Luego enganchó los caballos al carruaje y subió al pescante. Se dirigió hacia los bosques, hacia el oeste, y hacia la cadena monta?osa que había más allá.
La chica se agarró con fuerza al cuello del unicornio mientras el animal atravesaba el bosque oscuro. No había luna entre los árboles, pero el unicornio resplandecía con una luz pálida, como la luna, mientras que la chica relucía como si fuera dejando atrás un rastro de luces y, al pasar entre los árboles, a un observador distante le hubiera parecido ver una luz trémula incesante, exactamente igual que una peque?a estrella.
Capítulo 6
Lo que dijo el árbol
Tristran Thorn so?aba.
Estaba en un manzano, contemplando a través de una ventana a Victoria Forester, que se desvestía. Cuando se quitó el vestido, revelando una generosa extensión de enaguas, Tristran sintió que la rama empezaba a ceder bajo sus pies y se encontró precipitándose por el aire bajo la luz de la luna…
Estaba cayendo hacia la luna.
Y la luna le estaba hablando: ?Por favor —le susurraba, con una voz que le recordaba un poco a la de su madre—, protégela. Protege a mi hija. Quieren hacerle da?o. Yo he hecho cuanto he podido?. Y la luna le habría dicho más, y quizá lo hizo, pero se convirtió en el resplandor de la luz de luna sobre el agua a gran distancia bajo sus pies, y entonces se dio cuenta de que una peque?a ara?a se le paseaba por la cara, y de que tenía el cuello dolorido; levantó la mano para apartar con cuidado la ara?a de su mejilla y notó el sol de la ma?ana sobre los ojos, y vio que el mundo era dorado y verde.
—Estabas so?ando —dijo la voz de una joven, procedente de arriba. La voz era amable y tenía un extra?o acento. Pudo oír cómo las hojas susurraban en el haya que se alzaba sobre él.
—Sí —dijo a quien se escondiera en la copa del árbol—, estaba so?ando.
—Yo también tuve un sue?o anoche —dijo la voz—. En mi sue?o levanté la vista y pude ver todo el bosque, y algo enorme que se movía por él. Se acercó más y más, y yo supe qué era. —La voz se detuvo abruptamente.
—?Qué era? —preguntó Tristran.
—Todo —dijo ella—. Era Pan. Cuando yo era muy peque?a, alguien, quizá se trataba de una ardilla (hablan tantísimo), o de una garza, o no sé qué, me dijo que Pan era propietario de todo este bosque. Bueno, no exactamente propietario. No como para vender el bosque a otro o para construir un muro a su alrededor.
—O para cortar los árboles —intervino Tristran, con ganas de colaborar.
Hubo un silencio. Se preguntó adónde había ido la chica.
—?Hola? —dijo—. ?Hola?
Oyó de nuevo el susurro de las hojas sobre su cabeza.
—No deberías decir cosas así —exclamó la voz.
—Lo siento —dijo Tristran, que no estaba del todo seguro de por qué pedía disculpas—. Pero me decías que Pan es el propietario del bosque…
—Claro que sí —dijo la voz—. No es difícil ser propietario de algo. O de todo. Sólo debes saber que es tuyo, y después estar dispuesto a dejar que marche por sí mismo. Pan es propietario de este bosque, así de sencillo. Y en mi sue?o se me acercó. Tú también salías en mi sue?o, llevabas a una chica triste atada con una cadena. Era una chica muy, muy triste. Pan me dijo que te ayudara.
—?A mí?
—Y me hizo sentir cálida y blandita y noté como un cosquilleo por dentro, desde la punta de mis hojas hasta el final de mis raíces. Me desperté y aquí estabas, bien dormido con la cabeza apoyada contra mi tronco, roncando como un lechoncito.
Tristran se rascó la nariz. Dejó de buscar una mujer escondida entre las ramas del haya, y contempló el árbol en sí.
—Eres un árbol —dijo Tristran, dando voz a sus pensamientos.
—No siempre he sido un árbol —oyó entre los susurros de las hojas del haya—. Un mago me convirtió en árbol.
—?Qué eras antes? —preguntó Tristran.
—?Crees que le caigo bien?
—?A quién?
—A Pan. Si tú fueras el se?or del Bosque, no encargarías una tarea tan importante como la de dar ayuda y socorro a alguien que no te gustara, ?verdad?
—Bueno —dijo Tristran, pero antes de que se decidiera por una respuesta diplomática, el árbol empezó a decir:
—Una ninfa. Era una ninfa del bosque. Pero me perseguía un príncipe, no un príncipe galante, sino de los otros, y bueno, ?no dirías tú que un príncipe, aunque sea de los otros, por fuerza tiene que saber que existen ciertos límites?
—?Existen?
—Eso es exactamente lo que yo pienso. Pero él no, así que empecé a suplicar mientras corría, y… ?boom…! Un árbol. ?Qué te parece?
—Bueno —respondió Tristran—. No sé cómo era usted como ninfa del bosque, se?ora, pero es usted un árbol magnífico.
El árbol no replicó inmediatamente, pero sus hojas se encogieron con coquetería.