembro de la cofradía interesado en que regrese a Muro. Lo que me recuerda que deberías decir a la jovencita que si quiere pasar por lo que no es, debería dar la impresión de que come alguna cosa, lo que sea, de vez en cuando.
—Yo nunca mencioné Muro en su presencia —aseguró Tristran—. Cuando preguntó de dónde venía, dije ?de detrás?, y cuando preguntó adónde íbamos, dije ?hacia delante?.
—Eso es, chico —dijo el capitán—. Exactamente.
Pasó otra semana. Al quinto día Meggot anunció que Yvaine ya podía quitarse el entablillado. Deshizo los vendajes improvisados y las tablas, e Yvaine practicó recorriendo la cubierta de proa a popa, agarrándose a la balaustrada. Pronto se movía por todo el barco sin dificultad, aunque con una ligerísima cojera. El sexto día se presentó una fuerte tormenta, y atraparon seis magníficos relámpagos en su caja de cobre. El séptimo día llegaron a puerto. Tristran e Yvaine se despidieron del capitán y la tripulación del barco flotante Perdita. Meggot entregó a Tristran un peque?o tarro de salvia verde, para su mano y para la pierna de Yvaine.
El capitán dio a Tristran una bandolera de cuero llena de carne curada y fruta seca, unas porciones de tabaco, un cuchillo y un yesquero (?Oh, no te preocupes, chico. Tenemos que repostar provisiones igualmente?), y Meggot regaló a Yvaine un vestido azul de seda, con peque?as estrellas y lunas bordadas (?Porque te queda mucho mejor a ti que a mí, querida?).
El barco amarró junto a una docena de naves celestiales similares en la copa de un enorme árbol, que era lo bastante grande como para que se hubiesen podido construir centenares de habitáculos en su tronco, ocupados por todo tipo de gente y de enanos, por gnomos, silenos y otras razas aún más extra?as. Unos pelda?os daban la vuelta al tronco, y Tristran y la estrella los descendieron lentamente. Tristran se sintió aliviado cuando volvió a pisar tierra firme, pero aun así, de una manera que nunca habría podido describir con palabras, también se sintió decepcionado, como si, cuando sus pies volvieron a tocar tierra, hubiese perdido algo realmente extraordinario.
Tuvieron que caminar tres días antes de que el árbol puerto desapareciese de su vista tras el horizonte.